El engaño
eléctrico se ampara en la opacidad del sistema. La factura que recibimos en casa
por el suministro eléctrico es un galimatías imposible de traducir.
nuevatribuna.es
| Rafael Simancas | 29 Diciembre 2013 - 16:43 h.
Sistema
Digital | El modelo
económico imperante en nuestros días no responde en realidad a ninguna de las
grandes elaboraciones teóricas al uso. No estamos ante una economía
“socialista”, desde luego, pero tampoco puede afirmarse que la economía global
del siglo XXI funcione realmente como una economía “de mercado”. Para ser
precisos podríamos hablar de un “capitalismo a la medida”. ¿A la medida de qué?
A la medida de los intereses de los grandes poderes económicos. ¿Cuánta
competencia requiere el sistema? Exactamente el nivel que convenga a tales
intereses. ¿Con cuánta regulación? La necesaria para maximizar los beneficios a
disfrutar por aquellos poderes, ni más ni menos.
El llamado
sector eléctrico en España constituye un buen ejemplo de este “capitalismo a la
medida”. La electricidad no se produce ni se distribuye en nuestro país desde
el sector público, como ocurriera en otro tiempo y como ocurre en otros países.
Pero en España no existe un “mercado eléctrico” en puridad. El resultado es que
contamos con todos los inconvenientes de la electricidad privatizada, como el
déficit de control público sobre la planificación energética, pero no
percibimos ninguno de sus supuestos beneficios, como un precio ajustado a las
leyes de la competencia. Ni monopolio público, ni mercado privado. La
electricidad en España se administra desde un oligopolio privado, tan opaco
como ineficiente para el interés general.
Si la
electricidad se produjera y se distribuyera en nuestro país en clave de
mercado, las cosas funcionarían de forma parecida al mercado telefónico. Es
decir, varias empresas competirían para captar clientes mediante la mejora de
la calidad y los precios de sus servicios. En el “mercado” eléctrico no hay
competencia. Las empresas de siempre se distribuyen una clientela cautiva de su
servicio mejorable y de sus precios elevadísimos. ¿Cómo se establecen los
precios en un mercado? A través de la evolución de los costes de producción y
el juego de la oferta y la demanda. En el “mercado” eléctrico español, sin
embargo, los precios suben y suben mientras los costes se mantienen (el agua de
los ríos o la fuerza del viento) y la demanda se reduce (hasta un 2,3% en los
nueve primeros meses de 2013).
No. En
España no existe un “mercado” eléctrico. Existe un “engaño” eléctrico. Y sus
consecuencias son extraordinariamente lucrativas para los directivos y
accionistas del oligopolio empresarial, y extraordinariamente negativas para el
conjunto de la economía y la sociedad españolas. De hecho, los españoles
pagamos la tercera factura eléctrica más cara de Europa, tras Chipre e Irlanda.
Desde el año 2007, el precio de la electricidad se ha incrementado en España un
74,5%, por un 4,1% en Alemania, un 18,4% en Francia y un 17% en la UE-28. ¿Y
dónde hay que buscar la explicación? En los resultados de las tres mayores
empresas oligopolísticas, cuyos márgenes de explotación fueron del 6,72% en
2012, por un 2,62% de media en Europa. El beneficio bruto de estas empresas
durante los primeros nueve meses de 2013 ha ascendido a los 14.650 millones de
euros, mientras que su rentabilidad neta alcanzó los 5.000 millones de euros.
Los efectos
del engaño eléctrico van mucho más allá de la frustración de una clientela que
paga más de lo debido por un servicio manifiestamente mejorable. La factura
eléctrica constituye un factor crucial para la competitividad de una economía.
Son muchas las empresas industriales que están valorando la desventaja
competitiva que supone producir en un país con un precio eléctrico tan elevado,
y esa valoración incluye la alternativa de producir en otros países. Además, la
electricidad no es un producto prescindible para las familias, sobre todo en
invierno. Al oligopolio eléctrico y al Gobierno que defiende sus intereses
hablar de “pobreza energética” les parece propio de un lenguaje soviético, pero
cada día es más elevada la presión social a favor de medidas que garanticen el
acceso a un servicio eléctrico que cubra las necesidades vitales para las
familias que no pueden pagar las facturas de este “mercado” tramposo.
El engaño
eléctrico se ampara en la opacidad del sistema. La factura que recibimos en
casa por el suministro eléctrico es un galimatías imposible de traducir. A
pesar de las explicaciones de unos y otros, o más bien gracias a ellas, nadie
es capaz de interpretar cuánto de nuestro dinero se destina a pagar la
producción y el transporte de la energía, cuánto se destina a impuestos y
cuánto más sufraga peajes tan diversos como ininteligibles. Si hay que
subvencionar la promoción de las energías renovables, la moratoria nuclear o el
consumo de carbón nacional, ¿por qué cargarlo en la factura eléctrica que pagan
empresas y familias? ¿Por qué no hacerlo mediante impuestos suficientes y
progresivos? La respuesta a esta pregunta quedará en el mismo limbo que
aquellas otras que se atrevieron a indagar sobre el funcionamiento de la
“subasta eléctrica” o la auténtica naturaleza del “déficit tarifario”. Se nos
exige que aceptemos el sistema con la misma fe con que algunos asumen los
misterios de la santa trinidad.
O teta o
sopa. O la electricidad se administra desde un mercado de verdad, o habrá que
ir pensando en administrarla directamente desde el Estado. A pesar de las
puertas giratorias que el oligopolio se encarga de engrasar constantemente con
sus magros beneficios…
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