28 de Marzo de 2015 (13:23 h.)
El modelo en el que se asienta el
llamado neoliberalismo se centra en un individualismo competitivo y darwiniano.
El hombre aunque sigue siendo el ser social por naturaleza del que hablara
Aristóteles debe pugnar con sus semejantes para conseguir una vida mejor
mediante la innovación, la creación de nuevas herramientas y el aprovechamiento
de oportunidades de negocio. El egoísmo es considerado como el motor de la
actividad económica y los vicios privados se consideran virtudes públicas. Sin
embargo, “Una idea clave de la psicología evolutiva es que la cooperación
humana y las emociones sociales que la sustentan, como la compasión, la
confianza, la gratitud, la culpa y la cólera, fueron seleccionadas porque
permiten que a las personas les vaya bien en las juegos de suma positiva[1].”
En este sentido la Teoría de Juegos, una rama de las
matemáticas con aplicaciones en disciplinas muy diferentes (sociología,
psicología, economía, dirección de empresas, estrategia militar, biología,
inteligencia artificial…), ha venido a aportar nuevos argumentos en favor de la
cooperación y demuestra la ventaja del juego cooperativo. “Es una teoría
general que estudia situaciones estratégicas, en las que los actores o
jugadores eligen diferentes acciones para maximizar sus beneficios…permite
explicar algunos patrones difíciles de comprender en una primera aproximación.
Uno de estos problemas es el de la cooperación entre individuos de
una misma especie. Darwin [ya] enunció el problema como una objeción a su
teoría de la selección natural, y no supo darle respuesta: Aquél dispuesto a
sacrificar su vida, antes que traicionar a sus camaradas, muy rara vez dejaría
descendencia que heredase su noble disposición. Así pues, parece casi imposible
que el número de los dotados con tales virtudes se incrementase por selección
natural, es decir, por la supervivencia de los mejor adaptados. Y sin
embargo, tales individuos existen. Y si existen es porque ellos (o
sus padres o los padres de sus padres, etc.) obtuvieron un beneficio
reproductivo con ese comportamiento[2]”. La ventaja de la cooperación se
comprueba en juegos teóricos como el de la armonía en los que la recompensa por
colaborar es mayor que traicionando, independientemente de lo que haga el otro,
o el de Halcón-Paloma en el que se trata el llamado equilibrio de Nash y
en que se valoran los riesgos que se corren en los conflictos grupales tomando
básicamente tres actitudes: atacar, farolear o retirarse.
Martin A. Nowak, profesor de biología y matemáticas de la
Universidad de Harvard y Director del Programa de Dinámicas evolutivas, cuya
investigación se centra en el estudio y modelización matemática de la evolución
concluye que “El altruismo, lejos de suponer una fastidiosa anomalía de la
evolución se encuentra entre sus arquitectos primordiales[3]” y nos dice que
“Aunque no siempre se manifieste de forma épica, los ejemplos de
comportamientos altruistas abundan en la naturaleza. Las células de un
organismo se coordinan para limitar su división, lo que previene la aparición
del cáncer[4]; las obreras de numerosas especies de hormigas sacrifican su
propia fecundidad para servir a la reina y a su colonia; las leonas de una
manada se prestan a amantar a los cachorros de otras. Los humanos nos ayudamos
en un sinfín de actividades, desde procurarnos sustento hasta buscar pareja o
defender el territorio. Y aunque aquellos dispuestos a colaborar no siempre
pongan su vida en peligro, sí corren el riesgo de reducir su propio éxito
reproductivo en beneficio de otros[5]”.
En el libro colectivo qué hacemos con competitividad se
nos habla de varios ejemplos comparativos de cooperación y competitividad. El
primero de ellos se refiere al caso de los bonobos versus los chimpancés. Ambos
tuvieron un antepasado común pero su separación y el hecho de que los bonobos
hayan vivido en una zona geográfica cerrada y diferenciada ha hecho que la
“evolución de ambos grupos [haya dado lugar] a dos especies que, si bien
físicamente no son muy diferentes, si lo son en términos de estructura social.”
Los chimpancés que viven en el lado derecho del río Congo se han pasado la vida
compitiendo con otros grandes simios más fuertes que ellos y “están liderados
por un macho alfa que adquiere su posición y la conserva mediante la fuerza y
la intimidación. Los conflictos se resuelven con violencia. Mientras, en las
comunidades de bonobos, que son mayores, las hembras comparte el poder con sus
hijos y pueden llegar a dominar al grupo, aunque no utilizan predominantemente
métodos violentos.” Esta diferenciación de culturas y situaciones “ha permitido
a los bonobos disfrutar de una abundancia de alimentos por un largo periodo de
tiempo, lo que ha ido reduciendo los incentivos para resolver de forma
competitiva-violenta las disputas entre los miembros de la misma especie.” En
consecuencia los bonobos al no tener rivalidad por los recursos naturales y
resolver sus problemas de forma pacífica han vivido en una sociedad de
abundancia y posibilidades al contrario que los chimpancés.
El mundo competitivo de ganadores y perdedores en el que
estamos inmersos, considerado como única alternativa según las políticas
neoliberales, ha demostrado que lo que sí consigue es un aumento de las
desigualdades entre los países y las personas y un despilfarro de los recursos
naturales. El hombre es un ser social, y no sólo por el lenguaje, que ha venido
avanzando a través de los tiempos mediante la cooperación y el esfuerzo
compartido. Dentro de las emociones humanas es interesante observar que existe
un grupo denominado emociones sociales, si bien es verdad que todas las
emociones pueden ser sociales este grupo tiene un cariz más acentuado. Son
ejemplos: compasión, vergüenza, lástima, culpa, desdén, celos, envidia,
orgullo, admiración. “Se trata de emociones que, de hecho, se desencadenan en
sociedad y sin lugar a dudas tienen una importancia destacada en la vida de los
grupos sociales[6]”. Emociones que ayudan a vivir en grupo porque así podemos
resolver mejor nuestros problemas vitales. No es necesario explicar que “En la
vida cotidiana no faltan las situaciones difíciles y los apuros de toda índole,
y salvo que los individuos se comporten de una manera compasiva hacia quienes
sufren, las perspectivas de una sociedad sana quedan muy reducidas[7]”.
Alison Gopnik, catedrática de psicología y catedrática
asociada a la filosofía de la Universidad de Berkeley es una figura de
reconocido prestigio internacional, encabezando los trabajos sobre aprendizaje
y desarrollo infantil. Sus descubrimientos nos confirman que desde edades
tempranas hay una necesidad empática: “Incluso los niños más pequeños tienen
sorprendentes capacidades para la empatía y el altruismo[8]”. La empatía se
basa en la sincronización corporal y la propagación de los estados anímicos
para lo que el cerebro se ayuda de las llamadas neuronas espejo. Se ha
investigado que “Los niños de dieciocho meses son, a la vez, empáticos y
altruistas: sienten el dolor ajeno y tratan de paliarlo. Así pues, les resulta
fácil juzgar que hacer daño a alguien está siempre y necesariamente mal[9]”.
Además “los niños son, de modo inconsciente, los seres más racionales de la
tierra, extraen brillantemente conclusiones acertadas a partir de los datos [de
su entorno], realizan complejos análisis estadísticos y hacen ingeniosos
experimentos[10]”. Parece, entonces, que estamos equipados para la cooperación
o hemos desarrollado los requisitos físicos y mentales necesarios para que
nuestra evolución como especie se enfrente de la mejor manera a una vida con
mayores posibilidades.
Con Vargas Llosa podemos concluir que debemos enfrentarnos a
la tremenda disyuntiva de decidir si los valores, la generosidad, la bondad, el
amor, la amistad que hay en nosotros, o la maldad, el egoísmo, la
mezquindad, lo rencoroso y perverso que también nos habita, resultan de una
fatídica operación químico neurológica de nuestro cerebro, o si detrás de todo
ello hay lo que los existencialistas llamaban una elección, un actuar
deliberado, decidido por una conciencia no condicionada biológicamente, que es
libre y, por lo mismo, nos hace responsables de aquello que hacemos o dejamos
de hacer[11]”. Nos toca decidir, nos toca elegir.
[1] Pinker, Steven (2012:121). Los Ángeles que llevamos
dentro. Editorial Paidos.
[2] Sánchez, Angel (2006) Las matemáticas de cooperación humana. Revista digital de divulgación matemática (Matematicalia). Vol. 2, núm. 3 (junio, 2006)
[3] Nowak, Martin (2012). ¿Por qué cooperamos? Revista Investigación y Ciencia núm. 433, Octubre 2012.
[4] Es el fenómeno que se denomina apoptosis que consiste en una destrucción o muerte celular programada provocada por ella misma, con el fin de autocontrolar su desarrollo y crecimiento, está desencadenada por señales celulares controladas genéticamente. La apoptosis tiene una función muy importante en los organismos, pues hace posible la destrucción de las células dañadas, evitando la aparición de enfermedades como el cáncer, consecuencia de una replicación indiscriminada de una célula dañada.
[5] Nowak, Martin (2012). ¿Por qué cooperamos? Revista Investigación y Ciencia núm. 433, Octubre 2012.
[6] Damasio, Antonio (2010: 198). Y el cerebro creó al hombre. Círculo de Lectores.
[7] Ibídem (2010: 199).
[8] Gopnic, Alison (2010:31). El filósofo entre pañales. Editorial Planeta Madrid S.A.
[9] Ibídem (2010:231).
[10] Ibídem (2010:178).
[11] Vargas Llosa, Mario: La piedad de los murciélagos. El País 22-3-2015.
[2] Sánchez, Angel (2006) Las matemáticas de cooperación humana. Revista digital de divulgación matemática (Matematicalia). Vol. 2, núm. 3 (junio, 2006)
[3] Nowak, Martin (2012). ¿Por qué cooperamos? Revista Investigación y Ciencia núm. 433, Octubre 2012.
[4] Es el fenómeno que se denomina apoptosis que consiste en una destrucción o muerte celular programada provocada por ella misma, con el fin de autocontrolar su desarrollo y crecimiento, está desencadenada por señales celulares controladas genéticamente. La apoptosis tiene una función muy importante en los organismos, pues hace posible la destrucción de las células dañadas, evitando la aparición de enfermedades como el cáncer, consecuencia de una replicación indiscriminada de una célula dañada.
[5] Nowak, Martin (2012). ¿Por qué cooperamos? Revista Investigación y Ciencia núm. 433, Octubre 2012.
[6] Damasio, Antonio (2010: 198). Y el cerebro creó al hombre. Círculo de Lectores.
[7] Ibídem (2010: 199).
[8] Gopnic, Alison (2010:31). El filósofo entre pañales. Editorial Planeta Madrid S.A.
[9] Ibídem (2010:231).
[10] Ibídem (2010:178).
[11] Vargas Llosa, Mario: La piedad de los murciélagos. El País 22-3-2015.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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