Eduardo Montagut | Historiador
nuevatribuna.es
| 23 Diciembre 2013 - 20:11 h.
En España
existen tres grandes nacionalismos sin Estado: el gallego, el vasco y el
catalán, con distinta implantación y poder: menor en el primer caso y muchísimo
mayor en los dos últimos. Dentro de estos nacionalismos existen diferencias
destacables desde el momento en el que los distintos partidos nacionalistas
giran hacia posturas más progresistas o conservadoras. Los partidos
nacionalistas parten de ideas comunes pero están impregnados de otras
ideologías. En el caso gallego la única formación nacionalista es de tendencia
progresista, pero en los casos vasco y catalán es evidente la diferencia entre
posicionamientos moderados y democristianos y otros más a la izquierda. Por
otro lado, el principal grupo terrorista que ha actuado en nuestro país desde
el tardofranquismo ha tenido una clara significación nacionalista.
Existen
autores que prefieren definir estos nacionalismos sin Estado como periféricos,
pero esta denominación es un tanto polémica porque otros autores piensan que
esta calificación tiene determinadas connotaciones interesadas, al establecer
previamente lo que es el centro y la periferia.
Los
nacionalismos sin Estado en España tienen su origen en el regionalismo
cultural, luego político, y que derivó en oposición nacionalista al Estado
liberal centralista, en la época de la Restauración. Cobraron fuerza,
especialmente el catalán, en el reinado de Alfonso XIII y en la II República,
con el paréntesis represor de la Dictadura de Primo de Rivera, para ser, de
nuevo reprimidos, aunque de forma mucho más determinante y con voluntad de
exterminio por el franquismo. A pesar de la virulencia de esta represión resurgieron
y cobraron un protagonismo indiscutible en la Transición.
Los
nacionalismos sin Estado parten del nacionalismo clásico, es decir, de la
defensa de la existencia de una nación que debe contar con Estado propio, por
lo que hacen del principio de autodeterminación un objetivo irrenunciable,
aunque puedan ser más o menos posibilistas, como lo pusieron de manifiesto el
nacionalismo conservador catalán, tanto en la época de Alfonso XIII como en la
Transición democrática, y por la existencia de un sector más moderado o
autonomista en el PNV. Curiosamente, en su defensa del estado-nación, los
nacionalismos sin Estado se aprovechan de la crisis actual de los Estados en
Europa; una crisis marcada por dos factores: la globalización económica y
cultural y la creciente importancia del poder de las instituciones de la Unión
Europea.
Los
nacionalismos sin Estado tienen una fuerza política evidente y un claro
protagonismo social porque se presentan como los garantes de los derechos e
intereses de los ciudadanos de sus regiones frente al Estado central, logrando
que estos ciudadanos adquieran un sentimiento de pertenencia más palpable a una
comunidad propia que a la general del Estado. La crisis y los fuertes recortes
del gasto público refuerzan ese sentimiento porque estimulan los argumentos
basados en los agravios, aunque los propios partidos nacionalistas en las
instituciones autonómicas tengan parte de responsabilidad en esas políticas.
Pero, además de esta actual coyuntura favorable a los nacionalismos sin Estado,
hay que tener en cuenta una cuestión más estructural. Nos referimos al fracaso
del Estado español a la hora de conseguir imponer una noción clara y fuerte de
España, tanto en Cataluña, como en parte de Euskadi. Ni el Estado liberal
centralista, tan débil institucional y económicamente, ni la fórmula
dictatorial y represiva del franquismo pudieron imponer la idea de una sola
nación en España. Otras formulaciones, como la federal y la autonómica, de las
dos Repúblicas españolas, respectivamente, no terminaron claramente de cuajar
por multitud de factores.
El Estado de
las autonomías ha sido la forma de vertebración territorial más dialogada en la
historia contemporánea española, aunque ahora cuestionada por los nacionalismos
sin Estado, especialmente porque consideran que se estableció de forma que no
atendió a sus peculiaridades porque asimiló a un régimen común todas las
comunidades, sin respetar las excepcionalidades de las nacionalidades
históricas. Además, consideran que las autonomías estarían en crisis al constatar
una vuelta al centralismo en la práctica política de la derecha en el poder
central, con un marcado acento nacionalista en sentido españolista. En el caso
catalán, el proceso actual de reafirmación nacionalista se iniciaría con la
declaración de inconstitucionalidad de diversos artículos del nuevo Estatut.
Aunque
conviene resaltar que hay siempre diferencias entre unos nacionalismos sin
Estado y otros, y que se debe tener cuidado con las comparaciones cuando no se
tienen en cuenta los contextos históricos y de otro tipo, se pueden observar
algunos rasgos comunes.
En primer
lugar, estos nacionalismos suelen hacer de la defensa del idioma propio una
cuestión vital. Es un rasgo claramente diferenciador con relación al conjunto,
que puede generar conflictos, como en el caso de la enseñanza en Cataluña y sus
derivaciones en otras comunidades vecinas.
La religión
ha sido un elemento muy evidente en los nacionalismos sin Estado en muchos
lugares del mundo pero no tanto en el caso español, aunque el nacionalismo
conservador vasco siempre se ha basado en una intensa defensa del catolicismo y
con evidentes lazos con el clero autóctono. El componente religioso también es
evidente en la Unió catalana, otra formación que tendría su origen en la
democracia cristiana.
La cuestión
territorial es fundamental entre los nacionalismos sin Estado. En el caso vasco
existe la reivindicación territorial frente a dos Estados, aunque más fuerte
con relación al español, además de la polémica sobre Navarra. En el caso
catalán se han realizado reivindicaciones sobre los denominados “Países
Catalanes” pero, también se ha planteado una división territorial propia
y diferente de la provincial española, aunque no sin intensas polémicas
internas.
La cuestión
económica tiene un claro protagonismo a la hora de entender y medir la potencia
de los nacionalismos sin Estado. En España, los dos principales nacionalismos
de este tipo se asientan en territorios que, históricamente, han sido y son
desarrollados y, por lo tanto, de los que más contribuyen a la hacienda
general. El nacionalismo catalán hace bandera de la necesidad de tener más
cuotas de autonomía económica en materia fiscal para la autofinanciación y se
queja de que contribuye en exceso al fisco español. El caso vasco es muy peculiar
por su régimen económico propio, pero que es un claro ejemplo de conquista
histórica en esta cuestión. El factor económico, entre otros, estaría en el
origen de la menor fuerza del nacionalismo gallego.
Los
nacionalismos sin Estado monopolizan la idea de nación en sus territorios y
niegan la existencia de la nación española, por lo que consideran a España como
un Estado nada más, es decir, como un ente puramente administrativo. A lo sumo,
algunos nacionalistas consideran que dentro del Estado español habría más de
una nación.
Los
nacionalismos siempre han hecho un exhaustivo empleo y manipulación de la
historia, glorificando gestas pasadas y buscando el origen de las naciones en
pasados remotos. El nacionalismo español, en sus dos grandes versiones, la liberal
y la franquista, elaboró sendas historias de España para justificar sus
discursos políticos y generar cohesiones, así como para imponer unas
determinadas ideas de España. Los nacionalismos sin Estado no son muy
diferentes en este sentido, pero sí plantean una peculiaridad. Bucean en el
pasado para buscar libertades pasadas y para remarcar la pérdida de las mismas
a manos del Estado central, formulando un listado de agravios en su discurso
político.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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