11 de Marzo de 2015 (13:47
h.)
Con 71 años Manuela Carmena, ex abogada
laboralista, ex magistrada, ex miembro (¿deberíamos decir “miembra”?) del
Consejo General del Poder Judicial, jubilada, ha decidido saltar al ruedo de la
política, después de varias negativas en redondo a participar en un ámbito que
no la atrae. El detonante ha sido la nominación de Esperanza Aguirre como
candidata a la alcaldía de Madrid. Carmena explica así su cambio de
opinión: «Esa figura de una mujer fuerte de derechas oscurece que
también hay mujeres fuertes en la izquierda para proponer como alternativa.»
Feliz cambio de opinión, feliz decisión. No me parece el
género lo más importante, no el sustantivo, sino el adjetivo: fuertes.
Hace unos días, cuando un periodista preguntó al presidente
de nuestro Gobierno por qué no había visitado aún las tierras inundadas por el
Ebro, respondió con una sonrisa de excusa y un encogimiento impotente de
hombros: «Yo voy donde me llevan.» No hay descripción más exacta posible de la
fórmula de gobernanza de ese varón débil: va donde le llevan Merkel,
Lagarde, Draghi, Arriola, y también donde le lleva Aguirre. Al huerto,
en definitiva. Y una vez acorralado allí, forcejea blandamente para rendirse al
fin, sumiso, a la fuerza superior de los otros. «No hay alternativa», concluye
resignado.
Mujeres fuertes en la izquierda para oponerse a la fuerza de
aluvión de una derecha crecida. Varones también, desde luego, pero sin esa
tendencia aciaga a olvidarse de la mitad del género humano, de una mitad que
aporta cualidades que son a simple vista más escasas en la contraparte: sentido
práctico, perseverancia en las ideas, atención preferente a los pequeños
detalles, entereza ante las adversidades. Mujeres con una conciencia tan exacta
e invariable como un metro de platino iridiado. Mujeres como Manuela Carmena.
En la orgullosa e independiente ciudad de Parapanda, ayer
noche una voz anónima entonaba la siguiente copla:
Ay, petenera.
Ser madrileño quisiera
Para votar a Manuela.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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