La Primera Guerra Mundial fue un hecho histórico
íntimamente ligado al desarrollo de la propaganda política.
nuevatribuna.es | Eduardo Montagut | 26
Septiembre 2014 - 19:35 h.
La propaganda fue un arma más empleada por los contendientes de la Gran
Guerra. No era la primera vez que se usaba en un conflicto. Un caso muy cercano
en el tiempo sería el de la Guerra de Cuba y Filipinas con intensas campañas de
la prensa amarilla norteamericana contra España. Pero, sin lugar a dudas, el
empleo de la propaganda política llegó a su mayoría de edad con la Primera
Guerra Mundial. A partir de entonces, vivirá un extraordinario desarrollo.
En el interior de los países, los gobiernos emplearon la propaganda para
fomentar el patriotismo y elevar la moral frente al derrotismo, especialmente
cuando los efectos del conflicto comenzaron a llegar a los hogares de la mano
de la escasez y el racionamiento, cuando las opiniones públicas comprobaron que
la guerra sería larga y que los frentes eran mataderos constantes, sin
proporcionar grandes ventajas territoriales sobre el enemigo. Las técnicas
comerciales nacidas con la Segunda Revolución Industrial, como los carteles en las
calles y los anuncios en la prensa, se pusieron al servicio de la causa
patriótica y para intentar controlar o manipular a la opinión pública.
La propaganda como arma contra el enemigo tuvo un marcado carácter
subversivo, es decir, había que aprovechar sus tensiones internas,
especialmente cuando la duración de la guerra hizo que los problemas aparcados
por la inicial euforia volvieron a aflorar con fuerza. La profunda crisis
interna del Imperio Ruso, y que se arrastraba decenios atrás, regresó en 1917.
Los alemanes facilitaron mucho que las ideas y agentes bolcheviques
consiguieran expandirse en el frente y en la retaguardia. El gran éxito de esta
política subversiva llegó cuando Berlín ofreció un tren para que Lenin
regresara a Rusia, eso sí, sellado para que no tuviera contacto alguno con la
población alemana en su viaje. En el caso del frente occidental, los alemanes
agitaron el evidente malestar de las tropas francesas en ese mismo año,
cansadas ante una guerra sangrienta que no reportaba beneficio territorial
alguno de importancia ni terminaba de agotar al enemigo, además de producir
miles y miles de bajas. Uno de los factores, aunque no el único, que explican
los motines franceses tiene que ver con esta agitación. También se puede
detectar la mano enemiga en el fomento del derrotismo italiano después del
desastre de Caporetto.
Pero los alemanes no se vieron libres de las armas propagandísticas del
enemigo. Cuando comenzó a crecer la contestación interna en el año 1917, la
llegada a la guerra de los Estados Unidos tuvo, además de su importancia
militar, otra consecuencia inesperada en el terreno de la propaganda política.
El discurso de Wilson fue sumamente inteligente cuando planteó la diferencia
entre el militarismo de las autoridades alemanes, al que había que derrotar sin
miramientos, y el sentido democrático del pueblo alemán, al que alentó para que
derribara a esas autoridades. Los británicos, que luego se destacarían en
fomentar las distintas resistencias internas contra los nazis, en desarrollar
el espionaje y la inteligencia, ya en la Gran Guerra comenzaron a explotar
estos medios para desmoralizar al enemigo. Londres creó un organismo encargado
de la propaganda en los países enemigos, con fondos, hombres y medios técnicos
para promoverla.
Por fin, la propaganda política también debía ser fomentada en los países
neutrales para que se inclinasen a favor de la causa propia, para conseguir
tratos de favor o para mantener dicha neutralidad, intentando influir en la
opinión pública, en los estados mayores y en las autoridades políticas. Se
dedicaron muchos fondos para promover campañas de prensa, grupos de presión, o
para sobornar a personajes influyentes. España fue uno de los escenarios donde
más se desarrollaría este tipo de propaganda.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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