Hay que poner en marcha una versión
inversa de ‘Cuéntame’ para contar la regresión del país
Hay bastante
de obsceno en anunciar que llega “el año de la recuperación” al mismo tiempo
que se congela el salario mínimo, el que cobran los más desfavorecidos de entre
los que trabajan, en 645,30 euros mensuales. Lo es más si de forma paralela a
esa decisión se sube el precio de la electricidad y el del transporte
ferroviario. El círculo del último Consejo de Ministros se cierra con una
revalorización mínima (0,25%) de las pensiones públicas. Si a ello se le puede
denominar recuperación, será una contradictoria recuperación desmoralizadora
para la mayoría, que aumentará sus problemas. O, como escribe El Roto: “Hay signos
alentadores: la grieta ha cambiado de signo”.
Rajoy posee
un relato económico: 2012 fue el año del ajuste, 2013 el de las reformas y 2014
el de la recuperación (y 2015, el de las elecciones). Pocos ciudadanos
coincidirían en denominar ajuste a los enormes y desiguales sacrificios,
reformas a los permanentes recortes de los sistemas de protección social y de
los salarios, y recuperación a algo que no reduce de modo sustancial el brutal
desempleo.
Dentro de
unos días comienza en TVE la decimoquinta temporada de la exitosa serie
Cuéntame. Los capítulos corresponden a 1982, el año en que los socialistas de
Felipe González comenzaron con enormes dificultades la universalización del
Estado de bienestar español (pensiones, educación, sanidad, seguro de
desempleo, negociación colectiva y, más adelante, el cuarto pilar de la
dependencia, esta vez con Rodríguez Zapatero) y, por ende, asentaron —con picos
de sierra— una mayor tendencia a la igualdad en las políticas económicas. Cuéntame
es la versión edulcorada de un tiempo de superación nacional, de un esfuerzo
por dejar atrás el subdesarrollo y llegar a la modernidad. Pero ahora, el país,
España, se encuentra en un grado de regresión espectacular. David Trueba
escribía en una estupenda columna de este periódico, que para ser exactos y
desarrollar lo que está ocurriendo en el presente habría que poner en marcha
una versión inversa de la serie, que se podría titular Des-Cuéntame:
“Empezará por la voz entusiasta del adulto Carlitos, que iría contando el
estado en que vivía, con educación gratuita, sanidad al alcance de todos,
protección social, macropabellones de arquitecto rutilante, perspectivas
asombrosas de progreso y estabilidad, para ir adentrándonos en el futuro con
olor a pasado”.
Un futuro
inmediato con un 26% de la población activa en paro, con el país de Europa
(exceptuando Chipre) en el que más han bajado los salarios durante el año que
ahora termina, con más de 200.000 empresas muertas, con una deuda pública que
asciende a un ritmo de 10.000 millones de euros al mes (en dos años ha subido
24 puntos, del 69% al 93,4% del PIB), con un crecimiento espectacular de los
hogares con muchas dificultades para llegar a final de mes, con casi dos
millones de familias en las que no se ingresa ningún sueldo; con emigración de
los más jóvenes y preparados, y el desánimo de muchos más para apuntarse a las
filas del desempleo, por su inutilidad (las dos últimas circunstancias son las
que explican que el número de personas apuntadas al Inem haya disminuido en
2013, no que hayan encontrado empleo, como dijo Rajoy en su conferencia de
prensa de balance del año), etcétera. En resumen, una sociedad devastada por
casi seis años de crisis económica y una gestión de la misma muy deficiente,
que no merece que la engañen más.
El presidente de Gobierno dijo
también que 2014 será el año en que dejemos atrás el miedo. No describió el
tipo de miedo que los ciudadanos padecen. Pero lo auguran todas las encuestas:
miedo a perder el puesto de trabajo, a no llegar a fin de mes, a quedarse atrás
en una distribución de la renta y la riqueza cada vez más regresivas como
resultado de la política económica aplicada; miedo a perder todavía más los
buenos detalles de la vida cotidiana. Y un miedo más difuso, pero creciente, a
que los políticos elegidos para que nos ayuden a arreglar los problemas
colectivos, no puedan hacerlo porque las decisiones más importantes se toman
más allá de donde esos políticos están. Lo que genera una desconfianza sobre la
democracia y su capacidad para solucionar las dificultades.
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