23 Septiembre 2014
- 19:26 h.
El término “populismo” o “populista” ha salpicado, los últimos
meses, la vida política española. Convendría, por consiguiente, aproximarnos a
su significado examinando, en primer lugar, el escenario en el cual brotan y
florecen esos regímenes.
¿Cuándo y cómo aparece el populismo?
El populismo solo puede brotar y desarrollarse en sociedades azotadas
por crisis económicas y desprestigio de las instituciones representativas.
En estos escenarios, los ciudadanos no solo dejan de sentirse
representados, sino que su nivel de vida desciende dramáticamente. La labor
populista se centra, entonces, en ofrecer “soluciones” tajantes contra los
“causantes de la crisis”, “contra quienes te están robando”. Todo ello en una
acción combinada de desgaste y desprestigio contra las demás fuerzas políticas.
Resulta muy comprensible que, en este contexto, muchos ciudadanos abracen
la ilusión que el populismo expende. Sobre todo cuando se les libera de la
culpa personal y ésta se traslada a terceros: judíos, masones, “casta”,
terratenientes, etc… ¿cómo no sucumbir ante un mensaje que nos exonera de culpa
individual, a la par que resarcirá a los buenos (nosotros, la gente) y
castigará a los malos “causantes de nuestra ruina”?
¿En qué consiste el populismo?
Ahora bien, aunque el término suele usarse peyorativamente no
necesariamente debe entenderse así. En este sentido, la estrategia más acertada
para definir el populismo sería la acumulativa, es decir, nos encontraríamos
ante un fenómeno populista cuando concurrieran una serie de
características. ¿Cuáles serían esas peculiaridades? …
En primer lugar, el populismo buscaría demoler y refundar el statu quo
dominante. No nos encontramos, por tanto, ante un intento reformista, sino
rupturista. Aunque se hayan usado los instrumentos del sistema para acceder al
poder, se persigue derrocar ese mismo sistema, el “régimen”. “Echar a los
anteriores”, en lenguaje más directo. En suma, construir un nuevo régimen
moldeado según unas nuevas reglas que, una vez en el poder, el populismo
dictaría.
En este sentido, conviene destacar algo vital: cuando se entrega el poder a
un partido populista ya no hay marcha atrás. No vale aquello de “vamos a probar
con estos y si no nos gusta, pues cambiamos…”. No en vano, la primera labor de
los gobiernos populistas (Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Evo Morales
en Bolivia …) suele ser la derogación de la Constitución (no
olvidemos que las Constituciones políticas democráticas son fundamentalmente
límites para quien detenta el poder) y la creación de una suerte de “asamblea”
o poder difuso que representaría “la voz del pueblo” y que se situaría por
encima de toda norma.
En otras palabras, una vez libre de las bridas de una Constitución
democrática, el gobierno populista podría adoptar cualquier medida al socaire
de la “apelación al pueblo”. Abundaremos en este punto más adelante.
En segundo lugar, y en línea con lo anterior, el populismo proclama
la “apelación directa al pueblo”. Pero, a diferencia de los sistemas
democráticos, que invocan al ciudadano respetando su diversidad, el populismo
proclama una suerte de unidad popular, una sociedad tendente a una sola
expresión: el pueblo, “la gente”. El individuo, como tal, cuenta poco en la
visión populista. Quien prospera económicamente casi siempre es sospechoso ante
las retinas populistas salvo que pertenezca a la nomenclatura,
obviamente. La propiedad privada, en consecuencia, siempre es susceptible
de ser expropiada “en beneficio del pueblo”.
En estas líneas conviene señalar un elemento muy común en estos sistemas:
el antielitismo. Las élites económicas, políticas, culturales, etc, suelen ser
consideradas corruptas, ladronas… “casta”. Difícilmente se valora el tiempo,
esfuerzo o talento desplegado para acceder a la élite. Por el contrario,
el pueblo es honrado, sabio, solidario, magnánimo… las causas de sus males no
hay que buscarlas en irresponsabilidad individual, mala planificación de la
vida, envidias, falta de mérito y capacidad, vicios, pereza, errores, etc, sino
en el latrocinio que los poderosos (élite, casta, sionistas, etc.) perpetran
contra “la gente”.
A título de ejemplo, los “ninis” españoles que abandonaron los estudios
para ganar dinero en la construcción habrían sido “víctimas de una estafa por
parte de los especuladores y/o la banca”. Resultaría milagroso que el populismo
planteara la responsabilidad individual de los “ninis” o sus padres ante
aquella situación.
Una tercera característica del populismo sería la figura de un líder de
marcado cariz ególatra, cuando no también prepotente y chulesco, repetidor de
un amplio despliegue de consignas que intenta convertir en ideas fuerza.
Consignas, por lo demás, a todas luces ensayadas tanto en su entonación como en
posturas y ademanes.
Lamentablemente, el desprestigio institucional y la desazón económica
insuflan en estos liderazgos un carisma que, en circunstancias normales, no
excedería de lo pintoresco. Pensemos en el “carismático” Velasco Ibarra de
Ecuador, cuya apariencia y ademanes histriónicos lo asemejarían a un empleado
de pompas fúnebres con varias copas de más. Y, sin embargo, electrizaba a las
masas. Por no hablar del mismísimo Benito Mussolini, Juan Domingo Perón, el
inefable Hugo Chávez o nuestro castizo populista de vía estrecha Jesús Gil.
Enlazando con lo anterior, los seguidores de formaciones populistas no solo
estarían convencidos de las extraordinarias cualidades de su líder, sino de los
grandes beneficios que obtendrían, ya fuera mediante el tráfago
clientelar o por las medidas “redistributivas” que el populismo promete.
Huelga aclarar que estos “grandes beneficios” no se derivan de un
crecimiento económico (el populismo, indefectiblemente, acaba arrasando las
naciones en las que gobierna), sino de lo que se sustrae a terceros, por lo
general ciudadanos de origen humilde o clase media que a base de mucho
esfuerzo, talento y perseverancia han conseguido alcanzar una situación de
cierta prosperidad. No olvidemos que las grandes fortunas e inversiones
abandonan al punto las naciones gobernadas por populistas y son los anteriores
quienes pechan con la “redistribución”.
Llegados a este mojón del camino, cabría preguntarse cómo actúan los
gobiernos populistas cuando acceden al poder y por qué la naciones bajo
gobiernos populistas acaban irremediablemente arruinadas, abismadas en la
escasez de los bienes más básicos y sometidas a auténticas tiranías
disfrazadas de democracia. Pero eso, si me lo permiten, lo veremos y
analizaremos en posteriores columnas…
Fuente: www.nuevatribuna.es
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