27 de Marzo
de 2015 (14:59 h.)
Advierto al
lector que con éste artículo hago un intrusismo intencionado, escribo sobre
teología sin ser teólogo y manifiesto mi opinión sobre un tema que no es de mi
incumbencia tal cual hace el clero al inmiscuirse en temas sociopolíticos
ajenos a la religión en su obsesiva ansia de ser custodios de la moral
ciudadana e imponer unos retrógrados modelos de familia, educación, sexualidad,
y convivencia en general. Deliberadamente he elegido la llamada Semana Santa
para publicar este escrito por haberse convertido en una de las principales
festividades del cristianismo cuando no es más que una usurpación de los
festejos paganos del equinoccio de primavera que ancestralmente celebraban la
entrada de la estación de la siembra en las sociedades agrícolas.
El
cristianismo es una franquicia
Siempre he
considerado el cristianismo –y en especial el catolicismo– como una especie de
franquicia; una multinacional de implantación progresiva que nuca fundó
Jesucristo, sino un tal Saulo de Tarso (hijo de padres judíos que cambió
su nombre por el romano de Pablo) cuando, después de perseguir encarnizadamente
a los seguidores de Jesús de Nazaret por herejes, inventó una nueva
religión que divinizaba al mismo hombre que antes persiguió.
Analizado en
frío, es fácil descubrir en Pablo a un hábil estratega y un genio de la
logística que pasó a convertirse de perseguidor en converso tras
asimilar algunas ideas de Jesús de Nazaret (personaje a quien nunca conoció),
adaptarlas a su conveniencia y propagarlas por demarcaciones geográficas cada
vez más lejanas, creando una red de franquicias en la cuenca
mediterránea (Filipo, Tesalónica, Corinto...), que Pablo controlaba a través de
cartas (o epístolas) que aun hoy son leídas en las iglesias cristianas
por formar parte del Nuevo Testamento y ser herramientas doctrinales.
Cambiar
fiestas paganas por cristianas
Pablo llevó
a cabo una impecable operación de marketing que culminó con la invasión
religiosa de la Roma pagana, una ciudad y un imperio que, tres siglos más
tarde, el emperador Constantino declararía cristiano. Una de las estrategias de
mercado aplicadas por Pablo y sus sucesores fue utilizar las
festividades paganas preexistentes para sustituirlas por las que imponían con
la nueva religión. Si antes poníamos como ejemplo la Semana Santa, algo similar
ocurrió en la Edad Media al fijar arbitrariamente los Papas que el 25 de
diciembre fuera la fecha del nacimiento de Jesucristo para que los fieles
dejaran de prestar su atención a las fiestas paganas del solsticio de invierno.
Hoy Jesús
repudiaría el catolicismo oficialista
No hay
referencias históricas de que Jesús de Nazaret, aquél palestino del siglo I que
predicó su visión del judaísmo, tuviera intención de abandonar la
religión aprendida de sus padres ni tampoco de que quisiera fundar una Iglesia.
Jesús sólo hizo lo mismo que otros como Juan el Bautista, y si en algún momento
hubiera querido fundar una religión diferente a la judía, habría dado
instrucciones precisas al respecto. Pero no lo hizo. Y de hacerlo, es obvio que
nunca habría instaurado una Iglesia como el catolicismo actual al que, sin
duda, repudiaría.
Es decir, el
cristianismo nació como una religión segregada de sus raíces judías, pero fue
Pablo el responsable de que esto sucediera y no Jesús, quien no fue más que un
sencillo judío con un compromiso social, defensor de las clases oprimidas
frente a las imposiciones del oficialismo fariseo y un idealista que pretendió
liberar a su pueblo del peso de una religión y de unos preceptos difíciles de
cumplir por el exceso de reglas que los fariseos adicionaron al judaísmo. Nada
apunta a suponer que Jesús de Nazaret pretendiera sustituir un yugo por otro
nuevo.
Conclusiones
El
cristianismo es una religión fundada por Pablo de Tarso quien, sin haber
conocido a Jesús, lo divinizó y manipuló sus enseñanzas adaptándolas a los
modelos de las religiones paganas que hablan de dioses que mueren y resucitan y
en las cuales los creyentes participan mediante ejercicios mágicos.
Esto explica
que tal vez aquél Jesús que se rodeaba de hombres y mujeres sencillos, muchas
veces pobres de solemnidad y marginados por el sistema, ante los que predicó
criticando muchos aspectos del judaísmo de su tiempo, sería hoy rechazado por
el Vaticano del mismo modo que siempre han abominado de los teólogos
progresistas adscritos a la Teología de la liberación.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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