Artículos de
Opinión | Pura Maria Garcia | 30-12-2013
Hace tan
solo unas horas escuchaba, en la calle, parte de una conversación. Una mujer y
un hombre hablaban sobre la inesperada interrupción del proceso de detención
del exalcalde de Torrevieja, uno de los (muchos) corruptos miembros del pp.
“Sí…¡pues como harían todos! Pero que no te engañen, tendrán razón en acusarle,
pero ha hecho muchísimas cosas buenas por Torrevieja” .Así contestaba el hombre
de unos setenta años. Para ponernos en antecedentes sobre el tema de la
conversación, debemos recordar que el exalcalde de Torrevieja y exdiputado
autonómico, está condenado a tres años por prevaricación y falsificación de
documento oficial. Por lo que parece, no va a ingresar en prisión y espera que
se responda a su petición de indulto, refrendada ni más ni menos que por 45
diputados del pp entre los que se encuentran sus 8 más valientes defensores, un
grupo escogido de imputados genoveses, el corruptísimo Blasco a la cabeza, que
sabedores que les queda muy poco para ser largados del partido se permiten la
doble jugada de “defender” a su imputado amigo y enfrentarse a Antonio Fabra.
El fiscal del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, Antonio
Montabes, que lleva hasta la fecha 19 días en el cargo, contestaba a la prensa,
escandalizada por la elasticidad de la justicia y las facilidades para, según
qué personas, acceder a un indulto, con un “no sé qué les extraña, se está
tratando a Pedro Hernández Mateo como a un ciudadano normal, como si fuera un
pintor o un albañil”.
“Sí…¡pues
como harían todos! Pero que no te engañen, tendrán razón en acusarle, pero ha
hecho muchísimas cosas buenas por Torrevieja”
La respuesta
de ese hombre, supuestamente un ejemplo de “ciudadano normal”, provocó mi
sorpresa, primero, y mi indignación, unos minutos más tarde de haber empezado a
intentar digerirla. Era una respuesta que mostraba el gran triunfo de “la
política” y “los políticos”, actuales y con minúsculas minúsculas: han
conseguido que aceptemos, con mayor normalidad que con la que aceptamos que
llueve en otoño, que todos ellos nos pueden robar y humillar como seres
sociales. Eso, aun siendo grave no es sino una nimiedad comparado con el resto
de la respuesta, esa que deja entrever sin lugar a dudas una propensión a
justificar lo ilegal y lo destructivo, en términos sociales, mirando, con
mirada intolerablemente ciega, hacia otro lado y, por si no fuese suficiente,
ensalzando lo que, en teoría, debería ser el trabajo, la obligación o la
responsabilidad, de un político: actuar sobre la realidad social con fines positivos
que mejoren a la mayoría de ciudadanos. Así era, es, la escandalosa respuesta
con la que se responde, en un sector muy numeroso de la ciudadanía, al
escandaloso proceder de los sinvergüenzas y delincuentes que nos gobiernan.
La respuesta
me llevó a una asociación de ideas, nada grata, que vinculaba el comentario con
el síndrome de Estocolmo y el caso que, en 1973, propició que el psiquiatra y
criminólogo Nils Bejerot diese nombre al conjunto de síntomas observados en los
cuatro personas que fueron tomadas como rehenes en el asalto, perpetrado por
Jan-Erik Olsson, con la ayuda de uno de sus compañeros de ex prisión, al
Kreditbanken de Estocolmo. Tras finalizar el asedio, seis días después, las
entrevistas con los rehenes evidenciaron que las víctimas habían establecido
una especie de relación positiva con sus captores. La sociedad entonces empezó
a preguntarse cómo era posible que personas cautivas experimentasen ciertos
sentimientos positivos hacia sus captores cuando, simultáneamente, temían por
sus vidas. Las respuestas las empezaron a ofrecer las mismas victimas unos días
después. En concreto, Kristin Ehnmark, explicaba en una entrevista radiofónica
que “Entras en una especie de contexto en el que todos tus valores, la moral
que tienes, han cambiado de alguna forma”.
Esta
respuesta, pronunciada en el pasado, es lamentablemente una respuesta que nos
lleva a mirar el presente que vivimos, por decreto ley de los sinvergüenzas y
delincuentes (ya sea en la fase de imputación o de condena) a los que un tanto
por ciento, que a mí se me antoja del todo incomprensible, dieron un voto con
el que, de una forma que es, en mi opinión igual de incomprensible, proyectaban
sus neuras, sus frustraciones sobre el poder, su casposa ética y su asumida
supremacía. Los captores que nos han secuestrado, muestra evidente de los genes
más ambiciosos del adn social, son una parte del acto delictivo que cometen
cada día, nuestro secuestro, el secuestro de nuestros derechos. La otra parte,
sin duda, la constituyen los cautivos que alegremente hacen caso omiso de quien
no tiene un techo (de quienes no lo tienen, en plural, porque ya son más de
25.800 personas las que viven en la calle, sin un techo) y se dejan secuestrar
y, por si fuese pequeño e inocente el atentado social que cometen siendo
cómplices con su voto, manifiestan que, como todos los políticos son iguales,
seguirán votando a los suyos, que …al fin y al cabo, además de hundir nuestra
vida, nuestro estómago y nuestro esperanza en el futuro, “también están
haciendo muchas cosas buenas por España”
Definitivamente,
debe ser cierto que cuando las víctimas experimentan el síndrome de Estocolmo
hacia sus verdugos “Entras en una especie de contexto en el que todos tus
valores, la moral que tienes, han cambiado de alguna forma”.
Fuente: www.tercerainformacion.es
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