12 de Marzo de 2015 (12:12 h.)
Cuando la izquierda está en el poder aplica su programa
mínimo, cuando la derecha llega aplica el máximo y lo que sea menester
Un día de mayo de 2010, el entonces presidente del Gobierno José
Luis Rodríguez Zapatero, que hasta la fecha había cumplido en gran medida
con su programa reformista, dio un giro copernicano a su política al anunciar
recortes drásticos, la reforma del artículo 135 de la Constitución para imponer
el pago de la deuda como principal obligación del Estado y sumarse, pasase lo
que fuese a su partido, a la corriente neoliberal impuesta por la Unión
Europea. Es posible que en aquellos días turbios, el Presidente pensase que o
eso o el abismo, que el destrozo del tejido productivo del país estaba llegando
a un extremo tal que en breve el Erario quedaría exhausto, que España estaba a
punto de perder su soberanía como consecuencia de la burbuja inmobiliaria que
entre todos, los de aquí y los de fuera, habían montado para hacerse
multimillonarios sin mover un dedo. Es posible que todo eso fuese así, que
actuase por “patriotismo”, pero se equivocó y su decisión abrió las puertas a
la posterior victoria del Partido Popular y a la puesta en marcha de las
medidas más reaccionarias y antisociales que ha conocido este país desde 1977.
Pudo haber pensado el entonces Presidente –y seguro que lo pensó- que de
aquellos lodos eran responsables quienes modificaron la Ley del Suelo para
convertir todo el territorio en un solar, quienes cambiaron la regulación del
sistema financiero para permitir a los bancos que ofreciesen créditos
hipotecarios muy por encima del valor del inmueble hipotecado, urdiendo de ese
modo la mayor estafa que ha sufrido este país. Pudo pensarlo, y seguro que lo
pensó, pero no obró en consecuencia con sus hipotéticas ideas, ni con la inmensa
mayoría de la población que, en adelante, se vería arrojada a los pies de los
caballos neoconservadores. Lo lógico habría sido poner a todos los directivos
de la banca a disposición judicial, crear una banca pública que garantizase los
depósitos de los pequeños y medianos ahorradores y la incautación –si digo
incautación- de todos los bienes de las personas y entidades involucradas en
esa grandísima estafa. Pero no, se optó por ceder a la presión de la Troika,
por implantar políticas contrarias a la propia ideología y el resultado no ha
podido ser más nefasto. Ya se sabe, es un mal de los tiempos, cuando la
izquierda está en el poder aplica su programa mínimo, cuando la derecha llega
aplica el máximo y lo que sea menester.
Llegó el Partido Popular y como una apisonadora se dedicó a
laminar los derechos que tanto habían costado conseguir en un país
analfabetizado y pisoteado por dictaduras y catolicismos. Los desahucios y
lanzamientos destrozaron y destrozan la vida a cientos de miles de personas:
hasta un noventa por ciento de todos los que se realizan en Europa se hacen
contra españoles, siendo España un país con más de tres millones de viviendas
vacías; se pisó el acelerador de las privatizaciones de todos los servicios y
empresas públicas para beneficiar a entidades privadas y a particulares “sin
ánimo de lucro”, y al dejar de manar el dinero que aseguraba el silencio,
comenzaron a salir decenas, cientos, miles de casos de corrupción en todos los
ámbitos de la vida pública y privada, como si en los “buenos años”, esos que
auguraban estos, no hubiese habido línea divisoria entre lo que es público e
intocable y lo que es privado: La economía pública, los bienes públicos, que
son el ahorro de generaciones y generaciones plasmados en bienes, servicios y derechos,
se pusieron a disposición de los intereses particulares más bastardos haciendo
que todo el peso de la crisis-estafa recayese sobre las personas con rentas más
bajas o ninguna renta, de tal manera que hoy más del 25% de la población está
bajo los umbrales de la pobreza absoluta.
Paro endémico por la destrucción del tejido productivo, la
competencia desleal china y la especulación, privatización de lo que hemos
ahorrado a través de los siglos para regalárselo a los piratas, laxitud a la
hora de perseguir el fraude fiscal, artilugios contables legales para que los
ricos no paguen impuestos, subidas descomunales del IVA, desahucios a mansalva,
violación de todos y cada uno de los Derechos Humanos, represión y corrupción
sistémica nacida al calor de un régimen putrefacto y el principal partido de la
oposición de su católica Majestad, callado o mirando para otro lado. La
situación era insostenible y ahí es cuando surge Podemos. He de decir que nunca
creí que Podemos llegase a tener las expectativas que hoy se le auguran,
también que estoy seguro de que obtendrá una representación menor de la que
anuncian las encuestas porque la campaña mediática –especialmente televisión y
prensa convencional, derecha agresiva pura- es demoledora y lo será más
conforme nos acerquemos a las elecciones generales, porque al final calará el
mensaje de la incertidumbre y el miedo en una población medrosa y porque
quienes dirigen Podemos no cuentan con instrumentos mediáticos válidos para
contrarrestar tantísima basura. Sea como fuere, mucho ha cambiado en este país
desde que Podemos apareció en la escena política, ahora todos sabemos qué son
las puertas giratorias, qué la casta, dónde van a parar los presidentes y
ministros cuando dejan sus cargos, dónde los subsecretarios y secretarios de
Estado, a qué sitio los jefes de las Comunidades Autónomas y Nacionalidades
Históricas, para qué se privatiza y para quién, pero también que es posible que
un grupo de jóvenes que nada han tenido que ver con los usos y costumbres de la
Segunda Restauración borbónica, se organicen y sean capaces de ofrecer al país
algo tan impagable como la esperanza en otra manera de hacer las cosas, de
hacer política, de vivir, anteponiendo los intereses generales a los propios,
denunciando los sucios intereses de quienes llevan años viviendo sobre el país
y pensando que eso iba a ser siempre así para ellos, sus hijos y sus nietos,
como lo fue le herencia franquista.
Y no sólo eso, la irrupción de Podemos ha servido también
para azuzar a la izquierda dormida, aletargada, para que García Montero,
Gabilondo, Carmena salten la barrera, para que Pedro Sánchez intente
pasar por el azote del gobierno tras años de silencio, para que, por primera
vez en mucho tiempo, los defensores del status quo sientan que les tiembla la tierra
bajo sus pies. Y eso es bueno, muy bueno, y lo será más si los electores, de
una vez por todas, deciden que la fiesta se ha acabado y que es hora de poner
en pie un régimen de justicia, libertad e igualdad. Hay, sin embargo, efectos
colaterales, uno muy pernicioso, el declive injusto de Izquierda Unida, un
partido en el que militan muchísimas personas honradas y válidas que llevan
muchos años trabajando y denunciando nuestra triste realidad; el otro, no
menos, el auge de Ciudadanos auspiciado por los medios convencionales en la
seguridad de que será un fiel apoyo al partido que hoy nos martiriza desde el
Boletín Oficial del Estado. En manos de los ciudadanos está saber a qué juega
cada cual y separar el grano de la paja, porque no hay país que soporte cuatro
años más de gobierno del PP o del PP con Ciudadanos, al fin y al cabo, lo
mismo.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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