David Torres
26 dic 2013
Mis
amigos extranjeros se sorprenden cada Nochebuena cuando ven que muchas familias
españolas se reunen puntualmente ante la pantalla de televisión para atender el
mensaje del rey Juan Carlos. No acaban de comprender que, igual que otros
países tienen a Santa Claus o a Papa Noel, con sus barbas, sus trineos, sus
renos y sus sacos de regalos, nosotros tenemos a un monarca que se aparece por
televisión cada Nochebuena para soltarnos un sermón y desearnos felices
fiestas. Mis amigos guiris no acaban de captar la relación lógica que se
establece de golpe entre la monarquía, la navidad, la política y la televisión.
No entienden por qué algunos españoles se echan a reír al verlo mientras que
otros se echan a llorar. Como todas las costumbres, ésta nuestra es bastante
difícil de explicar.
Francamente
(y disculpen el adverbio) no sé cuándo empezó la ceremonia borbónica de sentarse
delante del televisor y repasar los mejores momentos del año. La crisis
económica, las tensiones nacionalistas, la corrupción, todo dicho como de
pasada, con goma de borrar, diluido entre topicazos, una larga matraca de
lugares comunes sin apellidos ni nombres propios, sólo para reforzar un bonito
mensaje de unidad y cohesión, como si España fuese un club de fútbol. Cada
discurso borbónico es prácticamente una fotocopia del discurso del año anterior
en la que sólo cambian un par de detalles: un adjetivo, un verbo, las bolsas de
los ojos, una arruga más en la chaqueta, dos en las mejillas. Al día siguiente
(bueno, al día siguiente no, porque en Navidad las rotativas descansan, digamos
mejor hoy) todos los periódicos dedican al discurso real alabanzas y genuflexiones
sin cuento en las que, igual que los comentaristas deportivos con los goles de
Messi, desmenuzan los párrafos más sabrosos y analizan los mejores requiebros.
La
ceremonia está tan arraigada que lo más lejos que se ha llegado en España en
sentimiento antimonárquico es sugerir que se apague el televisor durante la
emisión, acto revolucionario y republicano donde los haya. Es una rabieta
infantil, de acuerdo, pero es que la navidad, el belén, el árbol con los
regalos y el mensaje real nos ponen a los españoles tiernos y mimosos, nos
predisponen a la niñez y nos dejan listos para los especiales de humor de
Nochebuena. Papá Noel, Santa Claus, el rey Juan Carlos, el turrón, el cava,
Alaska, Mario Vaquerizo y José Luis Moreno. El orden de los factores no altera
el producto navideño.
Como escritor profesional no sé qué me admira más: si
el trabajo del redactor encargado de escribirle el discurso al rey o el trabajo
de los comentaristas cortesanos que cada año glosan los mismos sintagmas
adocenados procurando evitar cada una de las zanjas que ha evitado previamente
el discurso real. Es una formidable exhibición de virtuosismo repetir año tras
año el mismo mensaje de unidad y reconciliación pintando un país en que
cualquier parecido con el de la realidad es pura coincidencia. Cuentan con la
ventaja de que el español es un idioma rico en sinonimia, pero incluso en
español los sinónimos se agotan. Nuestra paciencia, por lo visto, no.
Fuente: www.publico.es
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