CARLOS PARDO: “LEO MUCHO A NAIPAUL. ME AYUDA A ENTENDER
EL MUNDO”
Por Emma Rodríguez © 2015 /
En El viaje a pie de Johann Sebastian Carlos
Pardo consigue apresar la tristeza de la realidad que estamos viviendo y la
descomposición de una sociedad levantada sobre falsos pilares. Lo hace a
partir del deterioro de una familia, a través de las relaciones entre
unos padres y sus hijos en el momento en que los primeros envejecen y enferman
y los segundos han de cuidarlos. Lo hace a partir de los conflictos que surgen
entre los hermanos, preocupados por la falta de perspectivas, por la
supervivencia, incapaces de dejar de lado el egoísmo. Es, desde el plano
íntimo, desde lo que sucede de puertas adentro, en un hogar que podría
ser cualquier hogar de clase media española, como el autor consigue trazar
una lúcida radiografía de un país varado entre las maneras del pasado y, al
mismo tiempo, asomado a los horizontes de una nueva construcción, de un nuevo
discurso.
No estamos, sin embargo, para nada, ante una novela realista
al uso. Lejos de hacer un retrato ajustado a las circunstancias del presente,
lo que consigue el autor es reflejar, no tanto lo que sucede, lo que acontece,
sino lo que sentimos y cómo nos sentimos en esas circunstancias. Por eso este
viaje resulta doloroso, incómodo y al mismo tiempo estimulante. Por eso nos
lleva lejos y nos aproxima a nuestras cercanías, a esos temores, inquietudes y
enojos que laten en lo más hondo y que no siempre somos capaces de nombrar.
Carlos Pardo (Madrid, 1975), poeta antes que
narrador, lector compulsivo y sujeto crítico y reflexivo por naturaleza, habla
en primera persona de lo que de verdad conoce, su propia vida, sus experiencias
familiares y generacionales, convencido de que el trayecto hacia el territorio
de la biografía, del yo, es una vía idónea para llegar al nosotros, para captar
las emociones, los deseos, las frustraciones colectivas. La sensación
de precariedad, de desorientación, en la que estamos inmersos, marca el
tono de una novela que, como decíamos antes, está anclada en el hoy pero vuela
más allá, gracias a una atractiva y sugerente estructura de fugas, de historias
reconocibles a las que se superpone la liberación de lo inventado, de lo
imaginado; la necesidad de recurrir a las ficciones como contrapartida, como
vía de escape. De ahí que el relato principal se quiebre con la narración del
viaje del joven músico Johann Sebastian en busca de su maestro y con otros
añadidos que permiten acercarse a los hechos desde diferentes ángulos.
Carlos Pardo habla en primera persona de lo que de verdad
conoce, su propia vida, sus experiencias familiares y generacionales,
convencido de que el trayecto hacia el territorio de la biografía, del yo, es
una vía idónea para llegar al nosotros, para captar las emociones, los deseos,
las frustraciones colectivas.
- ¿Fuiste consciente al escribir la novela de que por
ella estaba entrando la conflictividad de la calle, la sociedad, la política,
los enojos y sinsabores de tanta gente en su día a día?
- Ahora mismo podemos hablar de una moda política, que yo
percibo como ligera y leve en la literatura, y de un auge político en
la sociedad que me parece muy interesante. Era consciente de todo esto
cuando me puse a escribir esta novela que partía de mis propias preocupaciones,
unas preocupaciones comunes a muchísima más gente. Lo que hago es narrar el
proceso de decadencia, de renuncia, de unos personajes que viven en la sociedad
española, en un país periférico del imperio. Quería analizar la situación de mi
familia en este momento histórico concreto, sabiendo que cuanto más me acercara
a mi familia, más allá de buenas y malas intenciones, iba a ser capaz de contar
esta sociedad sin necesidad de insistir en ello de manera explícita. Y ahí,
aunque pueda resultar un tópico, en lo más íntimo, es donde acabamos
encontrando lo universal. Esa ha sido siempre la aspiración de la poesía.
- ¿Qué supuso para ti enfrentarte, destapar, las
circunstancias familiares? ¿Desde que posición, desde qué actitud, decidiste
mirar?
- Tuve claro desde un primer momento que lo que me
interesaba no era hacer una novela convencional, que adoptase las distancias
clásicas, tantas veces normalizadoras, de la ficción, sino una novela
capaz de pisar el terreno de lo emocional, de lo sentimental. Para ello
tenía quedejar de lado el pudor, la vergüenza, algo que no es muy
frecuente en la literatura española. Es lógico que no se quiera aceptar el
fracaso, pero asumirlo era el único modo de contar lo que quería contar. ¿Desde
qué ángulo? Pues desde la construcción de mí mismo, desde la sinceridad
a la hora de narrar un mundo que no es nada heroico. Creo que precisamente
por eso, por esa sinceridad, tanta gente se siente reconocida.
- ¿Fue muy duro ese ejercicio?
- Por supuesto que fue duro. Se trataba de mi familia. Tenía
que acercarme a ella desde el amor a los hechos, no desde la distancia del
sabelotodo ni tampoco desde el afán de venganza. Me costó mucho mentalizarme,
enfrentarme a cosas tan cercanas como el diario de mi madre, algunas de cuyas
páginas entran en la obra, así como algunos capítulos de una novela escrita
por uno de mis hermanos. Fue un proceso doloroso. Pero era necesario para
reflejar lo que quería reflejar: el hecho de que el destino de una
familia es, en gran parte, producto del azar, de lo fortuito (si mi
madre no hubiera trabajado en tal sitio no habría conocido a mi padre…) y
eso unido al discurso del fracaso: el fracaso de los progenitores, de los
hijos, de toda una sociedad. Hubo momentos en los que pensé que todo lo que
contaba era demasiado íntimo, que no iba a interesar a nadie, pero también me
daba cuenta de que muchas otras familias habían pasado por circunstancias
similares y, sobre todo, de que era lo único verdadero que podía escribir.
- Ya habías abierto ese camino con tu primera
novela, Vida de Pablo…
- Sí. Ambas forman parte de un mismo ciclo. Ambas parten
del deseo de hacer una autobiografía con un narrador engañoso y
de la aspiración de mostrar la mediocridad como algo normal. Los ámbitos que se
abordan son muy distintos; en la primera se cuestionaba más el mundo
del capitalismo, del consumo… pero las dos forman parte del mismo
territorio. Y hay una tercera, en la que estoy trabajando ahora, que también va
por ahí. Las tres, tanto en su temática como en su estructura fragmentaria,
tienen mucho que ver con la época en la que vivimos. Para muchos autores
escribir hoy es un acto de heroicidad. No podemos disponer de un tiempo fijo
para hacerlo todos los días, a la manera convencional. Estamos demasiado
preocupados por sobrevivir, por encontrar trabajos que nos permitan pagar el
alquiler. Para leer, para escribir, hemos de ir buscando pequeños huecos cada
día. Ahora todos somos autónomos, apenas existe el ocio ni el concepto de
vacaciones, de tiempo libre. Inmersos en ese proceso, la literatura, el arte en
general, están arrinconados.
- Todo eso se transmite muy bien en la novela, sobre todo
la sensación, la angustia, de la precariedad.
- Bueno, la precariedad a muchos les ha cogido por sorpresa,
pero no a mi generación. Los que nacimos en los 70 casi siempre hemos
desempeñado trabajos precarios. Nos criamos como burgueses sin propiedades,
pero desempeñamos trabajos precarios. Eso no es nada nuevo para mí. Lo que
sucede es que ahora estamos pasando de precarios a pobres. Lo que sucede es que
muchos asalariados pierden su trabajo y, o bien se hacen autónomos, o bien
cobran el paro hasta agotarlo. En España está claro que los hijos de la gente
pobre, que fue progresando desde los últimos años de la dictadura, en un
momento dado hemos vuelto a ser pobres. La lucha de clases no desapareció, se
quedó dormida, anestesiada. Uno de los fracasos del Partido Socialista fue
creer y decir que esa lucha había desaparecido.
Para muchos autores
escribir hoy es un acto de heroicidad. No podemos disponer de un tiempo fijo
para hacerlo todos los días, a la manera convencional. Estamos demasiado
preocupados por sobrevivir, por encontrar trabajos que nos permitan pagar el
alquiler. Para leer, para escribir, hemos de ir buscando pequeños huecos cada
día. Ahora todos somos autónomos, apenas existe el ocio ni el concepto de
vacaciones, de tiempo libre. Inmersos en ese proceso, la literatura, el arte en
general, están arrinconados.
- Cada vez se percibe una mayor cercanía en el ángulo
desde el que se escriben las ficciones. La perspectiva se achica, como si las
circunstancias arrollaran al autor con su velocidad, con su vértigo,
obligándole a explicarlas, a explicarse desde sí mismo.
- Vivimos en un momento en el que a todos nos
obligan a ser responsables de nuestros éxitos y de nuestros fracasos y
en un momento así es normal que empiecen a proliferar relatos que rondan lo
autobiográfico o se inscriban totalmente en ese plano. Todo tiene que ver con
los cambios que se están experimentando en una sociedad como la española, que
siempre ha sido muy pacata y pudorosa, actitudes que se reflejan en el terreno
literario, donde se ha tendido a tachar este tipo de obras, más o menos
apegadas a lo vivido, como narcisistas o exhibicionistas. Pero esto ha sucedido
en nuestro ámbito. Fuera, desde hace mucho tiempo, el narrador se ha venido
identificando con el protagonista, le ha cedido sus experiencias. Pensemos
en Proust, enMusil, en Marguerite Duras o
en Clarice Lispector, claramente enfrentados al concepto de gran
estilo, de verosimilitud, de Flaubert o Tolstoi. A mí me
interesa especialmente la novela como anhelo de proximidad, de cercanía. Me
interesa la novela como género, no de las sociedades cerradas y complejas,
a la manera de los grandes clásicos, sino de nuestras sociedades abiertas,
donde debe inventarse la voz cada vez que se narra, donde no hay un mundo
previo a la escritura, ni un género, ni un estilo. Esto lo ha interpretado muy
bien V. S. Naipaul, un autor al que admiro y que, siendo de origen
indio, tuvo que construir un mundo propio desde el que apresar la cultura y la
sociedad británicas. En la línea de la autobiografía es donde se inscriben
también Doris Lessing, Coetzee, Peter Handke… Todos han asumido
desde el principio la vulnerabilidad de la voz propia. Esa es, sin
duda, la línea literaria más fecunda desde hace cincuenta años.
- Dices que los cambios sociales están impulsando en
España una nueva forma de contar. ¿Lo puedes explicar un poco más?
- Sí. Hay una necesidad de reinventar la historia desde un
punto de vista propio, no desde el punto de vista del pasado, del padre, de la
madre. Se trata de mostrar la voz de los descendientes, de
interpretar políticamente el mundo desde un ángulo de visión renovado. Esto
tiene un evidente paralelismo con la situación de cambio que se está viviendo,
no sólo en España, sino en Occidente en general. A los descendientes les
corresponde volver a dar cuerda al reloj de la historia, volver a narrar los
hechos. Construimos la realidad con ficciones, con relatos. Y aquítenemos
que construir el relato del 15-M, de la precariedad, de la desigualdad… No
hablamos de un relato autobiográfico nostálgico, sino de un relato crítico con
la realidad, con el sentido de la realidad y de la propia identidad.
- Hay en la novela una indagación en el concepto de
pueblo, un intento de acercamiento al nosotros, a lo comunitario.
- Sí. Me planteo cómo definir el concepto de pueblo
en una sociedad producto de muchos borrados de memoria, cómo surge el
concepto de pueblo, de comunidad, de nosotros, después del 15-M. Creo que es
ahí donde podemos hablar de un antes y un después, aunque no nos podemos
engañar y creer que fue una explosión que surgió de repente, espontáneamente.
Había mucha gente, a la que se denominaba antisistema, manejando los discursos
de las movilizaciones desde mucho antes. Lo interesante es que esos
discursos fueron pasando a capas cada vez más amplias de la población y
ahora han adquirido fuerza política a través de distintas plataformas
ciudadanas y de una formación como Podemos. Lo mejor del 15-M es que se
convirtió para muchos en un curso de posgrado político, de economía, de
derechos sociales. Cuando yo escribí la novela fue el momento en que había
tenido mucho peso el discurso libertario, que está muy bien en algunas cosas,
pero que conduce a una perpetua irresolución, que funciona más que nada como
una metáfora estética.
- ¿Cuán cerca está la literatura de la política?
- Todas las ficciones son políticas desde el momento en que
someten la realidad a crítica y actúan como un ejercicio de violencia sobre los
hechos. La literatura participa del mismo mundo y utiliza las mismas
herramientas de la política, lo cual no quiere decir que tenga que ser
panfletaria. Rilke o Nabokov, por ejemplo, son políticos sin ser panfletarios,
y eso que Nabokov no quería que se percibiese ni el más mínimo sesgo político,
tendencioso, en lo que hacía. Pero todo es un ejercicio político: pasear,
perder el tiempo… En cuanto a lo que yo escribo, prefiero que un libro
transmita una lectura política determinada a que sus personajes se pongan a
hablar de política. Me interesa la literatura crítica, problemática, aquella
capaz de poner en duda los conceptos, la que no trata al lector como un menor
de edad, la que no perpetúa la confortabilidad y las formas de vida del poder
(ésta ha existido siempre, en todas las épocas históricas).
- ¿Ha sido demasiado confortable la literatura española
de la etapa de la Transición?
- Por supuesto. Ha habido mucho de eso, mucho buenrollismo,
muchas buenas intenciones, pero al mismo tiempo se han dado lecturas más
críticas. Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo, valiéndose
de la novela negra, fue capaz de cargarse a la burguesía
desmemoriada, complaciente desde una posición de supuesta izquierda.
Prefiero que un libro
transmita una lectura política determinada a que sus personajes se pongan a
hablar de política. Me interesa la literatura crítica, problemática, aquella
capaz de poner en duda los conceptos, la que no trata al lector como un menor
de edad, la que no perpetúa la confortabilidad y las formas de vida del poder.
- La convivencia generacional es clave en la novela. Hay
una brecha evidente entre padres e hijos, pero también un intento de
comprensión. Y, por otro lado, el tratamiento de la figura de la madre resulta
muy interesante.
- Sí. Me preocupaba mucho reflejar esa complicidad entre
generaciones. Creo que la Transición fue un proceso que no ha
terminado. Habría que hacer una lectura crítica, más compleja, de
ese momento. Convertirlo todo en una lucha generacional es un peligro.
En cuanto a la figura de la madre, es muy importante, sí. En realidad, todos
los personajes femeninos de la novela son los de mayor entidad. Eso tiene que
ver con la mujer como principio de realidad. Puede resultar tópico, pero no
puede ser de otro modo tratándose de una novela de iniciación de un varón
heterosexual que intenta construirse sentimentalmente.
- En un momento de la novela escribes: “Hasta ahora
no me había dado cuenta de que elegí escritor porque escribir era anacrónico.
La literatura no me eligió a mí. Desde el principio, si es que hay un
principio, y yo lo localizo en las primeras lecturas en el colegio, la
literatura era un lugar que había perdido el poder de la seducción. No era un
patio de juegos, sino un jardín relegado, por llamarlo de alguna manera…”
- Sí. Se trata de una defensa del anacronismo, de un ataque
a la dictadura de la actualidad, de lo que se convierte en normal, en habitual.
La literatura era para mí algo que en el colegio no tenía ningún atractivo. A
mí no me gustaban Bukowski o Carver, sino Espronceda o Garcilaso. Ir hacia
ellos era una especie de huida. Y descubrí que esa huida era el mundo, no un
lugar escondido; que esa literatura pasada de moda me conectaba con la historia
del mundo; que la ficción, en cierto modo, tiene el poder de retrasar nuestra
desaparición… El poder de la ficción tiene mucho juego en la estructura de la
novela. Ahí está la sublimación del arte, de la música. Ahí está la
necesidad de distanciarse de la realidad mediocre de familia venida a menos.
Cada capítulo es como una fuga, una lente de aumento de la realidad.
Hay muchas referencias a lecturas, a trayectos
literarios, en “El viaje a pie de Johann Sebastian” (Periférica).
Desde que descubrió “el jardín relegado” de la literatura, Carlos Pardo no lo
ha dejado de visitar y de engrandecerlo. Ese lugar está allí donde abre las
páginas de un libro, en cualquier rincón en el que se sienta a leer. En su casa
del centro de Madrid al escritor le gusta cambiar de sitio, llevar su mesa
portátil de un lado a otro, aprovechando los silencios, los movimientos de la
luz, para sumergirse en esas historias que le permiten fugarse de los
conflictos cotidianos, en esos trozos de revelación o de verdad que otros
autores le regalan y que tanto le gusta encontrar, subrayar, para a partir de
ellos reelaborar sus propias impresiones, teorías, asociaciones de ideas, de
reflexiones. La literatura en todas sus vertientes: la investigación, la
conversación en torno a lecturas, es fundamental en la vida de Pardo, quien,
entre sus trabajos, ha ejercido de librero, un librero excepcional que
recordamos todos los que nos hemos dejado guiar por él en algún momento.
- ¿Qué estás leyendo ahora?
- Siempre suelo estar con varios libros a la vez. Ahora
mismo estoy picoteando los Diarios de una escritora, de Virginia
Woolf, una selección realizada por su marido, Leonard Woolf.
Además de sus novelas, me encantan los textos menores (cartas,
diarios, artículos, esbozos de relatos) de Virginia Woolf. También estoy
con Los hechos, de Philip Roth. Es un escritor que me
interesa, pero que nunca me acaba de gustar del todo. Me parece charlatán –pero
sin la gracia de la charlatanería de Saul Bellow, por
ejemplo– y siempre dedica páginas y páginas a justificarse, justificar a sus
personajes y justificarse como narrador. Sin embargo, acabo de terminar otro
libro suyo, Mi vida como hombre y me ha encantado.
Quizá porque es un libro ‘deforme’, con un derroche de metaliteratura
autobiográfica. Los hechos me está gustando menos, la verdad.
Creo que Roth me cansa cuando escribe autobiografía directamente (es poco
sincero, lo encuentro nostálgico, blando). Lo prefiero cuando sus personajes (Zuckerman,
Tarnopol) escriben autobiografías…
- Es evidente que sientes predilección por la
autobiografía.
- Sí. Parte de la literatura que más me gusta es la que se
origina del cruce entre la autobiografía y la picaresca española (que es una
‘sublimación materialista’, si puede decirse esto, de la necesidad de
autoexamen después del Concilio de Trento, que prohibió el autoexamen…).
Esto quiere decir que me gustan los orígenes de la llamada novela de
formación o aprendizaje: Karl Phililp Moritz, JeanPaul, Gottfried
Keller… En esta línea hay dos libros que me encantan, dos autobiografías
que comparten este choque: Historia de la vida y de las aventuras
verdaderas del hombre pobre de Toggenburg, de Ulrich Bräker, de finales
del siglo XVIII (publicado en Cátedra), y el Bosquejillo de
Mor de Fuentes, un autor español olvidado del siglo XIX, traductor
de Gibbon, de Tucídides… Se trata de un grande, ahora descatalogado. En
España no cuidamos a nuestros escritores de memorias…
- ¿Qué primeras lecturas recuerdas?
- Mis primeras lecturas son, como digo en la novela, poco
atractivas, con poco prestigio para el mundo del adolescente que empieza a
leer. No sonBukowski o Carver, ni siquiera Hermann
Hesse, sino Garcilaso, Espronceda y El Duque de Rivas… y
luego Baudelaire, Jules Laforgue, el Eugenio Oneguin de Pushkin.
Muchas son lecturas que me han ido formando como lector, a las que he vuelto,
primero con el ánimo cursi del adolescente sublimador y luego con la ironía que
mantiene el juicio en suspenso, humorística, corrosiva. Porque todas son
lecturas que participan de esa dualidad, y cuya ironía yo no terminaba de
percibir en su momento. También tengo que citar la poesía de Philip
Larkin y de Ángel González. Bueno, y Drácula, que
fue la primera novela que me leí y la que me ‘trajo’ a la literatura.
- ¿Libros transformadores…?
- Muchos: La conciencia de Zeno, de
Italo Svevo; Los hermanos Tanner y todo Robert
Walser; Los monederos falsos, de André Gide;Crimen y
Castigo; La flores del mal; los poemas de Laforgue y Montale; La
edad del pavo de Jean Paul, y, por supuesto, Mil mesetas,
de Deleuze y Guattari. Si siguiera pensando la lista sería
interminable.
Mis primeras lecturas son,
como digo en la novela, poco atractivas, con poco prestigio para el mundo del
adolescente que empieza a leer. No son Bukowski o Carver, ni siquiera Hermann
Hesse, sino Garcilaso, Espronceda y El Duque de Rivas… y luego Baudelaire,
Jules Laforgue, el Eugenio Oneguin de Pushkin…
- ¿Qué libro recomendarías para entender el momento
actual?
- Yo creo que veo España con ojos naipaulianos.
Creo que V. S. Naipaul es el autor que más leo y releo actualmente, y creo que
su método (ir desvelando las capas de borrados de memoria en las que se
sustentan los países, ir más allá de las buenas y las malas intenciones) puede
ayudar a entender la España de hoy. Y el mundo de hoy en un sentido global. Recomiendo
sus libros a partir de los setenta. Quizá, para empezar, Un camino
en el mundo.
- ¿A qué otros autores te gusta volver una y otra vez?
- Pues a Peter Handke, Paul Léautaud, Onetti, Hugo Claus,
Natalia Ginzburg, Elias Canetti, Robert Musil, Antonio Di Benedetto, Benjamin
Constant, Hermann Broch, Nathalie Sarraute, Carlos Martínez Rivas, Nietzsche… Y
a ellos tendría que añadir todos los citados anteriormente.
- ¿Tienes tiempo, te gusta estar al tanto de las
novedades?
- Tendría que preguntarme si estoy al día a pesar de mis
intereses como lector. Creo que hay toda una dictadura de la actualidad que te
obliga a estar al día de las novedades literarias que se publican,
especialmente las españolas y las norteamericanas. Mis intereses no van por
ahí. Quizá sea más germanófilo y latinoamericanista, aunque no sé.
Hay autores actuales que me encantan, de este país y de otros. Pero quizá sea
más anticuado, más siglo XX. O más siglo XVIII.
- ¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?
- A una isla desierta me llevaría un libro que no me hubiera
leído. Un libro largo, con buen humor y peripecias, como un buen amigo. Creo
que elegiría las Memorias de Casanova.
El viaje a pie de Johan Sebastian ha sido publicado por
la editorial Periférica.
Las fotografías fueron realizadas por © Karina Beltrán en la casa
del escritor en Madrid.
Fuente: http://lecturassumergidas.com/
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