143.353 nombres
innombrables han permanecido ocultos en el enorme archivo de la habitación del
olvido, fueron relegados allí para borrar cualquier rastro de su existencia...
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| Relatos | Carmen Barrios | 22 Diciembre 2013 - 11:06 h.
143.353
nombres innombrables han permanecido ocultos en el enorme archivo de la
habitación del olvido, fueron relegados allí para borrar cualquier rastro de su
existencia. Son nombres de personas reales que sonreían, besaban, se rascaban
la cabeza, comían lentejas o pan con tomate, trabajaban o charlaban con sus
vecinos si les apetecía, protestaban ante las injusticias o asistían a la
taberna a jugar una partida de dominó, nombres de personas normales que
desparecieron sin más.
Alguien
con un plan de odio desmedido, ocupando su cabeza, decidió que había que
arrancar hasta la última raíz de disidencia y consiguió los aliados necesarios
para separarlos de este mundo y hacerlos desaparecer. Los 143.353 nombres
innombrables fueron borrados uno a uno de la faz de la historia durante un
puñado de días terribles de venganza y de vergüenza. Un puñado de días de
sangre, de fuego, de barro y de infamia, que atronó los campos con estallidos
de fusiles y preñó de temor la tierra de las cunetas, pero nunca, nunca han
podido ser borrados de la memoria de aquellos que los amaron. Han permanecido
intactos en el recuerdo de sus hijos y hoy son evocados por hijos de sus hijos.
Sus
nombres, sus caras, sus acciones, sus rasgos y su risa han pasado calladamente,
dibujados con gestos casi inapreciables, de memoria en memoria, una generación
tras otra. Igual que el testigo pasa de mano en mano en una carrera olímpica
hasta llegar a la meta gracias a un código compartido, la memoria de los
desaparecidos ha llegado hasta nosotros, saltando sin pértiga por encima de los
obstáculos del tiempo.
Tampoco
sus verdugos han olvidado lo que hicieron. Sucede lo mismo cuando se escribe
una frase con un lapicero sobre un trozo de papel y se borra con una goma, deja
de existir, desaparece físicamente, pero permanece en la memoria del que la ha
escrito. Sus actos infames han permanecido grabados en su memoria y también en
la de sus descendientes.
Durante
una multitud de años, pesados como miles de yunques a lomos del presente
histórico, intentaron hacer desaparecer sus cuerpos y sus nombres, ocultándolos
bajo candados de miedo y de silencio, que aseguraban la puerta del enorme
archivo de la habitación del olvido.
Pero
la memoria es obstinada y del mismo modo que los colores del arco iris unen un
lado del valle con el otro, formando una puerta abierta al infinito tras la
tormenta, o el humo de una hoguera asciende en el aire hasta fundirse con las
nubes, las manos de los que recuerdan han empuñado el testigo hasta levantar la
cancela de la habitación del olvido y poco a poco han ido rescatando todos los
nombres.
Sus
verdugos y sus descendientes siguen negando con la cabeza la posibilidad de
restituir el derecho a la memoria. Pero cuando cae la noche, la melodía de
tantos actos viles se escapa de sus cabezas y envuelve sus almohadas con los
acordes de una nana negra, como la pólvora de las balas desnudas, enfangando su
descanso hasta el alba. Aun así, vuelven a levantarse cada día con un “no” muy
duro escrito en sus caras.
143.353
nombres de hombres y mujeres están siendo nombrados uno por uno, para restituir
sus vidas y su existencia cierta. En todos los rincones se gritan sus nombres,
se rebuscan sus rostros entre los papeles de la historia y se rescatan sus
recuerdos y sus cuerpos del fondo de la tierra. El enorme archivo de la
habitación del olvido está abierto, los hijos de los hijos de los asesinados
iluminan los nombres de sus seres queridos con una lamparita de esperanza, que
permite leer en alto todos sus datos.
Ahora
queda reparar una deuda grande con la historia y colocar a cada uno en el lugar
que le corresponde.
Fuente:
www.nuevatribuna.es
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