Artículos de Opinión | Benito García Pedraza (No a la Guerra
Imperialista) | 23-12-2013 |
El
neo-fascismo, como fenómeno social y político, puede remontarse a la década de
los 60 y 70 del siglo pasado. En esa época aparecieron una serie de
organizaciones socio-políticas de carácter marginal en Europa Occidental que,
fundamentalmente, se planteaban como un desafío a las organizaciones de
izquierdas.
Las
formaciones que aparecen lo hacen en países que han sido "feudo" del
fascismo en las décadas de los 30 y de los 40 y, en primer lugar, reivindican
este pasado, lo que les pone en un serio problema con las instituciones
políticas del momento que, formalmente, han ilegalizado ese tipo de
organizaciones, con lo cual tienen que actuar al filo de la legalidad. Pero el
desafío que coronan es aparecer "oficialmente" a cara descubierta,
además de plantar pelea a la izquierda en la calle (conferencias, contra-manifestaciones,
enfrentamientos callejeros, asesinatos y terrorismo urbano). Las organizaciones
fascistas de este periodo "conectan" con el sistema, precisamente, al
convertirse en fuerzas subalternas que hacen el trabajo "sucio" de la
policía en sus enfrentamientos urbanos con la izquierda, y también al servir de
hilo conductor de la propaganda anti-comunista mundial que, en ese momento, se
canalizaba en los enfrentamientos internacionales contra los movimientos de
liberación nacional en las ex-colonias y contra la URSS [1].
Esta
etapa es sucedida por una institucionalización de los movimientos ultras
formados en torno a nuevos partidos que soslayan la primera represión de los
regímenes democráticos contra los nuevos partidos fascistas, es entonces cuando
aparecen las siglas que hoy conocemos como referentes de la ultra-derecha en
casi todos los países occidentales, con un fuerte componente nacionalista que,
en algunos casos, es secesionista (como en Bélgica) [2].
Las
nuevas formaciones fascistas reciben en la década de los 90 un fuerte impulso
con el desmoronamiento del sistema socialista en la Europa Oriental, al fin y
al cabo su enemigo "natural". Entonces es cuando logran superar la
marginalidad y empiezan a alcanzar cuotas de poder en los ayuntamientos, etc.
Pero se puede decir que la ultra-derecha es víctima de su propio triunfo; el
despegue electoral también evidencia su incapacidad para gobernar los
ayuntamientosy que, al fin y al cabo, también son parte del
"sistema", surgen los escándalos por corrupción, y las decepciones en
torno a la aplicación de su programa político (de "derechas" en lo
económico y de "izquierdas" en lo social), así como el aumento de la
conflictividad social allí donde gobiernan y, sobre todo, los personalismos que
pueblan el extremismo político y que amenazan continuamente sus proyectos,
finalmente es el propio sistema el que les engulle tras perder la confianza de
los electores. En Italia, su fusión con el neo-liberalismo es casi total y
Berlusconi los aprovechará tanto como fuerza electoral cuanto como
funcionariado político de su Gobierno.
En
todo caso, las siglas de la ultraderecha cimentadas en las tres últimas décadas
del siglo XX se sostienen a comienzos del siglo XXI, donde encuentran un
terreno abonado en el crecimiento de la conflictividad social y en
-paradójicamente- la crisis del neoliberalismo que el derrumbe del socialismo
en Europa a finales de los 80 había instaurado como política gubernamental (y
de lo que ellos se beneficiaron en su momento). Primero, las manifestaciones
contra la guerra de Irak y, luego, la incipiente contestación social contra la
crisis económica mundial, ha producido con el ultraismo de derechas se recicle
para presentarse como alternativa social, política y hasta cultural a la
ciudadanía... En ello tiene mucho que ver todo el trabajo previo que desarrollo
el neoliberalismo en las sociedades europeas, que fue introduciendo y
recuperando valores y planteamientos de la derecha del siglo XX y del siglo
XIX. Una vez que esa derecha retrocede, es su extremo ultra el que avanza sobre
el terreno que ha conquistado reutilizando sus aportaciones y presentándose
públicamente como "alternativa" y contestación al fortalecimiento de
la izquierda.
Algunos
investigadores se extrañan de que el proletariado pueda llegar a votar
fascista, otros lo ven como un nuevo motivo de clase para recelar de él. Además
de que históricamente esto no es nuevo, lo cierto es que ya el marxismo ha
estudiado hasta la saciedad la formación del "cesarismo" político,
primero en la formación del Bonapartismo (tanto Napoleón Bonaparte como su
sobrino Luis Napoleón Bonaparte, el "pequeño" Napoleón), y luego en
la forma del nazi-fascismo que se instaló en Europa Occidental en la década de
los 30 y 40 y que en España, prácticamente, llegó hasta los 70. El cesarismo se
produjo cuando ninguna de las dos fuerzas sociales principales del conflicto
político (patricios y plebeyos, obreros y burgueses) son capaces de conquistar
y monopolizar el poder político, entonces surge una fuerza intermedia que lo
hace, cuando esta fuerza intermedia (e interpuesta entre las dos principales
fuerzas sociales en conflicto) lo hace en beneficio de los trabajadores se
habla de un cesarismo progresista, es el caso de Julio Cesar o de Napoleón
Bonaparte, pero cuando esta fuerza intermedia ejerce el poder político en
beneficio de los capitalistas y los terratenientes se habla de un cesarismo
reaccionario, es el caso del "pequeño" Bonaparte, el sobrino del Gran
Bonaparte, y es el caso de los fascismos de los años 30 y 40. El cesarismo,
bonapartismo o fascismo es, por tanto, un fenómeno dictatorial asociado a la
dominación de la burguesía (progresista al comienzo del ciclo histórico de su
dominación, reaccionaria al final de ese ciclo)... Teniendo en cuenta que sólo
dos clases sociales están capacitadas para unir a toda la sociedad a su
proyecto histórico, o bien la burguesía o bien el proletariado. En la medida en
que surjan cesarismos en la historia, y particularmente en esta etapa de
decadencia del capitalismo, su progresividad o regresividad se medirá según si
se apoyan en la burguesía para gobernar o en el proletariado [3].
Concretamente,
en el fenómeno del fascismo debe verse la reacción del viejo orden feudal al
avance del capitalismo moderno con su corolario de democratización del poder y
movilidad social. Pero el fascismo no se limita a rememorar un pasado
idealizado (lo que hace hasta la saciedad) sino que, además, se propone como
modelo y ejemplo de síntexis de ese pasado con la modernidad, por esa razón con
los fascismos europeos del siglo XX también vamos a ver un reagrupamiento de
las fuerzas productivas según las exigencias de la moderna industria, una
creciente urbanización de la población y una limitada concesión de derechos
sociales y laborales, en consonancia con la creciente importancia de la clase
obrera y con el periódico colapso del capitalismo. En definitiva, el fascismo
salva de la ruina al capitalismo, restablece el orgullo de clase de los
antiguos estamentos monárquicos mientras que contiene la fuerza social y
política del proletariado obligándola a cumplir con la disciplina del
capitalismo feudalizado [4]... No sin provocar un aumento de la competencia
internacional con el capitalismo liberal de las democracias periféricas
mientras alienta el conspirativismo de la clase obrera que sólo encuentra una
forma de ganar espacio político y sindical en la sociedad a través de las
acciones clandestinas, lo que conlleva una espiral represiva.
Si
el fascismo cubrió sobradamente su ciclo histórico, es imposible e impensable
que vuelva al poder político. Y sin embargo, como fenómeno marginal, persiste
en nuestras sociedades. A esta persistencia se debe, como ya hemos indicado,
tanto la frustración de la clase obrera que se encuentra momentáneamente
bloqueada en su representación política y sindical como el propio fracaso de la
sociedad burguesa a la hora de cumplir con las expectativas que difunde entre
la población; de esa forma, los mensajes del fascismo penetran en la sociedad
como respuestas puntuales a problemas globales que requieren de un programa
político de transformación social sostenido en el tiempo y en el espacio -pero
que la burguesía ya es incapaz de presentar... En tanto ajuste de cuentas en el
seno de la burguesía, el fascismo representa un camino más corto respecto al
problema estructural del capitalismo, en tanto disciplinamiento de las fuerzas
productivas de la sociedad el fascismo representa una declaración de guerra
para la clase obrera. Por esa razón, es imposible su regreso de la misma forma
que en los años 30, no sólo porque lograría la oposición de la gran mayoría de
la sociedad, sino porque en su propio crecimiento se cifra su propia
fragmentación desolado por un reguero de disputas internas.
Entonces,
por qué se mantiene como fenómeno marginal. Evidentemente, porque al
capitalismo, y particularmente a este capitalismo globalizado, le resulta
económico y barato mantener el fantasma del fascismo: primero porque introduce
su propia contradicción en el orden democrático, luego porque introduce esa contradicción
en el seno de la clase obrera, finalmente porque aprovecha esa contradicción en
términos geopolíticos para desestabilizar países y planear golpes de Estado.
La
historia del fascismo, en resumidas cuentas, es la historia de los imperios
centrales europeos [5]. Divididos a lo largo del siglo XX, tras la 1ª y la 2ª
guerra mundial, la continuidad ideológica que establece el fascismo es con las
monarquías absolutas europeas que se resisten denodadamente a la
democratización y que, en cambio, admiten una industrialización parcial en
función de los intereses de los grandes terratenientes. La guerra que libran
estos Estados monárquicos con las democracias liberales finalmente la pierden,
lo que les cuesta a los latifundistas perder el predominio sobre el Estado. Sin
embargo, su ideología y su dominio social y político permanece en las regiones
de los nuevos Estados democratizados, protegidos por la nueva burguesía liberal
dominante que puntualmente los necesita para hacer frente al pueblo emancipado
social y políticamente.
Por
otra parte, cuando el fascismo cruza el Atlántico y se establece en América del
Norte como ideología es empleado como técnica de gobierno e instrumento de
manipulación de masas, refinándose la ideología burguesa con las sutilezas del
pensamiento centro-europeo. En América, el fascismo, además, dará su propia
cosecha política asociándose con los sectores más xenófobos y racistas de la
sociedad, empleándose como herramienta anti-comunista a nivel universal.
Colaborarán en la elevación de dictaduras al poder, y en el derribo de esas
dictaduras cuando convenga a su cinismo político [6], allí el fascismo entra en
su quintaesencia de refinamiento y regresará a Europa en la forma de
neo-conservadurismo, confundido con el pensamiento burgués anti-democrático del
siglo XIX.
La
1ª Guerra Mundial fue prevista como inevitable por las democracias liberales y
las monarquías constitucionales, en la medida en que ambos sistemas construían
nuevos Estados nacionales a la vez que reprimían al proletariado que ya se
presentaba con un programa político alternativo, y en la medida en que en estos
nuevos Estados se producía una concentración industrial completaría con su
expansión territorial de ultramar en la forma del colonialismo (dando lugar a
la época del Imperialismo). Por lo tanto, los países europeos que luchaban por
la hegemonía mundial de sus Estados capitalistas iniciaban una carrera
armamentística previa a una futura confrontación bélica que era asunto de los
periódicos de la época.
En
esa confrontación, los partidos obreros de la II Internacional concedieron su
apoyo a la burguesía nacional para ir a la guerra, desatando una crisis que
daría lugar al surgimiento del bolchevismo primero, y de los partidos
comunistas después, y a la formación de una nueva Internacional obrera. La Paz
de Versalles que las potencias vencedoras de la 1ª Guerra Mundial firmaron dejó
sin cicatrizar las causas de la guerra, introdujo en Europa el principio de las
nacionalidades, dando por terminados, teóricamente, a los imperios centrales, y
poniendo las bases (teóricas, también) de un sistema colectivo de paz y
seguridad que, a todas las luces, no se respetaron como demostró el comienzo de
la 2ª Guerra Mundial. No sólo las burguesías nacionales vieron en el fascismo
una forma de combatir el fortalecimiento de los partidos obreros (socialistas y
comunistas) tras la 1ª Guerra Mundial, y una forma de enfrentarse a la amenaza
política e ideológica que a nivel mundial representaba la Rusia Soviética sino
que, además, demostrando un nulo aprendizaje de las lecciones de la 1ª Guerra
Mundial insistieron en el imperialismo como forma de repartirse al antiguo
Imperio Alemán y, además, toleraron un rearme generalizado de todos los países
europeos, incluida Alemanía -a pesar de lo que habían dicho en la Paz de
Versalles. Entonces, también fue claro para los contemporáneos de la época que
el orden internacional nacido de la 1ª Guerra Mundial era sólo un espejismo que
pronto (en 20 años) se resolvería en una nueva guerra mundial -que empequeñecería
los horrores de la primera.
Una
diferencia fundamental entre la Paz de la 2ª Guerra Mundial y la Paz de la 1ª
Guerra Mundial es que en la 2ª ya no va a poder ser ocultado el papel y la
relevancia geopolítica de la Rusia Soviética, a diferencia de lo que ocurrió al
final de la 1ª Guerra Mundial (donde el nuevo Estado ruso firmó una paz por
separado con la Alemania imperial, enfrentándose a la vez a una guerra civil
que sería apoyada por los países vencedores en la 1ª Guerra Mundial). Lo que se
pone de manifiesto en la Paz posterior a la 2ª Guerra Mundial es que el
principio de las nacionalidades ha llegado a Europa de una vez y para siempre,
lo que sella el destino de una vez y para siempre de los imperios europeos
continentales. paralelamente al principio de las nacionalidades, la
desfasticización de la sociedad europea y su democratización otorga el poder
político a gobiernos populares (de ideología socialista o comunista), lo que
pone en un verdadero aprieto no ya al fascismo o a la reacción europea (que
políticamente ha sido derrotado) sino a Estados Unidos y a su orden hegemónico
liberal. Si bien los juicios de Nuremberg y otros que se producen en Europa
dejan claro que las nuevas democracias nacen por oposición al fascismo, esta
ideología encontrará una forma de sobrevivir, como ya decíamos antes, haciendo
las Américas, y siendo apoyado y comprendido por EE.UU. en Europa, que a partir
de entonces pone en marcha su política de guerra fría contra la URSS.
El
fascismo, si bien reprimido y marginado, comienza a ser una forma de evitar la
llegada de socialistas y comunistas en Europa Occidental al poder, siendo
ambos, pero sobretodo los comunistas, vistos con desconfianza como agentes
encubiertos de la URSS. Y con el apoyo subrepticio al fascismo se produce una
revisión de la historia europea particularmente en lo referente a las dos
guerras mundiales que tuvieron como protagonistas a las potencias europeas.
La
insistencia en contar la historia de Europa en términos de vencedores y
vencidos, la cultura de la violencia, la manipulación de masas, el consumismo,
el neoimperialismo, la intensificación de la explotación laboral, el deterioro
de los servicios públicos (fundamentalmente sanidad y educación), la renovación
de plataformas militares propias de la guerra fría como la OTAN, la
actualización de la doctrina geopolítica de "los aliados contra las
potencias del eje"... Todo eso hace que el fascismo, si bien no esté de
plena actualidad, si que cobre interés y atractivo para determinadas capas sociales
que, tanto a la derecha como a la izquierda, se puedan sentir
"desheredadas" por el sistema. Si a eso sumamos una historia política
polarizada y una herencia cultural autoritaria tenemos el caldo de cultivo
idóneo para el resurgimiento de este movimiento. Un fenómeno para el que no
hace falta nada más que ver los periódicos occidentales (y particularmente los
españoles) y leer cosas como "juventud sin futuro",
"privatización de las pensiones", "alargamiento de la edad de
jubilación", "desahucios", "muertes por hambre",
"desnutrición infantil", "aumento de los suicidios",
"reducción salarial", "emigración laboral" [7]... Y si la
crisis política la sumamos a la crisis social y económica es el cóctel perfecto
para que el sistema estalle en un sentido o en otro.
Paradójicamente,
y esto es lo que refuerza a las opciones anti-sistemas en las que eventualmente
se puede situar el fascismo, la Unión Europea y el liberalismo internacional no
hacen sino atar más firmemente a ese sistema moribundo, con lo cual las posturas
de la población se radicalizan en un sentido o en otro, o a favor de una
solución política y constructiva o en contra de ella.
[1]
El Mayo francés de 1968 se produce en plena guerra de Vietnam, en ese momento
la ultraderecha estudiantil se presta al general De Gaulle, a la sazón
presidente de la V República, para hacer frente a la izquierda en la calles y
en la Universidad, organizando actos proselitistas en Facultades donde son
mayoría como Derecho, recordando la consigna del general Suharto de Vietnam del
Sur "Matad a los comunistas allí donde se encuentren", a lo que
responde la izquierda universitaria "Fascistas que escapasteis de
Dien-Bien-Phu, no escaparéis [del campus] de Nanterre". A cambio de los
servicios prestados por la ultraderecha al anciano presidente, este amnistiará
a miembros de la organización terrorista OAS. Para entonces, ya se ha producido
el encuentro entre la ultraderecha inmediatamente posterior a la II Guerra
Mundial que representa Jean Marie Le Pen (poujadismo) y la ultraderecha juvenil
que brota de los nuevos radicalismos políticos (François Duprat).
[2]
Los principales referentes ultra en Europa Occidental son el Nuevo Partido
Alemán (fundado en 1964) y el Frente Nacional francés (fundado en 1972),
procedentes, a su vez y respectivamente, de las organizaciones ultra Partido
Imperial Socialista (primer intento político de “dignificación” de la ideología
nazi posterior a la 2ª Guerra Mundial) y Orden Nuevo (que serviría de puente
entre los estudiantes ultra que combatieron a la izquierda en el Mayo francés y
el nuevo partido político). En Bélgica hay un partido ultra que ha pedido la
secesión de la comunidad flamenca (de lengua neerlandesa u holandesa) del país
desde la década 1970, recuperándose de su última ilegalización política a
comienzos del siglo XXI; a comienzos de los 90 nuevos partidos ultra también se
apuntaron al secesionismo, como la Liga Norte en Italia que llegó a formar
parte del Gobierno italiano con Berlusconi las dos veces que este llegó al
Poder Ejecutivo. Valga decir que en Francia el Frente Nacional se ha
auto-impuesto la prohibición de aparecer públicamente junto al referente ultra
alemán, por las dificultades que eso le entraña respecto al electorado francés
en cuanto al recuerdo de la 2ª Guerra Mundial... Estas prohibiciones las ha
llevado hasta el extremo la nueva dirección del FN con su política de
"des-diabolización" de la imagen pública del partido. En España, los
partidos ultra que hay pueden dividirse en cuanto a las lealtades que profesan
a uno u otro de esos dos partidos ultra europeos (aunque se reconozca un mismo
ideario de fondo), siendo todavía el principal referente del país en ese área
la organización nacionalista fundada en la década de los 30. En todo caso, hay
que seguir la pista de las organizaciones ultra en España por cuanto puedan
aprovechar las redes clientelares del Partido Popular, al menos a escala local,
tras el declive de este partido.
[3]
Véase Antonio Gramsci: El Cesarismo.
[4]
Véase Barrington Moore, Jr.: Los orígenes sociales de la dictadura y la
democracia (Tercera parte, Capítulo VIII).
[5]
Se podría argumentar que el fascismo, como partido y movimiento político, nace
en Italia, fuera de la hégira de los imperios centrales europeos, pero esta
argumentación adolece de varias debilidades: 1.º Aunque el nazismo (o
nacional-socialista) diga de palabra reconocer la deuda ideológica contraída
con el fascismo italiano, de hecho su ideología se inspira en el nacionalismo
étnico que durante el Imperio Alemán se fue cultivando entre la aristocracia
alemana y bajo el que se produjo la obra de artistas como Wagner entre otros.
2.º Tanto el fascismo italiano como el nazismo alemán encuentran su impulso
socio-político en las consecuencias negativas de la 1ª Guerra Mundial para la
burguesía y la Monarquía de esos países, viendo su posición social y política
resentida, su país agraviado por los acuerdos de Versalles, con el peligro que
les supone el crecimiento en fuerza y número de las organizaciones sindicales y
políticas de la clase obrera; para estas clases sociales el nazi-fascismo
suponía un medio para enfrentarse en el plano interno con la cl ase obrera y en
el plano externo con las democracias liberales de ultramar (EE.UU., Reino Unido
y Francia) que se habían beneficiado a su costa. (Para el nacionalismo étnico
alemán, véase "Richard Wagner y el nazismo". Para el fascismo
italiano, véase "El fascismo en color").
[6]
Si bien Juan Domingo Perón llegó al poder democráticamente, sus inicios en la
política son gracias al golpe militar de 1930 (que le mandaría en viaje de
servicio a la Italia fascista para estudiar su sistema); bajo su gobierno,
Argentina y la Alemania nazi establecieron vínculos muy estrechos que llevaron
a Perón a colocar a algunos nazis de origen alemán (empresarios en Argentina)
entre sus directos colaboradores. Caída la Alemania nazi, y borrada esa
vinculación económica, los nazis argentinos también lo abandonaron a él,
preparándose un golpe de Estado que lo llevaría al exilio (véase “El oro nazi
en Argentina”).
[7]
Por añadir un datos más a la precarización de la vida en España, habría
disminuido la criminalidad global pero habrían aumentado los robos a domicilio
(El Mundo, 5/11/2013).
Fuente: www.tercerainformacion.es
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