Juana Aguilar Pazos, alias "'la Moricha', fue la
única mujer que falangistas y Guardia Civil de Trebujena (Cádiz) intentaron
fusilar tras el golpe del 36. En este pueblo fueron asesinados 105 republicanos
entre agosto y noviembre del mismo año. Con ella lo intentaron hasta en dos
ocasiones. Las dos veces, fracasaron.
ALEJANDRO
TORRÚS Madrid 28/09/2014 08:00 Actualizado: 28/09/2014 08:26
Juana Aguilar junto a su nieta en un documento oficial
del régimen franquista.
Juana
Aguilar Pazos, alias la Moricha, tenía 62 años en julio de 1936, cuando
se produce el golpe de Estado militar fascista. Era una anciana pobre que no
sabía ni leer ni escribir. Quien la conoció asegura de ella que era una
"mujer de pequeña estatura", vestida con las" ropas humildes de
su clase" y condición social y "muy devota de la patrona de
Trebujena", la virgen de Palomares. Juana residía junto a su marido, uno
de sus tres hijos y dos nietas en una de las chabolas del extrarradio de la
pequeña localidad de Trebujena (Cádiz), a pocos kilómetros de Sanlúcar de
Barrameda. Era jornalera y contribuía a la economía familiar rapiñando madera o
frutos en los campos de la zona.
Aquel verano
de 1936 todos los hombres de su familia, exceptuando su hijo Antonio (de 17
años) fueron fusilados por los fascistas. A ella también intentaron matarla.
Hasta en dos ocasiones. De hecho, fue la única mujer del pueblo que fue
perseguida por falangistas y guardias civiles. Sin embargo, los fascistas no
consiguieron su propósito. La Moricha sobrevivió al primer fusilamiento,
a un segundo intento de ejecución, al asesinato de su marido y al de dos de sus
hijos. Así que, para fastidio de algunos, Juana murió a los 86 años, en 1960.
"La
salvación de Juana implicaba un mal ejemplo, amén de tirar por tierra la
terrorífica infalibilidad de los uniformados de azul. Una vieja sin más
armamento que su ajada piel había conseguido vencerlos. La Moricha, sin
pretenderlo, se convertiría en un símbolo, en la única victoria de un pueblo
aterrorizado e indefenso ante la prepotencia y la arrogancia de la cruel
impunidad de unos pocos", escribe el investigador local Luis Caro, autor
de la obra Rebujena 1936: Historias de la represión, editado por el
Ayuntamiento de la localidad, y texto sobre el cual está basado este reportaje.
Pero, ¿cómo
una mujer indefensa consigue sobrevivir a dos fusilamientos? ¿Por qué la
Guardia Civil y la Falange local se empeñan en asesinar a una vieja que
nada posee? El investigador y profesor de Secundaria Luis Caro ha recopilado
decenas de testimonios orales que dan respuestas a estos interrogantes y que
constituyen la historia de Juana, la Moricha y la memoria de Rebujena,
porque el pasado está para recordarlo y tenerlo siempre presente. Esta es la
historia de Juana. Esta es una historia más de los miles de ciudadanos
españoles que fueron asesinados por el fascismo durante la Guerra Civil en
poblaciones donde no había guerra. Tan sólo represión.
Todo comenzó por un conejo
Cuentan los
testimonios de la época que los problemas de la Moricha con la Guardia
Civil comenzaron por culpa de un conejo. Juana Aguilar volvía a casa con un
gazapo entre los brazos que intentaba vender a cualquier vecino para sacar un
par de pesetas. Por el camino, un cabo de la Guardia Civil conocido como el
Isidoro paró a la mujer y le pidió el animal con la excusa de que había
sido robado. Juana se negó y pidió dos pesetas al guardia civil.
Guardia
civil: "Dos pesetas no vale ni el conejo de mi mujer"
"Dos
pesetas no vale ni el conejo de mi mujer", replicó el cabo. A lo que la
Moricha contestó: "El conejo de tu mujer no vale dos pesetas, pero
este si lo vale". El comentario cabreó al cabo. Días después se produciría
la sublevación militar fascista y el cabo de la Guardia Civil no olvidó aquella
discusión. Tenía un objetivo entre ceja y ceja: tenía que matar a Juana. Así
que, cuando "ya habían sido ejecutados aquellos hombres más significativos
política y sindicalmente -escribe Caro- alguien de los pletóricos dueños del
pueblo tuvo la feliz idea de hacer una limpia, pero ahora entre el
estrato más humilde, aquellos cuya situación económica era la más precaria,
porque aunque no eran peligrosos políticamente sí eran incómodos a ciertas
mentes desde el punto de vista social".
Juana fue
acusada de comunista y encerrada en la cárcel. Tras cinco días de prisión
donde había sido torturada, fue llevada a la plaza del pueblo junto a otros 20
presos. Todos tenían la "cabeza rapada en cruz" y a todos les iban
dando aceite de ricino y los mandaban a casa tras haberlos paseado y exhibido
por las calles de la ciudad. Los falangistas los citaron a todos a las siete en
la plaza del Ayuntamiento. Muchos no sabían qué les podría pasar, aunque Juana
lo intuía y se quedó en casa, metida en la cama fingiendo estar enferma.
"Los
que no volvieron fueron nuevamente detenidos en sus casas y todos juntos
conducidos al paredón", escribe el investigador local Luis Caro. El caso
de Juana no fue diferente. Un grupo de falangistas "borrachos" y, al
menos un guardia civil, se presentaron en su casa alrededor de las 22.30 horas
de la noche. Abrió la puerta su marido, también de 62 años, que se negó a dejar
pasar a los verdugos de su mujer.
El primer intento de fusilamiento
"Mi
madre me contó que mi bisabuelo era muy bueno. Llegó un sábado de trabajar en
el campo de Jerez y ya habían dado una paliza y pelado a su mujer y la mandaron
a su casa. La Moricha se metió en la cama y cuando llegaron los
falangistas le dijeron que venían a matarla a ella. "¡Vete ahora si
quieres vivir!", le dijeron. "Donde muere mi mujer muero yo",
les contestó mi bisabuelo, y se tiró encima de la mujer", relata Francisca
Cordero, bisnieta de Juana.
El cuerpo de
su marido la protegió de las balasActo seguido los verdugos abrieron fuego y
descargaron su pólvora sobre el cuerpo de Francisco Cordero, el marido de
Juana, y sobre la mandíbula de la mujer. Los fusileros dieron por muertos al
matrimonio y cargaron sus cuerpos sobre una carretilla para transportarlos a la
fosa común abierta en el cementerio. Pero Juana no había muerto. El cuerpo de
su marido la había protegido de las balas y aquel proyectil que le había
entrado por la mandíbula le había salido por el otro lado sin provocarle una
herida mortal.
"Cuando
está segura de que los criminales han abandonado el lugar se incorpora, la
anciana se ve rodeada de cuerpos inertes dentro de la fosa común, sale
como puede escalando cadáveres. Conmocionada aún por lo brutal e inhumano de la
experiencia, Juana se despide de su marido antes de abandonar tan terrorífico
lugar", escribe Caro, que señala que durante los próximos días la anciana,
que en pocas horas había sido apaleada, pelada al rape, obligada a ingerir a
aceite de ricino, herida de bala y arrojada a una fosa común, deambuló por el
campo, escondida entre matorrales y sobreviviendo gracias a la ayuda prestada
por algunos vecinos a escondidas.
Fue en estas
condiciones cuando Juana se encontró en el campo con su hijo Juan, el mediano
de los tres, que cargaba a hombros con el cuerpo de Francisco, el mayor, que ya
había sido asesinado por los falangistas. Madre e hijo comenzaron el camino
hacia la casa de Antonio, el hijo menor. Allí se quedó la mujer escondida,
mientras que Juan se retiró al campo para no ocasionar más problemas a la
familia. Moriría asesinado días después tras ser descubierto por los
falangistas.
Indulto y segundo intento de fusilamiento
El hijo
pequeño de Juana tenía amistad con el comandante Arizón, uno de los artífices
del éxito del golpe de Estado en Jerez, ya que acaba de prestar servicio
militar como ayudante suyo. Antonio acudió al comandante y le comentó la
situación familiar. El militar no lo dudó y firmó un indulto para la mujer.
Durante un mes, Juana fue atendida diariamente por un médico del regimiento
militar de caballería de Jerez de la Frontera. Sin embargo, la noticia de que la
Moricha seguía con vida llegó pronto a oídos de sus enemigos en Trebujena,
que rápidamente acudieron a casa de Antonio Cordero para apresarla. Antonio
enseñó el indulto firmado por el comandante militar a los fascistas, que
hicieron caso omiso del certificado y se llevaron a la mujer. "Temblorosa,
Juana entra de nuevo en el cuartelillo, y lo primero que oye fue esto:
"¡La otra vez no te rematé bien, pero esta vez no fallaré!", dijo su
verdugo a la vez que la encañonaba en las sienes. Horrorizada, la anciana, no
pudo contener sus esfínteres, orinándose a chorros delante de todos
ellos", escribe el investigador Caro.
Antonio, por
su parte, corrió en busca del comandante Arizón que, sin dudarlo, se puso rumbo
a Trebujena dispuesto a evitar el fusilamiento de la mujer. Tras largas
discusiones con las autoridades locales, el comandante Arizón consiguió la
libertad de Juana, que vivió hasta el 21 de diciembre de 1960 cuando falleció a
causa de una bronconeumonía. Juana perdió a su marido, a dos de sus hijos y
sobrevivió a dos intentos de fusilamiento. Su historia es la historia de una
amarga victoria dentro de un mar de derrotas. La derrota de un pueblo que había
soñado con una sociedad más igualitaria y que pagó con su sangre los sueños de
libertad, justicia y dignidad.
Fuente: www.publico.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario