Según
algunos de sus más íntimos allegados, el «Führer» quería más a este can que a
la propia Eva Braun
Manuel P. Villatoro@ABC_Historia / MADRID
Día 28/10/2014 - 14.04h
ARCHIVO ABC
Berlín, 30 de abril de 1945. Lo que antes era una
moderna y bella ciudad no es ahora mucho más que un gigantesco montón de
escombros por culpa de los aviones y cañones aliados que, continuamente,
vomitan obuses de 128 milímetros sobre sus edificios. Por lo incesante de los
bombazos parece que los soviéticos quisieran que uno de sus disparos cayera
sobre la cabeza del mismísimo Adolf Hitler. Pero este se halla a
buen recaudo dentro del Búnker de la Cancillería ultimando todos los
preparativos para suicidarse. No quiere que los rusos le capturen con
vida, ni a él ni a sus seres queridos.
Dentro del robusto edificio de hormigón se respira tensión.
Son las últimas horas de un imperio. Repentinamente, de una esquina oscura
aparece uno de los doctores de Hitler, esvástica en la chaqueta. Lleva consigo
varias pastillas de cianuro que el «Führer» pretende usar para
acabar con su existencia y la de su mujer, Eva Braun. Alarga la mano y le da
una para realizar la prueba que, horas antes, ha solicitado. El líder nazi
la coge y se prepara. A una orden suya, su guardia personal abre la boca de Blondi,
su querida hembra de pastor alemán. Es uno de los pocos seres a los que de
verdad quiere y no consentirá que sea vejada por los soviéticos. Además, su
sacrificio servirá para verificar que las cápsulas no han sido modificadas con
algún veneno temporal que hiciera que le capturaran.
La perra pelea, no quiere tragar. Pero su lucha acaba
pronto, cuando su aliento se apaga después de que el veneno llegue a su
torrente sanguíneo. Está muerta. Hitler alza la mano para que un miembro
de las SS se lleve su cadáver a la calle. También ordena
al soldado coger a los cuatro cachorros recién nacidos de Blondi.
Escalón tras escalón, el sujeto sube hasta dar con la puerta que le hará llegar
al exterior. Cuando la abre los perritos reaccionan jubilosamente, pero la
alegría les dura escasos minutos. Justo el tiempo que tarda el militar en
dejarlos en el suelo, sacar su pistola Luger y dispararles un tiro a
cada uno.
El encuentro
La Historia está llena de grandes líderes que han compartido
su vida con todo tipo de animales. De hecho, desde que el emperador romano Calígula nombró cónsul a su jamelgo (algo
totalmente cierto aunque increíble) han sido muchos los grandes hombres y
mujeres que han aparecido acompañados en público de alguna que otra mascota.
Sin embargo, muy pocos han podido superar la repercusión histórica que tuvieron
Adolf Hitler y Blondi, la hembra de pastor alemán que cambió la vida del líder
nazi. Tal era el amor que el «Führer» sentía por este animal, que aquellos que
le conocían afirmaron posteriormente que quería más a esta perra que a la
propia Eva Braun.
Para hallar el momento en que las vidas de Blondi y Hitler
se unieron es necesario retroceder en el tiempo hasta 1941. Ese fue el
año en que Martin Bormann (hombre de confianza
del «Führer» por su capacidad para la contabilidad y, por entonces, director
también del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán) le regaló al
líder nazi algo que éste jamás olvidaría. El presente era un perro, una hembra
de pastor alemán que cautivó su corazón desde aquel instante. Sin dudarlo, el
dictador bautizó al animal como Blondi («Rubita», en una traducción
aproximada).
Adolf Hitler, antes de la Segunda Guerra Mundial
AFP
Bormann acertó de lleno, pues el Führer había demostrado ya
en varias ocasiones su debilidad por esta característica raza de canes. «El
pastor de alemán es un perro dócil, obediente y de carácter firme. Es además atlético,
versátil, resistente y enérgico. […] El perro de pastor alemán es un
corredor de larga distancia que siempre estará dispuesto a cualquier reto
deportivo […] Fue criado en 1899 tomando como base los perros pastores
existentes por entonces en la Alemania central y meridional con el objetivo
principal de conseguir un perro de trabajo con muy altas prestaciones», explica
la asociación «Real Club del Perro de Pastor
Alemán» en su extenso dossier informativo sobre estos animales.
Desde el momento en el que el «Führer» puso los ojos sobre
su nuevo pastor alemán, sintió un gran amor hacia él. Y eso, curiosamente, era
algo inusual entre Hitler y sus mascotas. «Sus gustos por los animales eran un
tanto especiales, pues hallaba estúpidos a los caballos, antipáticos a
los perros bulldog y bóxer, y evitaba acercarse a las tortugas, los pollos
y los gamos. Odiaba a los gatos y, por lo general, la pequeñez de
los canes que había tenido se contradecía con la grandeza de sus gustos. Luego
sintió verdadera pasión por los perros pastores desde que, en 1921, le
regalaron uno», explica el escritor Nerin E. Gun en su obra «Hitler y Eva. Un amor
maldito».
Hitler y Blondi, la vida fuera del Búnker
Como muestran múltiples documentos gráficos de la época,
Hitler disfrutó de una vida bastante plácida durante los siguientes años de la
guerra junto a Blondi. Y es que, a pesar de estar dándose de mandobles contra
la Unión Soviética en la denominada «Operación Barbarroja» y de que
sus tropas del «Afrika Korps» andaban a fusilazo
limpio contra los británicos en las tierras de los tuaregs, el «Führer» siempre
hallaba un rato libre para tomarse un té junto a sus personas más allegadas en
su residencia de Berghof o jugar con su perrita. Ubicada en los Alpes Bávaros y
situada encima de un precioso risco, esta vivienda hacía las delicias de él y
de su querida Eva Braun, a quien había conocido una
tarde de 1929.
Aquellos días Hitler solía disfrutar junto a su amada de copiosos
desayunos. Entre los manjares de los que daban buena cuenta destacaban pan,
té, cacao, café, zumo de naranja, caros bizcochos y mantequilla (un alimento
muy preciado por su escasez durante la contienda). A día de hoy puede no
parecer mucho, pero por entonces era todo un banquete destinado sólo a los más
altos cargos del nazismo. Lo mismo sucedía en las comidas, donde
aquellos dispuestos a soportar las continuas críticas del tirano (vegetarianos
y deseoso de que todo el mundo lo fuera) podían disfrutar de unas de las
mejores carnes que podían encontrarse en la zona. En ninguno de estos
acontecimientos podía participar Blondi.
Hitler descansa en una de las salas de Berghof
ARCHIVO
Entre sus manías, Hitler era absolutamente puntilloso
durante las comidas. De hecho, solía cargar contra todo aquel miembro del
servicio que no hubiera colocado bien una servilleta o que hubiera ubicado un
cubierto fuera de lugar. A su vez, estaba totalmente obsesionado con que la
comida se preparara exactamente como él quería, algo que dio más de un problema
a sus distinguidos invitados. «Hitler exigía que se sirviese la sopa muy
caliente, al extremo que, una vez, la princesa heredera de Italia, María
José, se quemó la lengua al tomar una cucharada. También quería el
"Führer" que los invitados terminasen sus platos, y los criados no
podían retirarlos hasta que estaban completamente vacíos», completa Gun en su
obra.
Pero todo aquel carácter, todo ese odio que rezumaba en
ocasiones el «Führer», se esfumaba cuando pasaba el tiempo junto a sus dos
seres más queridos: Eva y Blondi. El líder nazi, de hecho, era la muestra viva
de que se podía querer más a un animal que a una persona, pues aquellos
que le conocían decían que sentía auténtica debilidad por su perra. Con
ella pasaba largos ratos en los que paseaban o jugaban en una pista de
obstáculos creada especialmente para ella. Esta situación no debía gustar
demasiado a su querida «Effie» (apodo con el que Hitler denominaba a su
esposa), algo que la llevó –no se sabe si por intentar darle celos o no- a adquirir
también dos perros.
Hitler solía suplicar a Eva
que le dejara pasar un rato junto a Blondi
«Por las mañanas, cuando la servidumbre se desperezaba,
oíanse una serie de gruñidos. Eran “Negus” y “Stasi”, los dos perros
negros de Eva. […] Lo cierto es que los terriers escoceses de Eva tenían un aspecto
ridículo. Hitler prohibió la distribución de fotografías en las que apareciera
con los dos canes, que eran además feroces y no podían soportar la presencia de
Blondi. Por ello, no se permitía al perro [de Hitler] entrar en el salón cuando
ellos estaban y debía permanecer en el dormitorio de Hitler o en la perrera»,
añade el experto.
Sin embargo, no eran pocas las ocasiones en las que el
«Führer» -ese hombre que firmaba día tras día tácitamente la sentencia de
muerte de miles de judíos- intentaba que Effie dejara pasar a la
perra junto a ellos. «A veces, cuando por la noche el ambiente era particularmente
placentero y Hitler había conseguido ablandar a Eva con el regalo de una joya o
la promesa de otro viaje a Italia, le decía “Effie, ¿permites que el pobre
Blondi venga con nosotros media hora?”. Eva, complaciente, le sonreía y
hacía un gesto al ayuda de cámara, el cual cogía por las correas a los
terribles “Stasi” y “Negus” e iba a encerrarlos en la habitación de su ama,
volviendo luego con Blondi, que al fin podía tumbarse a los pies de su amo»,
completa Gun.
Hitler, un casamentero de perros
Curiosamente, y a pesar de que el matrimonio no se
encontraba entre las prioridades de Hitler para sí mismo, el nazi solía pasar
buenos ratos en su residencia alpina tratando de emparejar a aquellos
que se encontraban cerca de él. Una de sus «víctimas» favoritas era Greti,
la hermana menor de Eva Braun, a la que intentó casar con varios de sus
oficiales de mayor confianza.
Por ello, a ninguno de sus allegados le resultó raro que el
Führer buscara durante los años de la guerra, y de forma desesperada, una perro
que hiciera feliz a su querida Blondi. De esta forma, pretendía además conseguir
unos cachorritos que le alegrasen la vida. Y es que, aunque no lo
pareciera, aquellos que conocían bien a Hitler siempre afirmaron que el
dictador buscaba la compañía de los niños, al lado de los cuales se
sentía feliz.
«Durante muchas veladas, el único tema de conversación del
Berghof fue el casamiento de Blondi. Hitler, que como ya es sabido
trataba de casar a todo el mundo, no hacía una excepción con sus canes. Por fin
invitó a Gerdi Troost a que acudiera un fin de semana al Berghof en
compañía de su perro pastor macho. Por desgracia Blondi se mostró
esquiva con su galán. Por su parte, la perra de Hitler prefería dejarse hacer
la corte por un zorro que había encontrado en el campo. La señora Troost tuvo
que marcharse con su perro pastor, y Hitler deploró el incidente. Volvió a
sentir alguna esperanza cuando le contaron que Blondi tenía relaciones con
un perro pastor que vagaba por el lugar. La perra comenzó a engordar, pero
finalmente no se quedó embarazada», destaca el investigador en su obra.
La vida en el Búnker
Como cabía esperar, la relación entre Adolf Hitler y su
pequeña Blondi no cambió cuando los aliados comenzaron a ganar terreno a las
tropas de la esvástica y llegaron hasta las puertas de Berlín. De hecho,
nada se modificó salvo una cosa: en lugar de pasar sus ratos muertos junto a la
perrita en las cercanías de Berghof, el «Führer» lo hacía en el interior del
Búnker de la Cancillería, edificio en el que tuvo que refugiarse para evitar
ser partido por la mitad por un obús. El lugar, a día de hoy, es uno de los más
famosos de la conocida como «Batalla de Berlín».
Aunque estaban escondidos en este ataúd de hormigón por
miedo a los bombazos soviéticos, el «Führer» solía disfrutar (cuando sus
enemigos le daban tregua) de breves paseos junto a su perrita en las
cercanías del gran edificio. Para él, todo era calma. Mientras, los restos de
su ejército luchaban calle a calle para tratar de retrasar la entrada de los carros de combate enemigos en la
capital del Reich.
Hitler inspecciona una zona del Búnker bombardeada.
Probablemente, su última fotografía vivo.
ARCHIVO ABC
A pesar de todo, la llegada al Búnker no detuvo los
arrebatos matrimoniales de Hitler, que consiguió que Blondi se quedara
embarazada, al fin, del perro de un alto oficial presente en el Búnker.
Tras semanas y semanas, el «Führer» tendría su premio: varios perritos
con los que juguetear antes de que los aliados arrasaran la ciudad cuchillo en
mano.
Apenas un mes después, la «Rubita» parió una camada de
pequeños pastores alemanes. «Blondi, la perra, dio por fin a luz […] cuatro
cachorros. […] Hitler llamó Wolfie al más hermoso de los animalitos,
y prometió los demás a sus amigos, incluyendo uno para Greti, su futura cuñada.
La madre y los perritos estaban echados en una caja que fue colocada
primeramente en los servicios, pero que luego Hitler hizo situar en un rincón
de su dormitorio. Después, el "Führer" tenía casi todo el tiempo un cachorro
sobre las rodillas, al que acariciaba interminablemente, como para
disimular de este modo el temblor de sus manos», completa Gun.
En los días posteriores, de vez en cuando, tanto Eva como el
propio Hitler decidieron sortear las bombas y subir a la superficie para
que los cachorritos pudieran disfrutar de la luz del día. Una vez en el
exterior, Blondi pudo divertirse junto a sus pequeños en las cercanías
del Ministerio de Asuntos Exteriores. Por su parte, los recién nacidos
disfrutaron correteando entre los agujeros de las bombas. El 24 de abril la
felicidad se terminó, pues la artillería rusa hizo que esta «familia feliz» se
asustara y regresara a la seguridad que les ofrecía el tosco edificio.
La muerte de Blondi
El 29 de abril, el jolgorio ya había desaparecido y se había
transformado en absoluta desesperación. Los rusos se hallaban a las
puertas del mismísimo escondrijo del «Führer» y no quedaban suficientes tropas
para obligar a sus blindados T-34 a retirarse. La infantería soviética, por
su parte, avanzaba como una masa uniforme entre las calles de la ciudad
-agujereada hasta la saciedad por culpa de las bombas- haciendo valer su superioridad
numérica, sus fusiles Mosin Nagant y sus ametralladoras PPSH-41.
Mientras los soviéticos paladeaban la victoria, la situación
era bien diferente en el Búnker de Hitler, lugar en el que el nazi ya había
tomado la decisión de suicidarse junto a su mujer para evitar ser
capturados por los rusos. Con todas las vejaciones cometidas por sus soldados
en el frente soviético sabían que era mejor fallecer, pues las torturas
sobre ellos serían insoportables si les capturaban. Su idea era acabar con su
vida mediante una pastilla de cianuro, sin embargo, en aquellos momentos
el líder ya no se fiaba de sus médicos y sospechaba que éstos podrían
haber cambiado las cápsulas para provocarle un coma temporal. Eso sería peor
que la muerte, pues le haría caer vivo en las manos de sus enemigos.
«Hitler se sentía acometido por las dudas. El veneno había
sido proporcionado por Himmler, un traidor. Hitler hizo entonces que
viniera el cirujano del Búnker, el cual propuso ensayar una de sus ampollas
en la perrita Blondi. Hitler consintió, pero luego le acometió otra duda. El
cirujano pertenecía a las SS. ¿Y si por orden de Himmler había sustituido
las ampollas? Se mandó llamar a otro médico, el profesor Hasse, que
introdujo el líquido en la boca de la perra alsaciana. Así murió Blondi, a
la que Hitler quería más que a nada», completa el escritor en su obra.
Una vez fallecida su madre, Hitler dio orden a uno de sus
guardias de que cogiera a los cachorritos y acabara con sus vidas. Con
un disparo certero a cada uno se puso fin a esta nueva tarea. Un día después,
el «Führer» terminó con su existencia junto a Eva Braun. Lo que pasó
posteriormente con sus cuerpos (tanto los de los perros como los de sus dueños)
es todavía un misterio, aunque la teoría más extendida afirma que fueron
incinerados con gasolina. «Después de quemar los cuerpos enterraron los
restos en un cráter abierto por una bomba. […] Otros hablan de una fosa
común, asegurando que los SS mezclaron las cenizas de Eva y de Hitler con las
de Blondi y Wolfi, que también habían sido quemados», finaliza Gun.
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