Merkel
rescata al SPD de cuatro años más de oposición y consigue a cambio estabilidad
para su tercer mandato como canciller y legitimidad para su proyecto político
en tres ámbitos fundamentales. En primer lugar, para las políticas de
austeridad que ha impuesto hasta ahora y que en lo esencial, en sus elementos
centrales, va a seguir aplicando...
nuevatribuna.es
| Por Gabriel Flores | 23 Diciembre 2013 - 16:07 h.
Tras unos
días iniciales de duelo, más de dos meses de intensas negociaciones con la
derecha alemana y dos semanas en las que los líderes socialdemócratas se han
volcado en convencer a sus afiliados, el SPD (Partido Socialdemócrata de
Alemania) aceptó el cobijo que le ofrecía Merkel en su Gobierno.
Merkel
rescata al SPD de cuatro años más de oposición y consigue a cambio estabilidad
para su tercer mandato como canciller y legitimidad para su proyecto político
en tres ámbitos fundamentales. En primer lugar, para las políticas de
austeridad que ha impuesto hasta ahora y que en lo esencial, en sus elementos
centrales, va a seguir aplicando. En segundo lugar, para su propia figura como
canciller y como líder del bloque de poder conservador europeo que ha diseñado
una salida de la crisis de la eurozona que privilegia los intereses de los
grandes grupos empresariales, las economías del norte de la eurozona y los
mercados financieros. Y en tercer lugar, para la necesaria flexibilización en
la eurozona de las políticas de ajuste que muy probablemente va a producirse en
los próximos meses con objeto de evitar que el fracaso económico y social de la
austeridad acabe convirtiéndose en un fracaso político y electoral de la
derecha. Ese ligero alivio de la severidad en las políticas de austeridad y las
ayudas que se concedan a los países con problemas de financiación tendrán un
límite claro: no propiciarán el riesgo moral ni supondrán una relajación en el
cumplimiento de los compromisos en materia de recortes y ajustes.
Por su
parte, el SPD se ofrece como el contrapeso social a las extremistas políticas
de austeridad impuestas en los último años e intentará capitalizar una gestión
menos dogmática en la consecución de los objetivos de consolidación fiscal y
equilibrio presupuestario, los nuevos planes de inversión comunitaria, aún por
precisar, destinados a favorecer el crecimiento y la lucha contra el desempleo,
y las concesiones que a paso de tortuga irá realizando el nuevo Gobierno
respecto al avance de la Unión Bancaria y a la imprescindible disminución de la
actual fragmentación financiera.
No sería
justo despachar en un par de párrafos y con dos o tres comentarios despectivos
la decisión de los líderes del SDP y, no se olvide, de la gran mayoría de sus
afiliados que han votado a favor del contrato de coalición con la Unión
Demócrata Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana (CSU). La gran coalición
no es un asunto banal ni tampoco lo son las concesiones conseguidas por la
socialdemocracia, tanto en lo que supone la inclusión de algunos puntos básicos
de su propuesta electoral en el programa del próximo Gobierno como al poder que
obtiene en ministerios de gran importancia política y económica.
Tampoco es
fácil prever qué impactos va a tener la gran coalición en las fuerzas
progresistas opositoras que ahora se quedan en flagrante minoría parlamentaria.
Y no digamos de las repercusiones que vaya a tener el acuerdo entre las fuerzas
de izquierdas que en el conjunto de Europa y, especialmente, en los países del
sur de la eurozona resisten las políticas de recortes, las reformas
desreguladoras y privatizadoras y las devaluaciones internas que condenan al
desempleo y la pobreza a millones de personas.
De la
naturaleza contradictoria de esas repercusiones pueden dar una idea las
declaraciones de algunos dirigentes políticos europeos. Así, por ejemplo, tanto
Rajoy como Hollande se felicitaron públicamente por el acuerdo, el mismo
miércoles 27 de noviembre en el que se conoció el pacto, no solo por razones de
obligada cortesía política con la gran potencia europea, sino también por
considerar que la gran coalición puede beneficiar los intereses nacionales de
sus respectivos países y la tarea de promover una mayor implicación de las
instituciones europeas en las tareas pendientes de cambio institucional y
pronta concreción de programas europeos de inversión en infraestructuras y de
apoyo al empleo juvenil que ofrezcan algún incentivo al débil crecimiento de
sus economías.
En sentido
contrario destacan los agrios comentarios de Melénchon, uno de los líderes más
importantes de la izquierda opositora francesa (el Frente de Izquierdas), que
publicaba en su blog el pasado 14 de diciembre un comunicado titulado “Los
nuevos caniches de Merkel” en el que puede leerse: “El SPD se ha vendido a
Merkel. Prefiere la alianza con la derecha antes que un acuerdo de izquierdas.
La socialdemocracia solo sirve para apuntalar el orden liberal, […]. En Francia
como en Alemania, los socialdemócratas son la camisa de fuerza de los pueblos.
Ese mundo no es el nuestro. En Francia, la alternativa es la oposición de
izquierdas.”
También hay
que tener en cuenta el rechazo provocado por el acuerdo en los grandes medios
de comunicación alemanes que representan los intereses del mundo empresarial y
promueven el pensamiento liberal-conservador. El Frankfurter Allgemeine
Zeitung desaprobaba las grandes ventajas sociales (salario mínimo y
posibilidad de adelantar la edad de jubilación de los 67 a los 63 años) que,
según el periódico, la socialdemocracia había impuesto a Merkel. Y en el mismo
sentido se manifestaba Die Welt al subrayar que la señal enviada a
Europa por la gran coalición era catastrófica, ya que predicaba la austeridad
para los países en crisis, pero engordaba el Estado de bienestar alemán en
lugar de ponerlo a dieta para dar ejemplo. Por su parte, el Bild (el
rotativo de mayor tirada diaria de Europa) pasaba a considerarse “la oposición
extraparlamentaria” y valoraba que “este Parlamento es demasiado débil. Su
oposición demasiado pequeña. Y demasiado a la izquierda. Eso no es bueno para
Alemania”.
Por último,
mientras el presidente de la patronal alemana, la BDI (Federación de Industrias
Alemanas), estimaba que el acuerdo era una ocasión perdida que podía mermar y
poner en peligro el atractivo que ofrece Alemania como localización industrial,
la DGB (Confederación de Sindicatos Alemanes) aprobaba el acuerdo, destacando
especialmente las medidas de mayor contenido social y recomendaba a sus
afiliados que también fuesen miembros del SDP que aprobaran el pacto.
Principales
contenidos del acuerdo
Las partes
que han firmado el pacto de coalición gubernamental han llegado a una solución
que consideran satisfactoria. No creían disponer de otra opción mejor y temían
que si las negociaciones no llegaban a buen puerto tendrían que elegir una
solución que supondría más costes, mayores incertidumbres y menos apoyos de la
ciudadanía. Un Gobierno en minoría CDU-CSU, la arriesgada aventura de una nueva
convocatoria electoral o cualquier otra posibilidad eran considerados arreglos
peores por los partidos firmantes y por la opinión pública.
Las dos
partes debían hacer concesiones. El SPD no podía aspirar a modificar de forma
sustancial la política económica llevada a cabo por Merkel ni la estrategia de
salida de la crisis que se ha impuesto en la eurozona. ¿Debería el SPD intentar
cambiar a través de un acuerdo político lo que el electorado había respaldado,
sin que una nueva convocatoria electoral le proporcionara el apoyo social para
hacerlo? La CDU y la CSU, por su parte, no podían imponer todo su programa.
Tenían que hacer concesiones y permitir que el SPD justificara su presencia en
minoría en un Gobierno de coalición con la derecha conservadora y pudiera
argumentar ante sus afiliados y votantes que la renuncia a parte de su programa
electoral se compensa con medidas que supondrán más bienestar y protección
social para los sectores más débiles de la sociedad. No podía encontrar mejor
justificación ni más noble. Tampoco podía aceptar menos.
Los puntos
centrales del acuerdo que ha obrado el milagro y ha sido capaz de dar
satisfacción a las partes firmantes y a buena parte de la opinión pública
pueden resumirse en seis o siete medidas.
El salario
mínimo es la gran estrella del pacto y la llave que ha permitido que el SPD
haya aprobado el acuerdo. Habrá un salario mínimo de 8,5 euros por hora a partir
del 1 de enero de 2015, excepto para aprendices y trabajadores en prácticas.
Los acuerdos colectivos ya negociados que estipulen salarios mínimos
sectoriales inferiores a esos 8,5 euros seguirán vigentes hasta el año 2017.
El rechazo a
subir los impuestos sobre las rentas y patrimonios más altos y el equilibrio de
las cuentas públicas eran objetivos irrenunciables para la derecha y su
inclusión en el acuerdo era innegociable. Los ricos no tendrán que pagar más
impuestos, los presupuestos públicos serán equilibrados y, a partir de 2015, el
nuevo Gobierno no emitirá nueva deuda pública.
Respecto a
las jubilaciones, cada parte logra lo que pretendía. Desde 2014, las madres o
progenitores que hayan tenido hijos antes de 1992 conseguirán un aumento de sus
pensiones y los asalariados de 63 años que hayan cotizado durante 45 años
podrán jubilarse antes de los 67 años sin sufrir ninguna penalización. A partir
de 2017, habrá una pensión mínima que se situará en torno a los 850 euros.
Se confirma
la voluntad de acabar en 2022 con la energía nuclear civil. Las energías
renovables que ahora representan alrededor del 25% del total de la producción
eléctrica alcanzarán entre el 55% y el 60% en 2030.
El SPD
introduce en el acuerdo que los niños de familias no comunitarias nacidos en
Alemania puedan adquirir la doble nacionalidad a los 23 años sin tener que
elegir entre la nacionalidad alemana y la de sus padres.
La CSU
consigue que los automovilistas extranjeros paguen un peaje en las autopistas
alemanas; para lograrlo, el nuevo Gobierno deberá hacer compatible esa medida
con la normativa europea y buscar la forma de evitar que recaiga sobre
los automovilistas alemanes.
Además, el
pacto incluye un aumento de las inversiones en educación e infraestructuras. En
total, la financiación pública necesaria para aplicar el pacto supondrá un
total de 23.000 millones de euros a los largo de toda la legislatura. No parece
un precio muy alto. Se supone que esos fondos se obtendrán de una mayor
recaudación proveniente de la mejora paulatina de la economía y que, en ningún
caso, implicarán una mayor presión fiscal o nuevas figuras impositivas que
chocarían frontalmente con el espíritu y la letra del pacto.
¿Y con
Europa? ¿Qué pretende hacer con Europa el nuevo Gobierno de la gran potencia
que ha impuesto junto a sus aliados del norte de la eurozona un
diagnóstico sesgado de la crisis y una estrategia de austeridad que tan
desastrosas consecuencias han producido en las economías y sociedades de los
países del sur de la eurozona? En el acuerdo, como cabía esperar, no hay casi
nada sobre lo que el nuevo Gobierno pretende hacer con Europa o, mejor dicho,
no hay nada nuevo o contrario a lo hecho por Merkel en su anterior mandato.
Como ya se
había comprobado durante la campaña electoral, no hay grandes diferencias en
política internacional, el euro o la UE entre la derecha conservadora y la
izquierda socialdemócrata alemanas. Por eso se puede encontrar tan poca materia
en el pacto suscrito dedicada a qué van a hacer en Europa. Ambas partes coinciden
en la defensa del euro y de la estabilidad presupuestaria, el mayor control y
capacidad sancionadora de instituciones comunitarias sobre los presupuestos de
los Estados miembros y en marcar las líneas rojas del cambio institucional que
es necesario impulsar en la eurozona y el conjunto de la UE. Líneas rojas que
vienen determinadas por una negativa rotunda a establecer mecanismos
automáticos de mutualización de deuda y en evitar cualquier medida de apoyo que
pueda alentar la más mínima desatención en los compromisos adquiridos por los
países del sur de la eurozona para llevar a cabo las reformas estructurales que
consigan reducir al mínimo sus desequilibrios macroeconómicos.
Habrá
probablemente, gracias al acuerdo, más flexibilidad en la consecución de los
equilibrios de las cuentas públicas y exteriores sin alejarse de la disciplina
fiscal. Y mayor presencia de inversiones europeas que contribuyan a superar el
descrédito de las instituciones comunitarias y a sembrar la esperanza de que
también las economías del sur de la eurozona saldrán algún día de la crisis y
el estancamiento económico. En todo caso, la continuidad de las políticas de
austeridad y disciplina fiscal es innegociable y la nueva gran coalición sólo
admitirá avances institucionales sustanciales cuando los países del sur de la
eurozona lleven a cabo las reformas estructurales que garanticen disciplina
fiscal, mayores posibilidades de ajuste del mercado laboral a la coyuntura
económica y unas estructuras productivas más homogéneas con las de sus socios
del Norte. Mientras tanto, los mecanismos europeos de financiación, ciertas
modalidades limitadas de mutualización de la deuda pública y los rescates
tendrán la función de incentivar que las reformas estructurales y los ajustes
sigan su curso y que las autoridades nacionales no se plieguen a la presión de
la calle.
La defensa
del acuerdo por parte de la dirección socialdemócrata ha estado centrada en la
conquista que supone el salario mínimo y en las nefastas consecuencias de un
rechazo de las bases del partido que acarrearía la dimisión de la actual
dirección, la amenaza de fracturas irremediables en el SPD y una larga marcha
por el desierto de la oposición.
Los
argumentos esgrimidos parecen haber vencido muchas resistencias iniciales y han
convencido al 75,96% de los miembros del SPD que han participado en la votación
(un 77,86% del total de 474.820 adherentes al partido que habían sido llamados
a votar). El 23,95% de los votantes han manifestado su oposición al
acuerdo y alrededor de 105.000 afiliados no han votado. En resumen, una
indiscutible victoria de apoyo al acuerdo y a la actual dirección del SPD,
especialmente para su presidente Sigmar Gabriel que llevó el peso de las
negociaciones, consiguió sacar el mejor partido al desastre electoral sufrido
hace tres meses (desde 1949, solo los resultados electorales del SPD en 2009
fueron peores que los del pasado 22 de septiembre de 2013) y arriesgó mucho
personalmente abriendo un proceso inédito de dar la última palabra al conjunto
de los miembros del SPD. Gabriel ha sido largamente recompensado por su trabajo
con la vicecancillería, el Ministerio de Economía y Energía y una presencia de
sus colegas de la dirección socialdemócrata en el nuevo Gobierno muy por encima
de lo que podía esperarse del pobre resultado de su partido en las reciente
elecciones federales (25,7% de los votos frente al 41,5% de la derecha
conservadora). Además de Merkel y Gabriel, el nuevo Gobierno contará con 5
ministros del SPD, 6 de la CDU y 3 de la CSU. El SPD consigue los ministerios
de Economía y Energía, Asuntos Exteriores, Trabajo y Asuntos Sociales,
Justicia, Medio Ambiente y Familia.
El salario
mínimo, su alcance y posibles consecuencias económicas
La
aceptación del salario mínimo por parte de los conservadores ha sido la pieza
clave que ha permitido llegar a un acuerdo de coalición que pudiera ser
ratificado por las bases socialdemócratas. ¿Qué alcance tiene el salario mínimo
y qué potenciales repercusiones cabe esperar de su implantación?
Se ha
acordado un salario mínimo de 8,5 euros por hora que entrará en vigor en 2015 e
irá sustituyendo progresivamente a los acuerdos colectivos sectoriales que en
materia de salario mínimo hayan convenido una cuantía inferior. Como
consecuencia, la extensión del nuevo salario mínimo a todos los sectores de la
economía alemana no será plena hasta el año 2017.
El número de
trabajadores beneficiados por la medida y el incremento nominal de sus ingresos
salariales son poco precisos. Sirva como indicador fiable los datos que
proporciona el Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW), que estima
que el nuevo salario mínimo podría afectar, cuando sea totalmente efectivo, al
17% del total de los asalariados alemanes o algo más de 6 millones de
trabajadores. La distribución sectorial, social y territorial de esos efectos
será muy desigual, ya que se verán especialmente involucrados el 46% de los
trabajadores con un empleo a tiempo parcial, el 44% de los jóvenes menores de
24 años, el 34% de los trabajadores del campo, el 34% de los trabajos que no
requieren ningún tipo de cualificación formal, el 32% de los que trabajan en
pequeñas empresas de menos de 20 empleados, el 27% de los trabajadores de
Alemania del Este (en los Länder de la desaparecida República Democrática
Alemana), el 22% de los que trabajan en servicios vinculados al consumo o el
21% de las mujeres trabajadoras.
Como media,
esos 6 millones de trabajadores alemanes que ahora perciben menos de 8,5 euros
por hora verían aumentar sus ingresos nominales en torno al 30%. Y la repercusión
sobre la masa salarial agregada, si no hubiera modificaciones en el nivel de
empleo, se situaría en un aumento de entre el 3% y el 5%.
El salario
mínimo legal acordado es significativamente inferior al que ya existe en una
parte importante de los acuerdos sectoriales vigentes. Y es también inferior a
los establecidos en Luxemburgo (10,8 euros por hora), Francia (9,4 euros),
Bélgica (9,1 euros), Holanda (9 euros) o, incluso, Irlanda (8,7 euros); aunque,
por supuesto, es muy superior a los de España (3,9 euros), Grecia (3,4 euros) y
Portugal (2,9 euros)
Respecto a
las posibles repercusiones económicas del alza del salario mínimo hay muchas
opiniones, pero ninguna de ellas puede alegar argumentos concluyentes de
carácter teórico o empírico; menos aún, en el resbaladizo terreno de su impacto
sobre el empleo. Aunque la agitación de la patronal y de los medios que
representan a la derecha conservadora o liberal es grande y procuran alarmar a
la opinión pública por sus potenciales efectos negativos, no parece que el
impacto del nuevo salario mínimo en términos de destrucción de empleos vaya a
ser demasiado importante. Las previsiones más pesimistas estiman un potencial
destructivo de entre 350.000 y 1,6 millones de empleos, pero hay también
razones poderosas para suponer que el incremento del salario mínimo en hogares
con una alta propensión al consumo incrementará la demanda doméstica y generará
actividad económica y empleos que podrían ser tanto más numerosos cuanto más se
oriente la nueva demanda hacia la producción doméstica en lugar de hacia los
bienes importados.
¿De qué
depende que el impacto del salario mínimo sea más o menos beneficioso para los
sectores más frágiles de las clases trabajadoras?
En primer
lugar, de la capacidad que tenga la patronal de eludir su implantación
camuflando parte del empleo actual en la economía sumergida,
transformando contratos laborales por otros de carácter mercantil que
convertirían a trabajadores asalariados en falsos autónomos o sustituyendo
empleos a tiempo completo por mini-jobs, aprovechando que éstos cuentan con un
tratamiento fiscal más favorable y unos costes de seguridad social inferiores.
Podría darse la siguiente paradoja: la extensión y el aumento del salario
mínimo repercutiría negativamente sobre el empleo asalariado, especialmente en
las actividades menos productivas y rentables en las que abundan los empleos
más precarios y peor remunerados; finamente, la suma del aumento de las rentas
salariales mínimas y del retroceso del empleo podría neutralizar el impacto
sobre la masa salarial global.
En segundo
lugar, del impacto del salario mínimo sobre la inflación y, como consecuencia,
sobre la evolución de la capacidad real de compra de los salarios. Podría darse
la siguiente situación: el mayor nivel del salario mínimo no mejora de forma
significativa el poder adquisitivo de parte de los trabajadores beneficiados.
Especialmente, si ese aumento nominal del salario implica un aumento del tipo
marginal del impuesto sobre la renta de las personas físicas o una reducción de
las transferencias públicas que en forma de bienes públicos o, directamente, en
forma de renta percibían antes las personas y hogares que no alcanzaban
determinado umbral de ingresos.
Como se
puede deducir de los comentarios anteriores, la responsabilidad de los
sindicatos y los partidos de izquierdas en la tarea de control de las posibles
derivas indeseables que pueden perjudicar los intereses de los sectores que
teóricamente deberían beneficiarse de la implantación del salario mínimo es un
factor esencial a la hora de neutralizar sus potenciales efectos negativos.
Respecto a
su impacto positivo sobre las economías de la eurozona, las dudas son de
similar envergadura, sino más.
En el peor
de los casos, la competitividad de los productos alemanes va a verse poco
afectada, dado que la demanda exterior de la producción alemana es muy
inelástica, sufre poco con el aumento de sus precios y la apreciación del tipo
de cambio efectivo real tiene un impacto muy pequeño. El alza de la demanda
doméstica de bienes de consumo que pueda generar el aumento del salario mínimo
no va a suponer tampoco un salto significativo en las importaciones alemanas
procedentes del resto de países de la eurozona, ya que mayoritariamente son
bienes industriales, equipos y materiales de transporte.
En resumen,
el aumento de los salarios nominales que va a suponer la implantación del nuevo
salario mínimo para una franja significativa de las clases trabajadoras de
Alemania es importante y va a beneficiar especialmente a los sectores más
frágiles. No obstante, su alcance respecto al aumento de la capacidad
adquisitiva de los salarios o del empleo es tan discutible como impreciso,
aunque no parece que vaya a ser muy grande.
Lo más
probable es que el nivel general de precios en Alemania reciba un pequeño
empujón, pero ese ligero aumento de la inflación y de los salarios nominales
más bajos va a tener mayor incidencia en fortalecer la obsesión por mantener a
raya la inflación y la presión sobre la política monetaria del BCE que en perjudicar
los márgenes empresariales, las exportaciones alemanas o el empleo. También
cabe esperar que el consumo de los hogares de menor renta aumente algo y tenga
un efecto final positivo sobre las importaciones alemanas procedentes de sus
socios de la eurozona. En todo caso, poca cosa. Nada que vaya a producir
cambios sustanciales en la situación económica y el empleo en Alemania o en los
países del sur de la eurozona.
¿Quién
capitalizará en Alemania y en Europa la nueva gran coalición?
En el corto
plazo y en Alemania, ambas partes; especialmente sus principales dirigentes,
Merkel y Gabriel. Ambos han logrado lo que querían y cuentan con el apoyo,
según todos los sondeos de opinión, de la mayoría de la sociedad alemana. Pese
a ello, conviene tener en cuenta que las reticencias que despierta el acuerdo
son muy importantes, como ya han mostrado las manifestaciones realizadas por la
patronal y los medios de comunicación más influyentes y lo irán demostrando con
mayor rotundidad que hasta ahora el resto de fuerzas políticas, tanto los dos
grupos parlamentarios de oposición (La Izquierda y Los Verdes), que son
inequívocamente progresistas, como las principales fuerzas extraparlamentarias
de derechas (Alternativa para Alemania y Partido Democrático Liberal) que se han
quedado a unos pocos miles de votos de entrar en el Bundestag y que,
seguramente, reforzarán sus posiciones en las próximas elecciones al Parlamento
Europeo.
En España,
la repercusión ha sido aparentemente muy escasa, al menos por ahora. El acuerdo
desautoriza o debilita las posiciones de la parte más cavernícola de la derecha
española que intenta arrasar al PSOE y sus posibilidades electorales y, de
paso, a los dos grandes sindicatos.
Por otro
lado, el nuevo Gobierno alemán también alienta la ilusión de un gran pacto en
materia económica entre el PP y el PSOE que los desequilibrios y debilidades
estructurales de la economía española hacen imposible. La gran coalición
alemana va a suponer, probablemente, un obstáculo para el desarrollo de las
propuestas de izquierdas en el PSOE y para la credibilidad de esas propuestas.
Hará más difícil que un programa alternativo al del PP y al de las
instituciones europeas, nítidamente enfrentado a las políticas de recortes,
austeridad y privatización de lo público, gane terreno en el seno del PSOE y
que los sectores socialistas de izquierdas se reafirmen como alternativa a la
actual dirección del PSOE y a su intención de sucederse a sí misma tras el paso
atrás que pronto deberá dar (¿o no?) Rubalcaba.
¿Y a medio y
largo plazo quién rentabilizará el acuerdo de gran coalición? ¿Qué partidos
capitalizarán los frutos de las medidas de carácter más social que apruebe y
aplique el nuevo Gobierno? En Alemania, la propia subordinación del SPD a
Merkel y a la mayoría gubernamental conservadora hará muy difícil que los
socialdemócratas rentabilicen sus hipotéticos logros y mucho más fácil que los
posibles traspiés y los nuevos episodios de crisis que pueden sobrevenir en la
eurozona sean cargados a las espaldas del SPD.
Merkel ya encabezó
otra gran coalición con los socialdemócratas entre 2005 y 2009 que acabó en la
derrota electoral más estrepitosa en la historia del SPD. Tras intentar poner
tierra por medio respecto a las posiciones que mantuvo durante la anterior gran
coalición presidida por Merkel y antes, respecto a las políticas que se
aplicaron durante los dos mandatos de Schröder (1998-2005), e intentar
recuperar parte de sus señas de identidad como partido de izquierdas durante la
reciente campaña electoral, el SPD cambia de nuevo el paso y se vuelve a
enredar en una coalición con la derecha en la que ocupa la subordinada posición
que le viene asignada por sus malos resultados electorales. Sería una auténtica
sorpresa que en tales condiciones pudiera reforzar su posición y ampliar su
electorado en próximas elecciones.
En el resto
de Europa, el análisis de las posibles repercusiones es igual de complicado. La
reafirmación de la estrategia conservadora de salida de la crisis basada en la
austeridad, la devaluación interna y los recortes llevan a los países del sur
de la eurozona a un callejón sin salida y siembra desesperanza entre los
sectores que han sido arrojados al paro y la pobreza por la crisis económica y
las políticas aplicadas. La desafección con esas políticas y con las
instituciones comunitarias que las encarnan va a proseguir y se va a manifestar
a muy corto plazo en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, por mucho
que la suavización de la austeridad que pueda propiciar la presencia
socialdemócrata en el nuevo Gobierno alemán pueda limitar su alcance.
La mayor
flexibilidad en los ritmos de recortes de gasto público que se exijan a las
economías del sur de la eurozona, algunos tímidos avances en el cambio
institucional que está en marcha, especialmente el importante proyecto de Unión
Bancaria que sigue su camino a paso de tortuga, y algunos proyectos
comunitarios que favorecerán la inversión en infraestructuras comunitarias y
una mayor implicación financiera europea a favor del empleo juvenil no van a
impedir que la fragmentación financiera, bancaria y productiva siga existiendo.
Tampoco, que esa fragmentación acabe plasmándose en el mapa político e incida
en una creciente desigualdad económica y en una crisis social propicias para el
desarrollo de xenofobias, nacionalismos simplistas y exasperados o medidas
autoritarias que representan la contra imagen y los contravalores de lo que
pudo ser, no ha sido y debería reafirmar y conquistar en un próximo futuro un
proyecto progresista de construcción de la unidad europea.
El acuerdo
suscrito por los socialdemócratas alemanes pinta muy mal para un proyecto
europeísta de progreso, para los países del sur de la eurozona y para los
millones de personas que en Europa sufren el paro y la pobreza. Tampoco parece
que los réditos que pueda sacar el SPD vayan a ser muchos. Y menos aún, sus
correligionarios de los países del sur de la eurozona. Todo parece indicar que
el SPD ha hecho un mal negocio. Merkel, encantada, afianza la hegemonía de la
derecha europea y reina en Europa.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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