El motín de los gatos fue un
episodio acontecido en 1699 en Madrid y que aunó las típicas características de
un motín de subsistencias del Antiguo Régimen con otras de alto contenido
político.
nuevatribuna.es
| Historia | Eduardo Montagut 22 de Marzo de 2015 (18:56 h.)
Imagen: Cuaderno de Pitágoras
En la
primavera de 1699 la Villa y Corte era escenario del final de un drama, de la
vida y reinado de Carlos II, el último monarca de la Casa de Austria, que no
tenía descendencia. Las distintas potencias maniobraban en Europa y en Madrid
para organizar el futuro de la Monarquía Hispánica. En este sentido, el rey
Luis XIV era el más activo. En Madrid se habían formado dos partidos o bandos,
que pretendían influir en la voluntad de un rey debilitado para que nombrase el
sucesor que cada uno deseaba. Uno de los partidos jugaba la baza borbónica, la
del nieto del rey sol, el duque de Anjou. Este bando, a pesar de los conflictos
y guerras con Versalles y de las abusivas formas de proceder de Luis XIV, era
el más poderoso, y contaba con muchos adeptos en los entresijos del poder. El
duque de Harcourt, a la sazón embajador de Francia, sabía moverse perfectamente
en la Corte madrileña y había conseguido el apoyo del cardenal
Portocarrero, arzobispo de Toledo, de Manuel de Arias, arzobispo de Sevilla,
del marqués de Mancera y, por fin, del padre Matilla, confesor real,
figura muy importante en todos los momentos del Antiguo Régimen por su
proximidad a los reyes. También contaba con Francisco Ronquillo, un personaje
muy popular en las calles madrileñas.
El otro
bando apostaba por la sucesión dentro de la familia de los Habsburgo. Su
candidato era el archiduque Carlos, segundo hijo del emperador de Alemania.
Este partido no sólo argumentaba que la sucesión debía recaer en un miembro
directo de la familia sino, sobre todo, en que no se podía dar el trono de la
Monarquía Hispánica a un heredero de su principal enemigo desde los tiempos de
Felipe IV, y que tantos territorios había arrebatado y tantas humillaciones
había provocado. Aunque eran dos argumentos muy poderosos e incontestables,
especialmente el segundo, los imperiales no eran muy fuertes en la Corte. Esto
era debido a la fama de los alemanes que habían llegado con Mariana de Neoburgo
y que se habían hecho muy impopulares, especialmente Wiser, tesorero privado de
la reina, y la baronesa Von Berlips, camarera mayor, y que fueron apodados el
Cojo y la Perdiz por el pueblo madrileño. El embajador imperial, el conde
Harrach, tampoco era muy diligente y no se caracterizó, precisamente, por sus
dotes diplomáticas con la propia reina a la que exigía sin miramientos que
influyera en su esposo. Estas torpezas habían llegado a provocar el destierro
de la Corte de importantes personajes de la causa austriaca, como el conde de
Monterrey, el almirante de Castilla y el marqués de Leganés.
Esta era la
situación en aquel año de 1699, es decir, dos bandos luchando por influir en el
ánimo real pero con clara preponderancia del partido francés. Solamente quedaba
fuera de su influencia el conde de Oropesa, personaje fundamental en la Corte,
ya que ostentaba el cargo de presidente del Consejo de Castilla y actuaba como
valido del gobierno de la Monarquía. Sin lugar a dudas, estaríamos hablando de
uno de los gobernantes más capacitados del final del siglo XVII español a pesar
de su avanzada edad. Oropesa no se inclinaba por ninguno de los dos lados.
Además, había apostado por una especie de tercera vía, la del candidato bávaro,
José Fernando de Baviera, pero como murió prematuramente su proyecto se
desvaneció sin más trascendencia. Entonces el partido francés intentó atraerlo
pero el viejo Oropesa no se dejó seducir. Así pues había que eliminarlo. Aquí estaría
una de las raíces del motín que intentamos estudiar en este artículo.
El bando
francés encontró un punto débil para atacar a Oropesa y derribarlo del poder, y
no era otro que el de su mujer. La condesa era un personaje que había intentado
aprovechar la posición de su marido para enriquecerse. Había acaparado grandes
cantidades de grano y de aceite para especular con sus precios y ganar una
fortuna. En el año 1699 se dio una de las periódicas crisis de subsistencias,
propias de las economías preindustriales, y que se mostraban a través de la
escasez de alimentos. Madrid vio desde los inicios del año una clara
disminución de ambos productos con el consiguiente aumento de los precios. Por
la Villa corrió el rumor de que el desabastecimiento no era causa de la crisis
económica sino del acaparamiento que algunos personajes poderosos habían hecho
de los dos productos básicos. La condesa de Oropesa era una de las personas que
andaban en boca de los que propagaban los rumores. Aparecieron pasquines que
denunciaban al valido y a otros personajes que se habían distinguido por la
causa de los Austrias. De los rumores y los pasquines se pasó al típico grito
de los motines de subsistencia: “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”.
La ira
popular ante la carestía fue bien manipulada contra Oropesa. La tensión fue
creciendo hasta que estalló el día 29 de abril cuando una verdulera de la Plaza
Mayor fue maltratada por un alguacil, y se lanzó a insultar al corregidor
presente, Francisco de Vargas. Se fue formando un verdadero tumulto con gritos
que pedían pan y se lanzaban vivas al rey e insultos a Oropesa. Existe otra
versión sobre el inicio del motín y se refiere a la queja de una mujer por no
poder llevar pan a su casa, contestando el corregidor en tono de burla. En todo
caso una multitud –los gatos- se dirigió a la casa de Oropesa para saquearla y
quemarla pero encontraron resistencia y se organizó una verdadera batalla en la
calle. Hubo religiosos que acudieron con el Santísimo Sacramento e imágenes de
Cristo para apaciguar los ánimos. La multitud decidió acudir al Alcázar Real
con los consabidos gritos a favor del monarca y contra Oropesa y el corregidor.
Al llegar frente al Alcázar se pidió pan y que Francisco Ronquillo sustituyese
al corregidor de Madrid. La reina, asesorada por nobles y cortesanos, prometió
dar satisfacción a las demandas populares y pidió a los congregados que se
retirasen a sus casas pero sin éxito porque lo que se pretendía es que se
presentase el rey. Y lo consiguieron, ya que salió al balcón y se dirigió al
pueblo con palabras que demostraban la gravedad de la situación y su temor, ya
que reconoció que no sabía de la necesidad que se padecía y que daría las
oportunas órdenes para solucionar el problema. Eso hizo disminuir la tensión,
aunque siguió habiendo algunos tumultos los días siguientes y donde ya se pedía
exclusivamente la caída de Oropesa.
El
corregidor Vargas fue depuesto y le sucedió Ronquillo, por lo que el control de
la Villa y Corte quedó en manos del bando francés. Oropesa logró salvar la vida
porque huyó de Madrid. Fue destituido y desterrado. Otros importantes
personajes de la causa de los imperiales también fueron castigados con el
destierro. El cardenal Portocarrero se convirtió en el hombre más poderoso de
la Monarquía Hispánica. El camino para la sucesión francesa estaba expedito.
En cuestión
económica, el corregidor tomó varias decisiones para que los precios de los
productos básicos bajasen, imponiendo, además fuertes multas a los
acaparadores.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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