La
situación era tan delicada que estalló un motín el 6 de mayo de 1652 a partir
de un hecho que desencadenaría la violencia: la muerte de un niño del Barrio de
San Lorenzo a causa del hambre.
Eduardo Montagut 27 de Marzo de 2015
(19:28 h.)
El motín del pan o del hambre tuvo lugar en Córdoba en 1652
y obedeció a las características propias de un motín de subsistencias. La
ciudad andaluza sufrió intensamente una epidemia de peste entre 1649 y 1650,
para luego asistir a un incremento sustancial de los precios de los cereales
por las malas cosechas. La situación era tan delicada que estalló un motín el 6
de mayo de 1652 a partir de un hecho que desencadenaría la violencia: la muerte
de un niño del Barrio de San Lorenzo a causa del hambre. Su madre recorrió las
calles gritando, provocando una rápida movilización de otras mujeres que
increparon a los hombres para iniciar la protesta. Es importante destacar cómo
estos motines solían estallar en la primavera cuando escaseaba ya el trigo, en
víspera de la siega del comienzo del verano. Los precios subían
considerablemente, y más si había habido mala cosecha. Por otro lado, debe
tenerse en cuenta también el papel de las mujeres en este tipo de revueltas, al
ser las que más conocían y sufrían las consecuencias de las subidas de precios.
Una multitud de cordobeses se echó a las calles para
dirigirse a la casa del corregidor el vizconde de Peña Parda, algo propio de
estas algaradas, para demandar pan. Pero Peña Parda se había refugiado en el
convento de los Trinitarios. Los congregados decidieron acudir a otra
autoridad, en este caso religiosa, el obispo Pedro de Tapia. Además, se
asaltaron las casas de destacados personajes de la ciudad para hacerse con el
grano almacenado o acaparado en las mismas. El grano fue llevado al Pósito de
la plaza de la Corredera y a la Iglesia de San Lorenzo donde se montó un
granero. Los pósitos eran almacenes de granos que las autoridades crearon en el
Antiguo Régimen para intentar evitar los riesgos de las crisis de subsistencia
y de los acaparamientos, cuyo objeto especular con el precio del grano para
conseguir grandes beneficios. Los pósitos acumulaban el grano en tiempos de
abundancia para prestarlo a bajo interés en tiempos de escasez.
El obispo Fray Pedro de Tapia, célebre teólogo y dominico, que intercedió por aplacar el descontento del pueblo.
La situación se complicó cuando se tuvo noticia que el
marqués de Priego se aproximaba a Córdoba. Los amotinados, liderados por Juan
Tocino y el Tío Arrancacepas, entre otros, alentaron al pueblo para
que defendiera la ciudad. En este momento apareció la figura de Diego Fernández
de Córdoba, muy popular en la ciudad por algunas acciones filantrópicas y que
aceptó sustituir al corregidor para estableciera un precio fijo para el pan.
Diego de Córdoba pidió al pueblo cordobés que volviera a sus casas y entregara
las armas, asegurando que establecería una tasa para el pan. El motín comenzó a
cesar ante la abundancia de grano por toda la ciudad.
Por su parte, Felipe IV envió una cantidad de dinero para la
compra de trigo con el fin de que se abaratara el precio del pan, y concedió un
perdón general para los amotinados. El motín amainó con un repunte en junio,
aunque por poco tiempo. Madrid estaba muy preocupado por la situación social
explosiva en Andalucía en un tiempo de fuerte crisis de la Monarquía.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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