La austeridad extrema, centrada en reducir el
gasto público, ha popularizado el concepto de déficit presupuestario, calculado
a partir del saldo presupuestario y expresada como porcentaje del PIB.
nuevatribuna.es13 de Marzo de 2015 (17:17 h.)
Magnitud
anual de la austeridad, calculada a partir de la variación interanual del saldo
estructural primario (como % del PIB) | Fuente: elaboración propia a partir de
datos del World Economic Outlook (Octubre de 2014) del Fondo Monetario
Internaci
@marcosfdezgtez | En los últimos años, varios países
europeos, fundamentalmente del Sur, hemos sufrido la peor crisis económica en
décadas. El estallido de la crisis internacional en 2008 llegó en un momento en
el que las economías más débiles de la zona euro acumulaban un excesivo nivel
de endeudamiento (fundamentalmente privado en algunas como España, Portugal e
Irlanda, y público en otras como Grecia e Italia). Ante ello no tardaron en
imponerse, sin atender a las peculiaridades de cada país, unas políticas de
austeridad extrema que, poniendo el carro por delante de los bueyes,
priorizaron limitar el endeudamiento antes que recuperar el crecimiento
económico, en lugar de impulsar éste para luego reducir el endeudamiento. Esta
austeridad extrema, como se ha comprobado posteriormente, ha llevado a
prolongar y a profundizar la crisis, llegando a calificarse por ello como
austericidio.
La austeridad extrema, particularmente centrada
en reducir el gasto público (más que en incrementar los ingresos públicos), ha
popularizado el concepto de déficit presupuestario, calculado a partir del
saldo presupuestario: la diferencia entre ingresos y gastos públicos, expresada
como porcentaje del PIB. Sin embargo, los argumentos del nuevo gobierno de
Syriza en Grecia para revisar los acuerdos con la Troika están poniendo sobre
la mesa otros indicadores presupuestarios alternativos, tal vez de mayor
importancia. Uno de ellos es el saldo presupuestario estructural, definido como
el saldo presupuestario resultante de corregir los efectos del ciclo económico;
esto es, aquel que existiría si la economía se encontrase en una situación
normal (eliminando, por ejemplo, efectos coyunturales de la crisis como la
menor recaudación tributaria o los mayores gastos en prestaciones por
desempleo). Otro indicador clave es el saldo estructural primario, resultante
de descontar del saldo estructural los gastos ligados al pago de los intereses
de la deuda; este indicador recoge, por tanto, el saldo presupuestario que no
se debe ni al ciclo económico ni a los intereses de la deuda. De esta forma,
como ha señalado Mark Weisbrot, co-Director del prestigioso Center for Economic
and Policy Research, en un reciente análisis centrado en el caso de Grecia, la
magnitud de las políticas de austeridad puede estimarse a partir de la
variación de este saldo estructural primario. Seguidamente, a partir de este
cálculo, se ofrece una visión comparada de la austeridad aplicada en los
últimos años en los principales países europeos objeto de estas políticas.
Como muestra el gráfico incluido a continuación,
la primera reacción a la crisis, reflejada en los datos de 2009, fue la opuesta
a la austeridad: políticas de estímulo, que permitieron amortiguar el duro
impacto inicial de la crisis. Sin embargo, mientras en EEUU las políticas de
estímulo continuaron hasta alcanzar una notoria recuperación económica, en
Europa el impulso se revirtió pronto: particularmente en los países del Sur, la
austeridad extrema se impuso a partir de 2010, con el rescate de Grecia. Como
se observa en el gráfico, Grecia sufrió el mayor impacto de la austeridad en
dicho año, llegando a superar el 7% del PIB; Irlanda (que cerró el año también
con un rescate) y España sufrieron un notable impacto, que rondó el 3% y el 2%
del PIB, respectivamente. El año siguiente Grecia continúo sufriendo muy
intensamente la austeridad, destacando también su impacto en Portugal (donde el
rescate llegó en dicho año); en España, la austeridad se relajó en 2011, año
electoral. En cambio, 2012 fue, tanto para nuestro país como para nuestros
acompañantes en el proceso, el peor año del austericidio: el impacto rondó el
4% del PIB en Grecia, el 3% en España, Italia y Portugal y el 2% en Irlanda. En
2013 comenzó a observarse una relajación de la austeridad, ante la constatación
de su fracaso y el hartazgo de la población, si bien su impacto continuó siendo
importante. 2014 ha sido el año en el que se ha consolidado esta relajación: en
ninguno de los países analizados el impacto de la austeridad habría superado el
1% del PIB.
El grueso del austericidio en Europa, por tanto,
ha acontecido entre 2010 y 2013. En estos cuatro años, el mayor impacto lo ha
sufrido Grecia, con una cifra acumulada cercana al 20% de su PIB. También han
sufrido un tremendo impacto Irlanda y Portugal, rondando el 8% acumulado, y
España, que se acerca al 7,5%. En Italia y Francia, el impacto de estas
políticas ronda el 4,5% y el 2,5% del PIB, respectivamente. En España, aunque
la austeridad extrema no ha llegado a los niveles de Grecia, sí ha contado con
una magnitud similar a la de países rescatados como Portugal e Irlanda. Para
ilustrar acerca de los efectos contractivos que han tenido estas políticas
cabría estimar, con unos supuestos razonables (multiplicador fiscal cercano a 1
y efectos sobre la productividad no significativos), que la austeridad extrema
habría contribuido a la destrucción de alrededor de millón y medio de empleos
en nuestro país. Si a ello se le añaden los efectos del estallido de la burbuja
financiera e inmobiliaria que precedió a estas políticas, con la destrucción de
la enorme bolsa de empleo precario asociada a la misma, podemos explicar la
pérdida de casi tres millones y medio de empleos sufrida por España entre 2007
y 2013, que nos ha llevado a contar con una de las mayores tasas de desempleo del
mundo y la segunda mayor de la UE tras Grecia, duplicando con creces el
promedio de la Unión.
Por fin, el ciclón austericida ha pasado. Deja
tristeza y desolación. En 2014, el crecimiento económico ha vuelto en los
países más castigados por la austeridad, incluyendo Grecia, Irlanda, Portugal y
España; no por casualidad, lo ha hecho cuando la austeridad extrema ha
remitido, porque antes ésta lo hacía imposible. No obstante, el crecimiento es
demasiado débil como para permitir una reversión notoria de los enormes efectos
de la crisis. Aunque la calefacción está ya funcionando, la casa continúa y
continuará muy fría: el invierno de la austeridad ha sido demasiado largo y
demasiado duro. Además, algunos de sus efectos amenazan con haber llegado para
quedarse, dando lugar a un nuevo modelo de sociedad, más injusto y menos
cohesionado. En España, sólo entre 2010 y 2012, según EUROSTAT, el gasto
público en sanidad cayó del 6,6% al 6,2% del PIB y el gasto público en
educación, del 4,9% al 4,5%, alejándonos aún más de los promedios europeos. La
desigualdad se ha disparado y España ha pasado a ser, junto con Bulgaria,
Grecia, Letonia y Rumanía, uno de los países con mayores diferencias entre las
rentas altas y bajas de toda la UE y, junto con estos países (sustituyendo
Letonia por Lituania), el único donde más del 20% de la población se encontraba
en riesgo de pobreza en 2013, también con datos de EUROSTAT. Todas estas cifras
reflejan la necesidad de políticas que reviertan los efectos de la crisis y del
austericidio (que, hasta ahora, brillan por su ausencia), favoreciendo un
modelo económico y social: más productivo, a partir de una apuesta por la
educación y la innovación; más sostenible que el pasado modelo de las burbujas
financiera e inmobiliaria y el empleo precario; y también más equitativo,
promoviendo las oportunidades de empleo de calidad y un reparto más equilibrado
de la carga fiscal. A nivel europeo, la apuesta por un proyecto común ha de
aprender de los errores e impulsar avances imprescindibles para la integración
en materias como la coordinación fiscal y los mecanismos de solidaridad para
evitar que, en el futuro, generaciones enteras vuelvan a ser las víctimas
injustas de una barbarie económica y social como la acontecida en los últimos
años.
Marcos Fernández Gutiérrez | Profesor de Economía Aplicada de la
Universidad de Cantabria.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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