martes, 23 de septiembre de 2014

QUÉ ES EL POPULISMO Y POR QUÉ DEBEMOS COMBATIRLO

nuevatribuna.es | Gustavo Vidal Manzanares | Jurista y escritor
23 Septiembre 2014 - 19:26 h.
El término  “populismo” o  “populista” ha salpicado, los últimos meses, la vida política española. Convendría, por consiguiente, aproximarnos a su significado examinando, en primer lugar, el escenario en el cual brotan y florecen esos regímenes.

¿Cuándo y cómo aparece el populismo?
El populismo solo puede brotar y  desarrollarse en sociedades azotadas por crisis económicas y desprestigio de las instituciones representativas.
En estos escenarios, los ciudadanos no solo dejan de sentirse representados, sino que su nivel de vida desciende dramáticamente. La labor populista se centra, entonces, en ofrecer “soluciones” tajantes contra los “causantes de la crisis”, “contra quienes te están robando”. Todo ello en una acción combinada de desgaste y desprestigio contra las demás fuerzas políticas.
Resulta muy comprensible que, en este contexto, muchos ciudadanos abracen la ilusión que el populismo expende. Sobre todo cuando se les libera de la culpa personal y ésta se traslada a terceros: judíos, masones, “casta”, terratenientes, etc… ¿cómo no sucumbir ante un mensaje que nos exonera de culpa individual, a la par que resarcirá a los buenos (nosotros, la gente) y castigará a los malos “causantes de nuestra ruina”?
¿En qué consiste el populismo?
Ahora bien, aunque el término suele usarse peyorativamente no necesariamente debe entenderse así. En este sentido, la estrategia más acertada para definir el populismo sería la acumulativa, es decir, nos encontraríamos ante un fenómeno populista cuando concurrieran una serie de características. ¿Cuáles serían esas peculiaridades? …
En primer lugar, el populismo buscaría demoler y refundar el statu quo dominante. No nos encontramos, por tanto, ante un intento reformista, sino rupturista. Aunque se hayan usado los instrumentos del sistema para acceder al poder, se persigue  derrocar ese mismo sistema, el “régimen”. “Echar a los anteriores”, en lenguaje más directo. En suma, construir un nuevo régimen moldeado según unas nuevas reglas que, una vez en el poder, el populismo dictaría.
En este sentido, conviene destacar algo vital: cuando se entrega el poder a un partido populista ya no hay marcha atrás. No vale aquello de “vamos a probar con estos y si no nos gusta, pues cambiamos…”. No en vano, la primera labor de los gobiernos populistas (Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia …) suele ser la derogación de la Constitución (no olvidemos que las Constituciones políticas democráticas son fundamentalmente límites para quien detenta el poder) y la creación de una suerte de “asamblea” o poder difuso que representaría “la voz del pueblo” y que se situaría por encima de toda norma.
En otras palabras, una vez libre de las bridas de una Constitución democrática, el gobierno populista podría adoptar cualquier medida al socaire de la “apelación al pueblo”. Abundaremos en este punto más adelante.
En segundo lugar,  y en línea con lo anterior, el populismo proclama la “apelación directa al pueblo”. Pero, a diferencia de los sistemas democráticos, que invocan al ciudadano respetando su diversidad, el populismo proclama  una suerte de unidad popular, una sociedad tendente a una sola expresión: el pueblo, “la gente”. El individuo, como tal, cuenta poco en la visión populista. Quien prospera económicamente casi siempre es sospechoso ante las retinas populistas salvo que pertenezca a la nomenclatura, obviamente.  La propiedad privada, en consecuencia, siempre es susceptible de ser expropiada “en beneficio del pueblo”.
En estas líneas conviene señalar un elemento muy común en estos sistemas: el antielitismo. Las élites económicas, políticas, culturales, etc, suelen ser consideradas corruptas, ladronas… “casta”. Difícilmente se valora el tiempo, esfuerzo o talento desplegado para acceder a la élite.  Por el contrario, el pueblo es honrado, sabio, solidario, magnánimo… las causas de sus males no hay que buscarlas en irresponsabilidad individual, mala planificación de la vida, envidias, falta de mérito y capacidad, vicios, pereza, errores, etc, sino en el latrocinio que los poderosos (élite, casta, sionistas, etc.) perpetran contra “la gente”.
A título de ejemplo, los “ninis” españoles que abandonaron los estudios para ganar dinero en la construcción habrían sido “víctimas de una estafa por parte de los especuladores y/o la banca”. Resultaría milagroso que el populismo planteara la responsabilidad individual de los “ninis” o sus padres ante aquella situación.
Una tercera característica del populismo sería la figura de un líder de marcado cariz ególatra, cuando no también prepotente y chulesco, repetidor de un amplio despliegue de consignas que  intenta convertir en ideas fuerza. Consignas, por lo demás, a todas luces ensayadas tanto en su entonación como en posturas y ademanes.
Lamentablemente, el desprestigio institucional y la desazón económica insuflan en estos liderazgos un carisma que, en circunstancias normales, no excedería de lo pintoresco. Pensemos en el “carismático” Velasco Ibarra de Ecuador, cuya apariencia y ademanes histriónicos lo asemejarían a un empleado de pompas fúnebres con varias copas de más. Y, sin embargo, electrizaba a las masas. Por no hablar del mismísimo Benito Mussolini, Juan Domingo Perón, el inefable Hugo Chávez o nuestro castizo populista de vía estrecha Jesús Gil.
Enlazando con lo anterior, los seguidores de formaciones populistas no solo estarían convencidos de las extraordinarias cualidades de su líder, sino de los grandes beneficios  que obtendrían, ya fuera mediante el tráfago clientelar o por  las medidas “redistributivas” que el populismo promete.
Huelga aclarar que estos “grandes beneficios” no se derivan de un crecimiento económico (el populismo, indefectiblemente, acaba arrasando las naciones en las que gobierna), sino de lo que se sustrae a terceros, por lo general ciudadanos de origen humilde o clase media que a base de mucho esfuerzo, talento y perseverancia han conseguido alcanzar una situación de cierta prosperidad. No olvidemos que las grandes fortunas e inversiones abandonan al punto las naciones gobernadas por populistas y son los anteriores quienes pechan con la “redistribución”.
Llegados a este mojón del camino, cabría preguntarse cómo actúan los gobiernos populistas cuando acceden al poder y por qué la naciones bajo gobiernos populistas acaban irremediablemente arruinadas, abismadas en la  escasez de los bienes más básicos y sometidas a auténticas tiranías disfrazadas de democracia. Pero eso, si me lo permiten, lo veremos y analizaremos en posteriores columnas…


No hay comentarios:

Publicar un comentario