nuevatribuna.es | 22 Septiembre 2014 - 21:20 h.
«En la fractura social se corre el peligro de que se insinúe el populismo,
es decir, la patología social de la democracia-régimen que explota la
deconstrucción de la democracia-sociedad», escribe Pierre Rosanvallon. Es obvio
que, así las cosas, no es riguroso tachar a Podemos con el sambenito de
populista.
Y, sin embargo, tan grave acusación no sólo no parará sino que se
incrementará en el futuro inmediato. Al menos mientras las encuestas sigan
deparando un incremento en su representación electoral. Lo que indicaría que
quienes hablan de esa manera no tienen ningún tipo de argumentos para
contrarrestar ese fenómeno político tan relevante. Tal vez las preguntas clave
sean éstas: ¿por qué están perplejos y, exactamente, qué temen?
Están perplejos porque Podemos ha surgido de una manera “anómala”. Viene de
las multitudes que, hace tiempo, conformaban movilizaciones multitudinarias
–las famosas mareas multicolores-- contra las políticas de
recortes y destrucción del Estado de bienestar, contra la corrupción generalizada,
tanto pública como privada, y el declive de la democracia entendido como
ligamen fundado en la igualdad.
Cuando preogresivamente aquellos movimientos entendieron los límites de la
movilización exclusivamente movimientista y dieron el salto –que
antes llamábamos de calidad— hacia “la política”, empezaron las preocupaciones
de lo que Podemos llama «la casta». Un inciso: entiendo que Podemos amplía
gratuitamente esa cualificación a formaciones como, por ejemplo, Izquierda
Unida.
Ese surgimiento de la multitud difusamente organizada provoca una enorme
perplejidad, sin embargo, en todos los partidos. Por las siguientes razones:
saca a masas considerables del desinterés (o desafección) de la política a una
atención al fenómeno político de Podemos; hace emerger una importante izquierda
sumergida a la superficie, creyendo que no puede dejar pasar esta nueva
ocasión; y, finalmente, todo ello está creando una nueva relación, aunque
todavía es temprano para ver en qué sentido se orienta, con la vida pública.
Naturalmente, todo lo dicho provoca un come-come, una desazón, entre la
política instalada, que observaba con fruición que la alternancia en el poder
político era cosa de dos. O, por mejor decir á la Rosanvallon,
una alternancia que deconstruye la democracia-sociedad para lucro (no
infrecuentemente espúreo) de la democracia-régimen.
En ese orden de cosas, Podemos está siendo tratado como los lugareños del
Far West que, cuando veían a alguien desconocido, preguntaban inamistosamente:
«¿Qué quieres, forastero?». Ahora bien, en este caso, comoquiera que es
increíble llamar forastero en Valladolid a un vallisoletano, el
calificativo debe ser algo que exprese degradación. Por lo tanto, la coz de
populista substituye a la de forastero. Pero la coz es, por tautología,
una coz, no un argumento.
Nota. El primer autor a quién leí en el terreno político la expresión
«casta» fue a Antonio Gramsci, ignoro si hubo alguien que la empleó antes.
Si leen –o releen— al amigo sardo lo encontrarán.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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