El dimitido
ministro de Justicia consiguió lo nunca visto: poner a todo el mundo en su
contra. Desde abogados, fiscales, a jueces, funcionarios, registradores... La
gota malaya acabó con la popularidad de quien pudo ser presidente del Gobierno
JULIA PÉREZ Madrid
23/09/2014 19:18 Actualizado: 23/09/2014 21:15
Alberto Ruiz-Gallardón, en una intervención en el
Congreso de los Diputados.EFE
Nunca se
sabrá si Mariano Rajoy nombró como ministro de Justicia a su eterno rival en
las encuestas y compañero de partido, Alberto Ruiz-Gallardón, para que se
quemara sólo o para quemarlo y acabar con él de una vez por todas,
consciente que le enviaba a un ministerio complejo.
Cuando el
presidente del Gobierno alcanzó el poder tenía tres grandes rivales: Alberto
Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre y Alberto Núñez-Feijoo. Hoy sólo queda su
compañero gallego de toda esa "tropa" de la que, con sorna, a veces
alude el presidente.
Gallardón
aspiraba a ser ministro de Defensa, pero Rajoy le tenía reservada una esquina
del poder: Justicia. Le vendió la moto, y él aceptó. Pero Justicia es un ámbito
con leyes decimonónicas, y muy complejo para lo que se requiere profundos
conocimientos y dilatada experiencia. Por si fuera poco, no tiene un gran
presupuesto para repartir favores, aunque posea gran fuerza en el Boletín
Oficial del Estado. El exalcalde de Madrid entró con ansiedad en el
Ministerio, dispuesto a emprender ese impulso reformista que le llevó a hacer
la famosa obra de la M-30 madrileña.
Aspiraba a
ser el gran reformista de la Justicia, y puede que pase como uno de los peores
ministros
Rajoy es
amigo de los silencios y de dejar que los rivales se quemen en sus propios
enredos. Y ese parece haber sido el caso de Alberto Ruiz-Gallardón, un político
capaz de reformar la realidad con ilusión, pero también de montar un incendio
para iluminarse. Gallardón aspiraba a ser el gran reformista de la Justicia;
pasar a la historia por el ministro que la hacía saltar de leyes procesales del
XIX y medios materiales propios de los años 80, al siglo XXI de la era del
conocimiento. Y es muy posible que pase como uno de los peores ministros de
Justicia de la historia de España.
Se dedicó de
lleno a anunciar reformas, semana tras semana, sin tener presente que el hecho
de ser fiscal de carrera no le confería el conocimiento del sector. Mientras,
se rodeada de altos cargos con experiencia en el ámbito judicial, pero también
dotados de eternos rivales que el ministro heredó sin ponderar sus
consecuencias. Y les dejó hacer. Al mismo tiempo, se embarcó en reformas en las
que, ya sea por convicción propia o ajena, consiguió lo que nadie había
conseguido hasta ahora en la historia de los ministros de Justicia: poner a
todo el mundo en su contra a base de podar derechos tras derechos.
A los
ciudadanos les impuso unas tasas judiciales que, en plena crisis
económica, han conseguido consagrar el dicho de que la justicia es cosa de
ricos: no en vano hay que pagar hasta 2.800 euros para recurrir a
una Audiencia en un caso mercantil, por ejemplo. La plataforma que pide la
derogación de las tasas judiciales y que están en change.org lleva ya 240.000
firmas. Para los justiciables y a los abogados les aplicó una reforma de la ley
de asistencia jurídica gratuita, con graves consecuencias porque los servicios de orientación jurídica destinados a los más
débiles , que se redujeron o desaparecieron, mientras aumentaba el
derecho de quienes podía acceder al abogado de oficio pero reducía su
presupuesto.
A los jueces
les dedicó cinco reformas de la Ley Orgánica del Poder Judicial para reducir la autonomía de un órgano de gobierno a una
mera dirección general y para limitar a los jueces que veía más díscolos
respecto a los derechos de los desfavorecidos en esta crisis.A Gallardón no le
gustaban los jueces que emprendían sumarios sobre corrupciones del poder o
sobre hechos del pasado al margen de su voluntad. Tampoco le gustaba que el
órgano de gobierno de los jueces se negara a cesar a Carlos Dívar como
presidente del Consejo General del Poder Judicial. "Si votáis en su contra,
es la guerra", transmitió como mensaje a los vocales. Y como le
desobedecieron, reformó la ley para limitar al CGPJ y convertirlo en una mera
dirección general, con vocales designados a dedo por el Parlamento.
Su estilo de
gestión presidencialista le llevó a imponer un modelo piramidal, más propio de
un consejo de administración de una constructora que de órganos deliberativos
como son en la justicia los tribunales.
Los recortes
de los derechos se sucedían en plena crisis económica, mientras ignoraba a
quienes le advertían sotto voce de que venía una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea
demoledora y que acabaría con el sistema hipotecario español. Se puso de
perfil, y la sentencia originó varios meses de vacío normativo, cubierto
por las juntas de jueces convocadas por los decanos en los que decidían a
partir de qué porcentaje se consideraba una comisión abusiva, por ejemplo.
Esa
desconfianza hacia el juez comunitario le llevó junto a su colaborador Carlos
Lesmes, presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), a modificar
la Ley del Poder Judicial para crear una ley mordaza sobre jueces y sus asociaciones,
algo tamizada tras la escalada de críticas que han surgido.Y si el Tribunal
Supremo declaraba abusivas las cláusulas suelo de las hipotecas, pero no contemplaba
el pago retroactivo de lo cobrado indebidamente, las Audiencias Provinciales
respondían después con miles de sentencias en las que reconocían la devolución
del dinero cobrado indebidamente por los bancos con las cláusulas suelo.
La respuesta
de Gallardón no se hizo esperar, y propuso una solución nunca vista en
España: crear una jurisprudencia vinculante que emana del Supremo y de obligado
cumplimiento por parte de todos los jueces. Es más, en su reforma incluye
que el CGPJ -nombrado por el Parlamento- elija a los presidentes de tribunales
de instancia -de ámbito provincial- a los que puede retirar la confianza.
Presidentes que, a su vez, pueden llegar a quitar a un juez instructor un caso
y dárselo a otro. Esta reforma en ciernes levanta ampollas por cuanto lo que
contiene debajo: la posibilidad de quitar un caso incómodo como Nóos o ERE a un
juez y dárselo a otro.
Ya puestos a crear enemigos, suprimió los 1.500 jueces
sustitutos, algunos de los cuales llevaba 20 años supliendo las
carencias del sistema. Y los mandó a casa. El resultado: un ahorro económico en
el papel, pero un retraso aún más grave en la realidad porque ese trabajo ya no
lo hace nadie y lo tienen que hacer los jueces. Total, hay ya señalamientos de
juicios de lo Social, por ejemplo, para 2018.
Ha
privatizado el Registro Civil después de haber invertido millones en su
digitalización
Gallardón se
fue enredando con los anuncios de reformas. Por ejemplo, con la reforma del
Código Penal que introduce endurecimientos populistas de las penas. O la privatización del Registro Civil, después de
invertir 130 millones de euros en la digitalización de todos los documentos
desde el siglo XIX. La vida jurídica de todos los españoles pasará a manos de
los registradores, que tienen empresas privadas para gestionarlo. Al mismo
tiempo, pone en peligro 3.500 empleos: los funcionarios de los registros
volverán a los juzgados que mandarán a más interinos al paro. La certificación
de estos documentos conlleva gastos, pero Gallardón optó por asegurar que el
Registro Civil seguirían siendo gratuito. Los registradores protestaron y él
siguió adelante obligándoles a aceptarlo por medio del decreto.
A los
fiscales, sus compañeros de oposición, les ha ninguneado. Es más, la famosa reforma procesal
que otorgaría la instrucción de los asuntos penales al ministerio público ha
quedado aplazado. Mientras, hace muchos meses que no se habla con el Fiscal General del Estado, Eduardo Torres-Dulce,
a quien ni siquiera ha llegado a remitir leyes que afectan a la fiscalía o a la
Justicia en general.
A los
alcaldes los encabritó con una reforma del mapa judicial, la llamada ley de
planta y demarcación, que es como el mapa de los grandes hospitales en versión
judicial. Su mapa lo elaboró sin tener en cuenta el difícil equilibrio político
local. El resultado fue que seguía adelante, mientras los líderes municipales
temían la pérdida de las próximas elecciones de 2015 a causa de la pérdida de
ser la cabeza del partido judicial o, lo que es peor, de unir a su municipio
con otro que no tenía mucho que ver. Toda esta escalada de reformas-bronca y de
torpezas sucesivas eran respondidas por Mariano Rajoy con el silencio.
"Yo en Justicia no me meto", decía cuando le preguntaban, y hasta
le imploraban que aportara soluciones.
Rajoy dejaba
hacer a Gallardón; dejaba que se enredara en sus propias contradicciones y en
sus anuncios de reformas sin alcanzar antes consensos amplios entre los
sectores implicados. Mientras, aquellos a los que él había nombrado se
atrevían a criticar a Gallardón en los cenáculos de periodistas off the record,
sabedores de que estaba de capa caída.
La reforma
del aborto se fue complicando. Era el menor de sus problemas. Pero él se había comprometido a abordarla antes del verano
y era una de las leyes que su padre hubiera querido emprender. En el partido
crecía la discrepancia. Gallardón seguía adelante, sin tener en cuenta de que
el silencio de Rajoy era una soga que le estaba enredando al cuello. Su soledad
ante ese compromiso que iba a ser incumplido, la herida en su orgullo, y la
bronca de los sectores más conservadores del PP decepcionados con esta
decisión, le llevó a presentar su dimisión.
El tiempo
dirá si es una dimisión definitiva, como aparenta ser, o es un paréntesis en
un animal político que pudo presidir España gracias al tirón popular que tenía
pero que fue perdiendo en su gestión de la Justicia que le ha desgastado como
una gota malaya.
Fuente: www.publico.es
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