Creo que el
sindicalismo de clase, y en concreto CCOO, ha sido, y es, un instrumento
imprescindible para la defensa y protección de los intereses de los
trabajadores.
nuevatribuna.es
| Por Manel
García Biel | 28 Febrero 2014 - 18:30 h.
Foto:
Prudencio Morales
El sistema español garantiza la
representatividad sindical pero desincentiva la afiliación
En los
tiempos actuales parece estar de moda el ataque contra el sindicalismo y los
sindicalistas. Paradójicamente dicho ataque se efectúa desde dos posiciones que
podríamos considerar antagónicas, la derecha y sus medios, y desde supuestas
posiciones de izquierda moderna.
Los ataques
desde posiciones de la derecha parecen normales, los sindicatos han sido un
enemigo tradicional de sus intereses. Su ataque actual está particularmente
destinado a presentarlos como organizaciones arcaicas, parasitarias, y sus
liberados como elementos improductivos cuando no “bronquistas”. En resumen una
imagen negativa de lo que hoy, la derecha, considera totalmente innecesario y
contraproducente para la modernización “y flexibilización” del mercado laboral.
Desde
supuestas posiciones modernas y vinculadas, a veces, a los autodenominados
“nuevos movimientos sociales”, se critica a los sindicatos y se los quiere
vincular al “stablishment” tradicional, adjudicándoles todos sus defectos,
dicen que son anticuados, burocratizados, alejados de la realidad, poco
representativos, etc., en definitiva, parte de un sistema que es preciso
combatir y cambiar de raíz.
Creo que
estas críticas son injustas. Es evidente que no lo hago desde un punto de vista
neutral, sino de quien está, desde 1974 y continúa, vinculado al sindicalismo
de clase que representa CCOO. Pese a esto intentaré dar una visión lo más
neutral que me sea posible.
Creo que el
sindicalismo de clase, y en concreto CCOO, ha sido, y es, un instrumento
imprescindible para la defensa y protección de los intereses de los
trabajadores. ¿En qué situación estarían muchos trabajadores en el momento
actual si los sindicatos no existieran? Es evidente que uno de los principales
aspectos negativos de la reforma laboral ha sido el de reducir el papel de los
sindicatos en aquello que les es más substancial, la negociación colectiva. La
derecha, el PP y también CIU, saben que su enemigo principal en estos momentos
es el sindicalismo, y por eso lo convierten en su objetivo, no sólo de sus
actuaciones políticas, legislativas, sino también administrativas mediante la
reducción del número de representantes sindicales y liberados en las empresas
públicas, y mediante un ataque continuado desde los medios de comunicación que
les son afines.
Ante ello
deberíamos preguntarnos por ejemplo: ¿Que sería de los trabajadores hoy sin los
sindicatos? ¿Cómo se enfrentarían a los embates patronales? ¿Quién defendería
sus derechos laborales y la negociación colectiva? ¿Quién los defendería y
negociaría en su nombre en los numerosos EREs?
Y a los que
critican, desde posiciones supuestamente de izquierda la actuación de los
sindicatos, a los que critican su supuesta pasividad en los momentos actuales,
haría falta recordarles que: a) los sindicatos no son más que los trabajadores
organizados y que en estos momentos la movilización, en especial la huelga, es
difícil porque en los momentos de crisis como el actual, en un momento de
precariedad ascendente, los trabajadores tienen miedo, y el sindicato debe
adaptar sus actuaciones a las posibilidades que tiene y que permita la
participación. Esta es la razón que impide convocar, tal y como algunos
querrían, “huelgas generales” un día sí y otro también. El sindicalismo
responsable, en un momento como este, de fuerte dificultad para los
trabajadores, debe saber graduar y dosificar las movilizaciones para conseguir
que sean un éxito. Y hace falta reconocer que quizás no ha habido “huelgas
generales” continuadamente, pero si movilizaciones, muchas y continuadas.
Además, en muchos casos, el sindicalismo ha estado presente pero sin querer
asumir un papel protagonista, potenciando la capitalización por otros, como es
el caso de las “mareas”. En otros casos la presencia se ha dado desde el inicio
dando el apoyo, sin ningún afán de protagonismo, en iniciativas nuevas como la
de la PAH. ¿Alguien cree que habría sido posible la recogida de más de 1,5
millones de firmas de la ILP de la PAH sin la participación activa de los
sindicatos confederales que fueron los que hicieron una recogida mayoritaria de
las mismas? También ha sido el sindicalismo el primero en impulsar formas
de movilización, todavía insuficientes y embrionarias, en el ámbito del
conjunto de la UE.
Muchas veces
se quiere cargar sobre las espaldas sindicales responsabilidades que no son las
suyas. Los sindicatos no son, ni pueden ser, una alternativa al poder político
establecido. Al contrario, en ocasiones, como la actual, años de luchas,
reivindicaciones y conquistas sindicales, son eliminados por una Ley aprobada
en el Congreso, como ha sido el caso de la Reforma Laboral o la de las
Pensiones. Y es que hace falta tener en cuenta que una cosa es la lucha
sindical cotidiana de defensa de los intereses de la clase trabajadora, y otra
la necesidad de una alternativa política de izquierdas que muchas veces o no se
ve o no se acaba de concretar.
Desde el
inicio de la etapa democrática el sindicalismo ha sido “el hermano pobre” del
sistema. Como dijo acertadamente Marcelino Camacho “la democracia se ha quedado
a la puerta de las empresas”. Así los sindicatos no han tenido el suficiente
apoyo público, ni institucional ni tampoco financiero, para ejercer su función.
Al contrario que los partidos, por ejemplo, nunca han disfrutado de financiación
pública estable y suficiente.
En el estado
español, se da la anomalía que los sindicatos tiene unas amplias funciones,
como negociar las condiciones del conjunto de los trabajadores, pero sólo
reciben las cuotas de sus afiliados. El sindicalismo español parte de la
legitimidad que le dan las Elecciones Sindicales, con una fuerte participación
de trabajadores y trabajadoras, que escogen más de 300 mil delegados
sindicales, de los cuales más del 70% son de CCOO y UGT. Y se debe precisar que
los representantes de los trabajadores están diariamente vinculados a sus
representados. El sistema español garantiza la representatividad sindical pero
desincentiva la afiliación.
Los datos
demuestran que el sindicalismo en España, en comparación con la media europea,
tiene el doble de representatividad con la mitad de los recursos, consiguiendo
dar cobertura y representación al 57,1% de las empresas (estudio de la
Fundación “1 de Mayo” de CCOO –“La representación de los trabajadores en la
Unión Europea y España” según datos de la “Encuesta Europea de Empresas”
elaborada por Eurofound de la UE).
Una
característica del sindicalismo de nuestro país es la solidaridad de la
actuación sindical intersectorial. Como es normal la fuerza sindical radica en
las grandes empresas y sectores. El sindicalismo de clase se nutre de cuadros
sindicales provenientes de grandes empresas y sectores, o del sector público,
que hacen su función bien en las estructuras generales del sindicato o haciendo
extensión sindical en empresas o sectores sindicalmente más débiles. La mayoría
de los sindicalistas liberados, dentro las empresas o que actúan fuera de
ellas, en otros sectores o en las estructuras, son “liberados” sindicales que
acumulan horas sindicales, derivados de los bancos de horas del conjunto de los
delegados sindicales, establecidos por acuerdos en empresas o sectores.
Evidentemente, no hace falta negar, también hay un cierto número de
sindicalistas asalariados sin empresas de referencia.
En el
conjunto del estado la representatividad sindical es en conjunto de un 57,1%.
Una de las más altas de Europa. Por sectores es más alta en el sector
industrial 60,3% que en el de servicios 55,5%. Por dimensión de las empresas,
las que tienen entre 10-49 trabajadores tienen una representación del 52,8%; en
las de entre 50 y 249 trabajadores es del 81,5%; y en las empresas de más de
250 trabajadores es del 93,3%.
Se evidente
que la contradicción entre representatividad (los sindicatos como CCOO, pese a
tener más de un millón de afiliados, negocian en el ámbito superior a la
empresa 914 convenios sectoriales que afectan a 7.729.700 trabajadores) y la
propia afiliación comporta graves problemas de financiación. Los sindicatos se
financian básicamente de las cuotas de sus afiliados, de unas reducidas subvenciones
institucionales y de ingresos derivados de servicios que se prestan, como los
jurídicos y durante unos años los derivados de la formación. Hace falta
destacar que a diferencia de otros países no existe un “canon sindical”, a fin
de que los no afiliados contribuyan para disfrutar de las mejoras obtenidas en
los convenios. Con esta financiación los sindicatos deben hacer frente a gastos
derivados de su función representativa e institucional, que comporta recursos
técnicos y humanos (informática, servicios jurídicos-económicos,
infraestructuras informáticas, mantenimiento y adecuación de locales etc...).
Actualmente con la crisis y las políticas de los gobiernos del PP, todas las
fuentes de ingresos se han visto afectadas negativamente, lo cual ha obligado
al reajuste de sus gastos. Pese al coste, que todo ello ha comportado, puede
permitir un cierto regreso a la austeridad tradicional del mundo sindical.
Hace falta
reivindicar la necesidad de una Ley de Financiación Sindical, a fin de que
puedan cumplir su “rol” constitucional, estableciendo unos criterios claros de
financiación, priorizando las aportaciones de los afiliados y los trabajadores,
pero también la pública en menor medida, con mecanismos de control de los
fondos públicos, y la necesaria transparencia. El sindicalismo en este país ha
huido de la profesionalización sindical que en otros países alejan los
sindicalistas de la realidad del mundo del trabajo. En el caso de CCOO hubo un
intento de avanzar por esa vía, durante la etapa del mandato de José Mª Fidalgo
y otros dirigentes de su entorno que pretendían un sindicalismo
profesionalizado y concentrado en pocas manos, y que para ello pretendían por
ejemplo eliminar el límite de mandatos existente. Por suerte la reacción del
propio sindicato impidió una desviación hacia la burocratización del sindicato,
lo cual comportó la derrota de Fidalgo en el Congreso del sindicato y su
sustitución por Ignacio Fernández Toxo.
No se puede
finalizar un análisis de lo que ha sido y es el sindicalismo de clase en
nuestro país sin tener en cuenta el papel de los afiliados sindicales y los
sindicalistas. Los afiliados son el pilar del sindicato. Todo el papel del
sindicato como interlocutor de las empresas, como parte en la negociación
colectiva y en la concertación social, no se puede disociar de la figura del
afiliado. Así como los beneficios de la actividad sindical se aplican de forma
universal, los costes son asumidos por sus afiliados, esto más el hecho cierto
de que la afiliación sindical todavía es mal vista por parte de muchas
direcciones empresariales, que incluso son beligerantes frente a la realidad
sindical, indica la importancia del hecho afiliativo. Es preciso reconocer la
importancia y el papel del afiliado sindical que aporta en todo caso su financiación,
pero que también es en muchas ocasiones los ojos y las orejas del sindicato en
los centros de trabajo. El mismo reconocimiento haría falta darles a todos
aquellos sindicalistas que, en la mayoría de los casos, hacen su función
representativa de forma ejemplar, no exenta de problemas e incomprensiones, y
que incluso les comportan perjuicios económicos y profesionales en su vida
laboral.
Creo que la
trayectoria del sindicalismo de nuestro país, de sus afiliados, y de sus
sindicalistas se merece que la izquierda política y los movimientos sociales
les den su reconocimiento, en estos momentos, ante los ataques previsibles de
sus enemigos de la derecha política económica y mediática. Y hace falta que
desde la izquierda política y social, y desde los “nuevos movimientos sociales”
se tienda la mano al sindicalismo, le reconozcan el papel que ha jugado y
juega, y que lo acompañen en su necesario proceso de renovación que ya están
llevando a cabo.
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