Políticos de izquierda, e incluso
nacionalistas, criticaron ya en la década de los 30 a los catalanistas por
querer «descuartizar España» y, mientras tanto, «pedir dinero»
ISRAEL VIANA isra_viana / MADRID
Día 28/02/2014 - 09.25h
ABC
«La desafección de Cataluña (porque no es menos) se ha hecho
palpable. Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de la Generalitat y consortes, aunque no en todos sus detalles
de insolencia, han pasado al dominio público». Estas contundentes palabras
podrían haber sido pronunciadas hoy, inmersa como está España en la batalla por
el referéndum de
independencia promovida por Artur Mas. Sin embargo, fueron escritas por Manuel Azaña hace nada menos que 77 años.
ABC
Toma de posesión de Azaña y su gobierno en la Segunda
República (1936)
Junto al que fuera presidente del Gobierno de la República, en la década de
los 30 hubo otros muchos intelectuales y políticos de izquierdas, e incluso
nacionalistas, que se posicionaron contra los excesos de los autonomismos,
sobre todo el catalán. Ya fueran presidentes del gobierno como Juan
Negrín, que se llegó a mostrarse abiertamente irritado respecto a este
«problema», o ideólogos tan importantes como el considerado padre del
nacionalismo gallego, Castelao.
En 1932, poco antes de que se aprobara el primer estatuto de
Cataluña, el propio Ortega y Gasset aseguraba que «el problema catalán
no se puede resolver, sólo se puede conllevar; es un problema perpetuo y lo
seguirá siendo mientras España subsista». Y junto a él, intelectuales como Santiago Ramón y Cajal («deprime y
entristece el ánimo considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría
desea separarse de la patria común»), Miguel de Unamuno («soy doblemente español, por
vasco y por español») o Pío Baroja («los nacionalismos vasco y catalán se
fundamentan en textos de segundo orden»). Todos criticaron abiertamente los
desmanes nacionalistas y la manipulación e interpretación interesada que creían
que habían hecho de la historia de España.
Los autonomismos, un problema
La cuestión regional fue uno de los problemas que contribuyó
a acentuar el clima de crisis que se vivía en la Segunda República. El catalanismo –que iba un paso por delante de los
movimientos autonomistas vasco y gallego– demostraba cada vez más fuerza. De
hecho, tras la aprobación del primer proyecto de estatuto, que otorgaba un
amplio autogobierno a los catalanes, sus defensores –más federalistas que
independentistas– no dudaron en alzar la voz para criticar que éste rebajaba
sus pretensiones originales.
ABC
Negrín, en 1937, recién nombrado presidente del Gobierno
De ahí en adelante, el catalanismo fue cada vez más poderoso
y exigente políticamente. Y los autonomismos en general comenzaron a
representar para la República un problema que había que resolver cuanto antes.
La paciencia de muchos políticos e intelectuales estaba llegando a su límite. Y
aunque es cierto que no amenazaban la unidad del país, entorpecían los debates
constitucionales y no facilitaban el funcionamiento de las instituciones, según
defienden historiadores como Émile Témime, Alberto Broder o Gérard
Chastagnaret.
El mismo Azaña dejó escritas otras muestras de la
«desafección» por parte de Cataluña, al transcribir en su diario la opinión de
políticos con los que había intercambiado opiniones. En 1937, por ejemplo,
cuando reanudó esa afición por anotarlo todo, recogió el inmenso cabreo del entonces
jefe de Gobierno republicano, el socialista Juan Negrín, con el lendakari
vasco, José Antonio Aguirre, y lo que
para él representaban los nacionalismos en general: «Aguirre no puede resistir
que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre.
Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas
cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros,
o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían
por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero».
«No queremos separarnos de España»
Estas críticas llegaron incluso de figuras históricas como
Castelao. «Nosotros no queremos separarnos del resto de España, no intentamos
romper el vínculo de muchos siglos. Lo que queremos es crear una mancomunidad
de intereses morales y materiales», aseguraba un mes antes de que comenzara la Guerra
Civil, durante un mitin en el Teatro Rosalía de la Coruña.
ABC
Castelao
Y en 1937, añadía aún más contundente: «Quiero proclamar en
letras de molde lo que dijimos muchas veces en mítines de propaganda. Creemos
que el separatismo es una idea anacrónica y solamente lo disculpamos como un
movimiento de desesperación que jamás quisiéramos sentir». Unas palabras que
quedaban recogidas en «Sempre en Galiza», la obra en la que Castelao
resumía su línea ideológica, y en la que llegaba a asegurar que los
galleguistas «no intentaban tronzar la solidaridad de los pueblos españoles,
reforzada por una convivencia de siglos, sino más bien posibilitar la
reconstrucción de la gran unidad hispánica, o ibérica».
Voces críticas todas ellas que surgieron en un periodo como
el de la Segunda República, donde se alimentó el clima de efusión y confianza
entre los nacionalistas. Fue el mismo Azaña quien favoreció este crecimiento, a
pesar de sus posteriores críticas, al considerar indispensable para la
estabilidad de la democracia española dar a los catalanes un nivel aceptable de
autogobierno. La misma euforia que se vive hoy, a pesar de la sentencia de
2010, en la que el Tribunal Constitucional aseguraba que «la Constitución
no conoce otra nación que la española», y a pesar también de que expertos
han declarado recientemente que el referéndum es ilegal y contrario a la
Constitución. Parece que el «problema
perpetuo» catalán del que hablaba Unamuno sigue presente.
Fuente: http://www.abc.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario