nuevatribuna.es | Francí Xavier Muñoz | Diplomado en Humanidades y en
Gestión Empresarial|29 Septiembre 2014 - 13:53 h.
El sábado pasado tuve la oportunidad
de acudir a la presentación de un libro que, ahora, a muchos nos resulta
imprescindible, a pesar de desconocer durante décadas las terribles historias
que cuenta. El libro narra la represión franquista en el pueblo de
mi familia materna, un pueblo de Guadalajara, y su autora ha recopilado durante
años los testimonios de los familiares de las víctimas directas de aquella
barbarie, cometida con la vil excusa de desterrar para siempre de España la
democracia como forma de organización política. Contra lo que muchos piensan,
el franquismo no solo fue un régimen fascista que intentó erradicar el
sindicalismo, el socialismo, el comunismo o el anarquismo; también fue un
régimen que persiguió a demócratas y liberales de derechas, tan republicanos
como los progresistas y liberales de izquierda.
"Tendilla. De la Guerra
Civil y la represión franquista”, que
así se llama el libro, documenta unos
setenta casos de fusilados, desaparecidos o represaliados en un pueblo que,
actualmente, no sobrepasa los cuatrocientos habitantes en invierno. Un pueblo
con mucha Historia, así con mayúscula, pues sus condes fueron durante siglos
personajes influyentes en las cortes de los reyes y en sus gobiernos. El más
importante, el segundo Conde de Tendilla, que por encargo de los Reyes
Católicos terminó en 1492 la conquista del Reino Nazarí de Granada y fue
después Capitán General de dicho territorio y Alcaide de La Alhambra, títulos
que heredarían algunos de sus sucesores.
como decía
la autora del libro, Conchi de Luz, ha habido unos cuantos libros
que han hablado de Tendilla, pero todos han pasado de puntillas sobre uno de
los aspectos más tristes e injustos de su Historia, como ha ocurrido
lamentablemente en tantísimos lugares de España hasta que
la Ley de la Memoria Histórica ha ido facilitando la búsqueda de la verdad y la
investigación de unos hechos que permanecieron silenciados y ocultos durante
décadas. Una Ley que, por otro lado, se queda corta.
Conchi de Luz ha puesto la
primera piedra para que la verdad de un pueblo no se olvide, para que perdure
la memoria de quienes arriesgaron su vida por la libertad y para que algún día
se repare el daño cometido, pues ninguna discrepancia política puede justificar el terror y la represión de
una parte de un pueblo sobre otro. Pasarán muchos años
todavía para esa reparación. Quizá ni la autora del libro ni yo lo veamos, pero
con su investigación, Conchi de Luz ha devuelto la dignidad a quienes nos
legaron la inquebrantable firmeza de los valores democráticos, sepultados por
cuarenta años de ignominia e ignorancia.
Yo no sabía que Tendilla, el
pueblo de mi familia materna, había sufrido la barbarie fascista. Me ha
sobrecogido la cifra de asesinados y represaliados. A partir del sábado pasado
mi percepción de ese pueblo ha cambiado radicalmente. Crecí de niño y
adolescente pensando que los desastres de la Guerra Civil solo llegaron al
pueblo en forma de heridos o muertos en el frente. ahora, gracias a este impagable trabajo de
investigación, he sabido que los desastres de esa guerra llegaron también en
forma de odio personal y venganzas injustificables. Todavía falta que los
responsables de crímenes y represiones tan execrables en todo el país ocupen un
memorial de culpabilidad moral con nombres y apellidos, aunque para esto harán
falta otras generaciones.
Me emocionó la presentación de
este libro porque yo conversaba mucho con mi abuela y le pedía especialmente
que me contara aquella época de la República y la Guerra Civil. Y me contaba
historias, pero nunca me habló de estos hechos represivos, no sé si por
desconocimiento, por temor o por incomprensión hacia lo que fue una barbarie
injustificable. Me acordaba de ella el sábado pasado, y me lamentaba de que no
siguiera entre nosotros porque no sé qué cara habría puesto al conocer tantos
casos de represión franquista en su pueblo. Yo no tengo mucho vínculo ya con
Tendilla pero recuerdo en mi adolescencia y juventud ciertas conversaciones
políticas que ahora, inevitablemente, me conducen a un hilo pasado, de décadas,
donde se aprecia el odio transmitido y heredado. Y siento repulsa porque ahora
entiendo el por qué de algunas de esas ideas en ciertas personas, ideas no
amparadas en discrepancias políticas sino en odio visceral al adversario.
Conchi de Luz ha recopilado una
de las historias de Tendilla, la más trágica, que se ha mantenido oculta al
público, en la intimidad de algunos hogares, y a veces ni tan siquiera eso. Su
libro, además de despertar la memoria, rescatar el olvido y dignificar a las
víctimas, será un referente acreditado en la recuperación de la Memoria
Histórica de Guadalajara y, creo, que también será un precedente de futuros
actos y textos reivindicativos de esa Memoria Histórica de Tendilla, a la que
todavía le falta mucho recorrido y que la autora, con su libro, ha iniciado. desde aquí mi enhorabuena por su esfuerzo,
tesón y valentía. en realidad, el motivo de
este artículo sobre su libro fue ver el sábado cómo mi madre y mis tías, sin
tener familiares directos represaliados, lloraban al conocer la
brutal represión ejercida contra familias de las que fueron amigas en su
infancia. Y ahí me di cuenta del cambio de percepción sobre el pueblo que ahora
tendremos muchos, una percepción más triste pero, indudablemente, mucho más
justa. Todo gracias a la recuperación de la memoria de unos hechos que,
intencionadamente, se han mantenido ocultos durante demasiadas décadas.
Desde hace once años no puedo
ya disfrutar de aquellas conversaciones con mi abuela en las que yo intentaba
sonsacarle historias de aquel período tan trágico de la Historia de España.
Eran ratos dispersos, aprovechando algún despiste en las tareas cotidianas,
tanto en el pueblo como en Madrid, en las temporadas que pasaba en casa. El
sábado pasado recordé cómo se perdía su vista y se ralentizaba su voz cuando su
relato, por mi insistencia, bajaba de lo general a lo particular e intentaba,
siempre sin éxito, conocer casos concretos de represión que yo ya iba
conociendo de otros lugares. Mi abuela nunca se refirió a otros casos que no
fueran el de familias que perdieron a algunos de sus miembros en los frentes de
la guerra, como soldados. De lo demás, o no sabía o, sabiendo, guardó un
silencio absoluto, como así han hecho cientos de miles de familias en este
país. El sábado pasado mi sorpresa fue comprobar que yo no era el único que
desconocía tantos casos de represión; personas de sesenta, setenta u ochenta
años, también los ignoraban. Por eso, libros como éste, al igual que los muchos
que han ido escribiéndose a lo largo de los últimos años, tienen un valor
incalculable pues la mayoría se han escrito por el esfuerzo particular de sus
autores y de los testigos herederos de aquella barbarie, sin mucha colaboración
o ayuda por parte de administraciones e instituciones públicas.
No habrá reconciliación posible
ni cicatrización de heridas hasta que las víctimas de la represión franquista
tengan el reconocimiento y homenaje debido por parte del estado democrático de Derecho, algo que lamentablemente ningún Gobierno se ha
atrevido a hacer todavía. La Ley de la Memoria Histórica es un paso, sin duda,
pero no el que hay que dar para alcanzar la verdad, justicia y reparación que
cientos de miles de familias tienen derecho a recibir de un Estado democrático
que ha superado los oscuros tiempos de la dictadura, como así se ha hecho en
otros países con experiencias similares. La lucha de estas familias seguirá
siendo la lucha de muchos de nosotros que, sin rencor pero sin olvido, sin odio
pero con dignidad, no cejaremos en el empeño de ver reconocido públicamente el
sacrificio de una generación de españoles que intentó construir el primer
Estado social y democrático de Derecho de nuestra Historia. Mientras tanto,
como decía mi abuela, “que no se repita aquel odio".
Fuente: www.nuevatribuma.es
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