Mi Coño
22 de
diciembre de 2013
Es bastante probable que a simple
vista parezca que tengo un coño normal: tiene sus labios (internos y externos),
su clítoris justo encima, su vagina en medio, su vello púbico (más del que me
gustaría)… absolutamente nada con lo que sorprender al personal (con el gustazo
que tiene que dar ser hermafrodita). Pero, desde mi punto de vista, mi coño
tiene una particularidad bestial: es mío, y yo decido lo que entra y lo que
sale de él.
Cuando una mujer es consciente de
su sexualidad y de su cuerpo, que no es ni más ni menos que una parte
importantísima de su vida, sabrá qué tiene que hacer con su coño. Del mismo
modo en que aprendimos a no meter los dedos en los enchufes (sinceramente, no
conozco ningún caso de muerte por choque eléctrico) o a no echar las piernas a
la vía del tren, sabemos lo que hacer con nuestros órganos sexuales. Cualquier
mujer inteligente, que sepa utilizar sus manos y sus piernas y alimentarse solita
sabrá cómo utilizar su coño. Las mujeres, señor Ministro, no somos deficientes
por defecto. Puede que usted haya tenido malas experiencias, pero le advierto
que abusar de una persona deficiente no está bien visto. Ni siquiera en España.
Dicho esto, yo me considero una
mujer competente, autónoma y lo suficientemente adulta como para saber si
quiero procrear o no. Del mismo modo, considero que absolutamente todas las
mujeres que conozco y con las que tengo relación: mis amigas, mis compañeras de
trabajo, la dependienta del Zara, la de la gasolinera, la contable de mi padre,
mi madre o mis cuñadas, están sobradamente capacitadas para saber qué hacer con
sus respectivos coños. Lo cual, además, no deja de ser una decisión personal
que de ninguna manera me afecta a mí. Bastante trabajo me da el mío
(depilaciones, citologías, menstruaciones…) cómo para preocuparme del de la
vecina.
Pero partiendo cómo partimos del
principio de que la inmensa mayoría de la población española es medianamente
inteligente me pregunto yo qué coño –con perdón- le importará a usted señor
Ministro, a la Iglesia y a la panda de fachas que pasean carteles asquerosos
mientras defienden guerras que matan a niños (de los carne y hueso), lo que
sale de MI COÑO.
Porque yo follo con quien quiero,
Alberto. Y cómo quiero. Como soy una mujer inteligente, utilizo métodos de
anticoncepción que, dicho sea de paso, son una barrera contra las indeseables
enfermedades de trasmisión sexual. Sepa también, que prácticamente ningún
hombre –inteligente, a mi entender- con el que me he acostado se negaría a
tener sexo sin protección la primera noche. Y que algunos hombres
–inteligentes, por supuesto-, lo pidieron expresamente. Si yo, nublada por el
calentamiento o por el amor que sentía hacia esa persona, hubiese cedido y
hubiese aceptado mantener relaciones sin preservativo quizá me hubiese quedado
embarazada. Quizá también me podría haber quedado embarazada con mi pareja, por
haber jugado algún día más de la cuenta –las relaciones son un juego de dos, a
mí la masturbación no suele embarazarme-, porque falló el método anticonceptivo
–fallan, se lo aseguro- o porque esa persona me obligó a hacerlo.
Afortunadamente, a mí no me ha pasado. Pero si me hubiese pasado, yo, mujer
inteligente, hubiese querido abortar.
¿Sabe por qué? Tengo 27 años, he
estudiado, soy profesional y NO quiero ser madre en estos momentos. Además,
creo que tengo derecho a equivocarme como usted y como alguno de sus cuatro
hijos, que, seguro, alguna vez debieron de haber practicado sexo sin haber
convertido ese polvo en un ser humano.
Tengo derecho a abortar sin ser
estigmatizada por ello y a hacerlo en las condiciones médico-sanitarias que se
esperan de un país europeo en el año 2014. Tengo derecho a no joderme la vida
porque un día algo salió mal y ni usted, ni mis padres, ni un cura, ni un
psiquiatra ni el mismísimo Dios aparecido en la Tierra pueden negarme mi
derecho a decidir lo que sale de MI coño.
Porque entonces, cuando yo y
otras mujeres demos a luz, y en el hipotético caso de que todo saliese bien,
tendrían usted y su gobierno que hacerse cargo de todos los hijos no deseados
que llevan mala vida porque sus padres simplemente, no estaban preparados. O no
podían darle un hogar. O no se conocían casi entre ellos. O no podían alimentarlos
correctamente, o comprarles sus medicinas. Cosa, que, como bien sabrá, pasa
cada día en España. Una nación que tiene el vergonzoso honor de tener a casi un
30 por ciento de la población infantil viviendo bajo el umbral de la
pobreza, sólo por detrás de Bulgaria y Rumanía en el conjunto de los 27 países de
la Unión Europea.
¿Sabe usted, señor Ministro,
cuántos niños hay tirados ahora mismo en las calles de España? ¿O sin
calefacción? ¿Y sabe los que comen todos los días lo mismo? ¿Se ha preocupado
de conocer a aquellos que llevan los zapatos rotos al colegio? ¿Y a los que no
han podido comprar un abrigo este año? ¿No le dan pena? A mí, sí. Lo que no me
da pena es un embrión de pocas semanas que, sintiéndolo mucho señor Ministro,
ni siente ni padece y que, efectivamente, podría convertirse en algo mucho más
importante y entonces sí –y no antes- merecería toda su atención y la de su
gobierno. Mientras tanto, amantes como son de la vida, deberían de preocuparse
de que yo y el resto de las mujeres de este país tengamos una vida digna,
estemos sanas y traigamos hijos deseados al mundo que tendremos que cuidar,
inteligentemente, el resto de nuestras vidas.
A veces cuando lo escucho, señor
Ministro, me hace sentir usted como mi gata. Le contaré que he tenido que
esterilizarla porque la pobre no dejaba de traer hijos al mundo que no podía
mantener, ni yo tampoco. Ella, simplemente, se acostaba con varones sin saber
lo que hacía ni sus consecuencias. Tuvo dos partos múltiples. Como mi gata es
un animal, si yo hubiese querido habría abandonado a todas esas crías, o las
habría matado –qué más da, son gatos- Pero no hice eso, me preocupé de cuidar a
cada uno de esos gatitos y de buscarles un hogar donde los quisiesen. Me
preocupé, además, de llevar a mi gata al veterinario cuando enfermó después del
parto –y de pagarlo-. Y después, me responsabilicé de que mi preciosa gata no
volviese a quedarse embarazada otra vez. Porque no me gusta abandonar a los
animales. Y menos, a las personas. Ojalá ustedes cuidasen a las ciudadanas de
este país tanto como yo a mi gata.
TU COÑO
24 de
diciembre de 2013
Es Nochebuena de 2013 y mientras
escribo esto más de 76.000 personas han leído el artículo que escribí hace dos
días donde, simplemente, daba voz a MI coño, como afectado figurado de la nueva
ley del aborto propuesta por el señor Ministro de Justicia, Alberto Ruiz
Gallardón. Pero todos sabemos que los afectados no son sólo los coños. Nuestro
coños, amigos, tienen dueña: NOSOTRAS.
He recibido cientos de mensajes a
través del blog y de las redes sociales. Si pudiese hacer una estadística
matemática os aseguro que más de 90 por ciento de los comentarios están a favor
de mi opinión. Muchas personas, y os lo agradezco, han escrito incluso sus
historias personales. Y aunque yo sea una mujer muy cachonda –siempre he creído
que el humor es un arma- lo que se cuenta en los comentarios (mucho más
interesantes que mi artículo) son testimonios de hombres y mujeres con miedos y
preocupaciones y que no se toman, desde luego, esto del aborto como un “paseo
por el parque” como señaló, muy acertadamente, una de mis lectoras.
Parto de la inteligencia de las
personas adultas. Sé que hay personas que, por su edad, su situación social o
económica, sus presiones –familiares, laborales, sociales- o su religión o
creencias no pueden permitirse pensar libre y sensatamente. Entonces, hablemos
de educación, que es un tema que tenemos bastante olvidado en este país.
Educación sexual, educación cívica y educación moral. Y de protección.
Protejamos a las mujeres que se encuentran en una situación de desamparo o que,
y esto no es broma, tienen alguna discapacidad que les impide tomar decisiones
de manera autónoma. Hagámoslo, señores del Gobierno, pero legislen -con
excepciones- para una mayoría de ciudadanos adultos y responsables que tienen
derecho a decidir sobre sus cuerpos y, lo más importante, sobre el destino de
sus vidas y de las de sus hijos.
Hablaré del 10 por ciento de
personas que creen que lo que sale de mi coño y del vuestro es un tema que
merece ser discutido en los pasillos del Congreso y legislado dictatorialmente
por señores que ni nos conocen ni les importamos una mierda. Una mierda. Una
puta mierda. Y esto, llevan años demostrándolo. Las sotanas mueven más
influencias que todos nuestros coños gimiendo al unísono. Qué pena.
Para vosotras –y vosotros- os
diré que, a diferencia de lo que opináis, a mí no me preocupa ni me molesta si
parís o dejáis de parir. Si abortáis o no. Si tenéis un hijo o dieciocho. Si
disfrutáis con el sexo u os da asco –lo siento por vosotras, de veras-. Si
creéis que a la Virgen la embarazó una paloma o el Espíritu Santo. Si estáis
convencidas de que vuestra hija de 25 años es pura y casta. No me importa y no
me molesta. De hecho, si de mí dependiese jamás dejaría que una mujer –y,
subsidiariamente un hombre- no pudiese elegir si quiere reproducirse o no. Y lo
puntualizo porque alguien comentaba que mi hipotético aborto sería pagado por
la Seguridad Social y, eso, era inadmisible.
Mujer, yo pago mis impuestos y mi
Seguridad Social, hasta tal punto, que soy autónoma. Y mi tolerancia llega a
tal extremo que cuando tus ocho hijos cojan la varicela, sean hospitalizados o
peguen una paliza a un vagabundo en un cajero –y tengan que intervenir un
fiscal y un juez- parte de mi dinero se utilizará para movilizar los recursos y
al personal humano que sean necesarios. Entonces, ¿qué coño me estás contado? Tu
parto cuesta dinero. Tu hijo no cotizará hasta pasados los 20 y será atendido
–espero- por la Seguridad Social aunque tú estés en el paro o no hayas pegado
palo al agua en tu santa y divina vida.
¿Pero qué tenéis en la cabeza?
¿Vais a cuidar a mi hijo? ¿Si sale con una grave discapacidad correréis con sus
gastos y os ocuparéis de que mi vida no se convierta en una peregrinación de
hospitales, pesadillas y colectas públicas? ¿Me queréis vacilar, verdad?
Haced lo que queráis con vuestros
coños. Y sí, diré coño hasta que me muera. Y las que me dicen que soy “una
niñata maleducada” y que escribo “como una barriobajera” os diré que soy
Licenciada en Periodismo, tengo dos másteres y un léxico lo suficientemente
amplio como para utilizar palabras asépticas que no dañen vuestra moral
católica. Pero es que a mí me encanta la palabra coño. Refleja todo lo que
quiero transmitir: la cruda realidad. Mucho más que “vagina” o “aparato genital
femenino”. Es algo con fuerza, que todos entendemos.
El día que descubráis que
vuestros coños no sirven sólo para parir quizá, empecemos a entendernos. Os
deseo suerte.
Publicado
por Diana López Varela en 20:17
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