nuevatribuna.es | 22 Diciembre 2013 -
17:36 h.
El
aborto puede ser en muchos casos un asunto de pareja, pero es en todo caso, una
cuestión de la mujer. Por eso hay quien lo regula. En Estados Unidos,
Dinamarca, Suecia, Canadá, Holanda, Austria, Noruega, Grecia, China o Cuba
entre otros países, se practica la interrupción voluntaria del embarazo. En
Israel, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Portugal o Japón entre otros
tantos, existe una ley de plazos que permite a sus mujeres, decidir en un
terreno tan íntimo y privado. Gracias a los hombres de honor que nos gobiernan,
la española es ya equiparable a la mujer en Arabia Saudí, Tailandia, Indonesia,
Irán, Egipto, Afganistán, México o Malta. Las portadas del mundo ya anuncian
que la interrupción del embarazo vuelve a considerarse un delito en
España. A partir de ahora, toda aquella que se quede embarazada sin
desearlo o simplemente engendre un feto con graves malformaciones, puede
convertirse en una presunta homicida como se le ocurra decidir sobre el rumbo
que ha de fijar su vida.
Igual
que al enemigo del bienestar en el más acá, le interesa la promesa de un
bienestar en el más allá, quien en el fondo no se encuentra a gusto con sus
convicciones en vida, quien busca reivindicar lo bello que hay en él -que diría
el filósofo-, quien sufre acaso un cargo de conciencia insuperable sobre sus
actos, precisa de cierta redención, un cierto sosiego de su existencia que sólo
puede lograr sublimando idealistas controversias.
Es
España un país donde un embrión es un bien jurídico, pero la
vida de la mujer a la que se lo detectan no es un derecho
fundamental. Un país donde su población no sabe distinguir entre feto y
zigoto; donde los ultras católicos financian llaveros con muñequitos emplacentados
que denuncian su sacrificio. Un país donde los mismos que hasta ayer
robaban bebes, denuncian sin firma -y sin concretar denuncia-, que aquellos son
pasados como tranchetes por las trituradoras de fregar los platos. Un país
donde sus médicos no integristas son llamados nazis por los nietos e hijos
ultras de aquellos. Es España en definitiva, un país absolutista,
huérfano de razón, donde una mujer no sometida al dictamen más integrista,
llega a convertirse en una vulgar ramera. Su embrión es por el
contrario sagrado. Sólo hasta que nazca. Una vez parido merece la misma
consideración despreciable que su madre y todo aquel que no piense como ellos.
Fuente:
www.nuevatribuna.es
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