Donde la mayor parte de las biografías sobre Suárez, y
especialmente aquellas narraciones institucionales sobre la transición,
flaquean es a la hora de adentrarnos en el papel que jugó el expresidente en el
proceso de reestructuración del modelo capitalista español así como en la
sistemática represión de los movimientos contestatarios en el comienzo de la
Transición.
Doctor en Historia Contemporánea
23/03/14 · 17:02
Hace ya mucho tiempo que la biografía oficial y oficializante de Adolfo Suárez González, Duque de Suárez (1932-2014), está escrita. Incluso, a buen seguro, las necrológicas que ahora se están publicando con presura llevaban ya meses, años, guardadas en la “nevera” de los grandes medios de comunicación. Así funciona la “prensa libre”.
La gran representación de lo esperado y esperable funcionó a la perfección desde el primer momento en que uno de sus hijos, Adolfo Suárez Illana, comunicó la noticia del “inminente” desenlace. La reacción fue inmediata. El aparato propagandístico no tardó en ponerse en marcha. Imágenes conocidas, esperadas, lugares comunes donde los haya, empezaron a difundirse a la velocidad a la que hoy nos tienen acostumbrados. Sí, los portavoces de las políticas de la memoria oficial/institucional reaccionaron al instante. No faltó detalle en la puesta en escena.
Pero esa
misma representación que forma parte de la escenificación de ese relato lineal,
uniforme, acrítico, que constituye la sustancia esencial de la narración
canónica de la transición postfranquista –como discurso que todo lo ha
impregnado para al menos tres generaciones de ciudadanos–, sonaba a vieja, a
caduca. Aunque el esperable “babeo” de los biógrafos oficiales de Suárez era de
suponer, se ha llegado a tan altas cimas, en esta ocasión, que no deja, al
mismo tiempo, de representar el final predecible y cercano de este mismo relato
agonizante. Ya lo dijo Beltrolt Brecht cuando afirmó que la “crisis se produce
cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”. Nada
nuevo se ha dicho, ni se pensaba decir, acerca del predecible fallecimiento de
Suárez. En estos eventos mediáticos-propagandísticos la crítica es superflua. Y,
por supuesto, no se ha desaprovechado tan magnífica ocasión para remarcar los
dogmas de aquella edulcorada transición: que si fue modélica, que si fue
pacífica, que si fue extrapolable… Sin olvidarnos de otros sonados éxitos de
esa misma musiquilla: reconciliación, conciliación… ¡Todo tiene un aroma tan
rancio!
Como en
toda biografía de político de primer nivel que se precie, el triángulo de
corrupción-especulación-impunidad está presente
Y pese a
todo, la trayectoria personal de Adolfo Suárez es tan compleja, tan poliédrica,
que debería ser objeto de un análisis riguroso y sosegado. Pues hablamos no
sólo de la imagen proyectada, o pretendidamente proyectada, sino de algo más
relevante en términos históricos: el origen de la teórica legitimidad del
régimen político-económico actual. Un asunto demasiado importante para ser
cautos o cuanto menos estar atentos ante las habituales mistificaciones. De
hecho, rastrear históricamente en la biografía del presidente Suárez, más allá
de esos mismos lugares comunes, puede permitir proyectar no sólo lo que pudo
ser o no ser la transición –aspecto que se escapa a los historiadores– sino
también, ante todo, ayudar a internarse por otros lugares no habituales –eso
sí, cada vez más habituales– que reflejan las luces y sombras de la otra
transición a la democracia, como un discurso que a medio-largo plazo
reemplazará, mediante reforma o ruptura, al actual. En esta breve necrológica,
al menos, nos gustaría destacar tres cuestiones que nunca se resaltarán
debidamente en estos días de luto nacional.
La
metamorfosis y el modelo económico
La primera
cuestión sobre la que cabría discutir es la propia conversión hasta la
metamorfosis total del Suárez franquista a demócrata convencido en un tiempo
récord. Uno de otros tantos casos “milagrosos”. Y no es baladí lo anterior. No
esperen oír ni menos leer voces críticas, en estos días de tristeza nacional,
de aquellos biógrafos ya no críticos –y aquí el ejemplo, por antonomasia, es
Gregorio Morán– sino de sus declarados enemigos que los hubo y siguen
existiendo con más o menos fundadas razones. Nada va a perturbar la puesta en
escena. No se está aquí ante un juicio ético o moral, sino simplemente
histórico. Pues resulta que internarse en la trayectoria biográfica de Suárez
–hasta donde lo permite la muy escasa documentación disponible, que es otra
cuestión sobre la que cabría discernir largamente– desde su infancia, su
apresurada escalada por los centros de poder franquistas –sin ningún tipo de
escrúpulo o mala conciencia incluido corrupciones varias de diferente índole–
hasta ser nombrado presidente del segundo Gobierno de la Monarquía (julio de
1976), nos conduce a la misma esencia de los “límites infranqueables” de la
llamada transición a la democracia.
De la misma
forma, dicha senda vital nos refleja cómo se las ingeniaron las fuerzas vivas
del franquismo para que todo cambiara sin que nada cambiara. Toda una obra de
ingeniería político-mediática sin precedentes. Con una nota añadida, constituye
el mejor camino para conocer al Suárez político al 100% en donde los medios
justificaron los fines. O dicho de otra forma, Suárez fue un político, ante
todo, pragmático. Son tantos los ejemplos que se podrían exponer de cómo se
construyó aquella biografía empezando por cómo supo sacar el debido provecho de
la tragedia de la urbanización de los Los Ángeles de San Rafael en Segovia, en
junio de 1969. Como en toda biografía de político de primer nivel que se
precie, el triángulo de corrupción-especulación-impunidad está presente… Y con
todo, es cierto, es verificable en términos históricos –más allá de esa
invención del pasado de la que nos previniera Hobsbawm– que Suárez se terminó
por creer su papel de salvador de la Transición, de la Patria. Por convicción o
por pragmatismo –a gusto del lector– no se le podrá achacar sus no pocos
sacrificios políticos pero también personales en busca de ese “fin común” de
que, al menos, se superara la dictadura franquista de cara a avanzar a un
sistema democrático de mercado con todas sus limitaciones. ¡Qué difícil tarea
la de separar en este caso lo individual de lo colectivo!
¿Nadie
recordará, algún día, la memoria de los estudiantes José Luis Montañés y Emilio
Martínez ametrallados un 13 de noviembre de 1979 por la fuerzas del “orden
público” en una manifestación de estudiantes y trabajadores contra el Estatuto
de los Trabajadores?
Pero donde
la mayor parte de las biografías sobre Suárez y especialmente aquellas
narraciones institucionales sobre la transición flaquean, es a la hora de
adentrarnos –en ocasiones hasta el punto de tratarnos como súbditos antes que
ciudadanos– en el papel que jugó nuestro protagonista en el proceso de
reestructuración del modelo capitalista español. Es hora ya de adentrarnos en
una historia de clase de este tiempo histórico. La mistificación, la simple
edulcoración más elaborada o burda, sobre la necesidad imponderable de los
Pactos de la Moncloa (octubre de 1977) ha sido tal que ha difuminado casi por
completo las otras vías de desarrollo que se pudieron llegar a dar. No sólo
fueron los Pactos de la Moncloa –sin adentrarnos en otros asuntos tan espinosos
como la Ley de Amnistía también de octubre de 1977– sino toda una
pléyade de normativas a posteriori que instrumentalizaron la crisis económica
de los setenta, para integrarnos en la nueva división internacional del mercado
con las consecuencias del todo sabidas.
Pero no
termina aquí la posible crítica histórica. Fuera por convencimiento o por
pragmatismo, el proyecto político-económico que encarnó la UCD y el mismo
Suárez durante la primera legislatura (1977-1979) con rasgos, en ocasiones,
netamente progresistas quedarían eliminados muy pronto. Secuestrada económica y
presupuestariamente UCD por la CEOE y otros centros de poder financieros –como
relató el poco sospechoso periodista Mariano Guindal en El declive de los
dioses– su programa de actuación quedó prontamente limitado en aspectos de no
poca trascendencia. Un secuestro mediante vías formales o forzadas que, en
cualquier caso, no modifica el resultado final.
Azote de
los movimientos obreros y sociales
Ahora bien,
si hay un lugar por el que los biógrafos y los relatos oficializantes han
pasado de largo, es el relativo a la obra y venturas de Adolfo Suárez en su
papel clave en la represión, vigilancia y espionaje contra el movimiento obrero
y los entonces llamados “nuevos” movimientos sociales. Existe ya la suficiente
evidencia empírica y bibliografía consolidada –pese al bloqueo sistemático en
el acceso y consulta a la documentación histórica de este tiempo– para hablar
en estos términos que tan mal casan con esos adjetivos grandilocuentes de
reconciliación, consenso, pacífica siempre que aparece el vocablo “Transición”.
Y hablando de lecturas malditas –siempre ignoradas en estos días– recordamos
que a día de hoy ningún investigador o especialista ha puesto en cuestión los
datos en su día esgrimidos por Alfredo Grimaldos –La sombra de Franco en la
Transición – o Mariano Sánchez –La transición sangrienta– y de otros tantos
investigadores que nos hemos dedicado a la tarea. ¿Nadie recordará, algún día,
la memoria de los estudiantes José Luis Martínez y Emilio Montañés ametrallados
un 13 de noviembre de 1979 por la fuerzas del “orden público” en una
manifestación de estudiantes y trabajadores contra el Estatuto de los
Trabajadores? Y lo anterior no deja de ser un caso aislado entre los centenares
que pudieran ser expuestos, en un tiempo histórico en que la violencia política
institucional se combinó con el amparo por parte de los organismos estatales en
lo referido a una extendida política de terrorismo de Estado.
No estamos
hablando solamente de que, por ejemplo, los sindicatos mayoritarios entonces
–desde CCOO, incluso la renacida CNT o hasta UGT u otros tantos casos– fueran
vigilados, sometidos a todo tipo de espionaje o de infiltraciones, sino es que
se puede afirmar que existió toda una política de control y represión contra el
movimiento obrero. No valen aquí ni los argumentos de la lucha anti-terrorista
de ETA ni otros tantos lugares comunes ya citados. Ni siquiera cabe hablar aquí
de esa siempre citada correlación de fuerzas. Se está hablando, sencillamente,
de una política institucional –y suponemos que el presidente Suárez algo
sabría– en donde tan sólo en el año 1979 –en el que se dio uno de los últimos
repuntes de la lucha de clases en la España contemporánea, alcanzándose niveles
récord de conflictividad obrera– se emplearon todos los medios con el fin de
derrotar a quien siempre se consideró el enemigo principal: el movimiento
obrero. Un episodio, entre otros tantos revisables, con nombres, datos y cifras.
No son suspicacias ni críticas no fundamentadas, sino hecho reales, tan reales
como el hecho de que nunca Suárez tuvo voluntad real de cuestionar ni menos
tocar el aparato de los grupos terroristas de extrema derecha cuando no se les
amparó por omisión o acción… ¡Que difícil resulta siempre referirnos a la
violencia cuando quien la ejerce es el Estado!
Estos
pequeños episodios aquí narrados, y otros tantos que se pudieran exponer –desde
los porqués reales de la legalización del PCE o hasta el nodo fundacional del
siempre citado frustrado Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981– resultan y
resultarán siempre lugares incómodos no de memoria sino de historia en los
relatos hagiográficos de Suárez. De este modo, nada nuevo se va decir como
conclusión: el trabajo de los historiadores profesionales –sí aquellos con una
teoría y un método científico que rastrean en esos siempre incómodos papeles
que ni siquiera Martín Villa pudo destruir– se enfrentan a un primer gran reto
de enormes dimensiones: desmitificar a Adolfo Suárez como persona y político.
No de cara
a una crítica estructural y frontal. No. Nuestra labor y trabajo es otro, pues de
lo que se trata es de reconstruir esa misma biografía personal y política desde
las bases del conocimiento histórico. Un reto que se aparece en una perspectiva
a medio-largo plazo de muy complicada realización. Se trata ya no de
confrontar, cuestionar, la representación heroico-institucional del binomio
transición-Suárez, con Museo ad hoc, sino de algo más sustancial: ¿Dónde están
los papeles del archivo personal pero también institucional del primer
Presidente de la Transición? ¿Dónde están los papeles de la UCD o incluso del
CDS? ¿Por qué todavía hoy sigue cerrado al acceso y a la consulta la
documentación de la Brigada Político-Social, del Cuerpo Nacional de Policía, de
la Guardia Civil, los diferentes archivos militares y de los centros de
inteligencia antes y después de esa “modélica transición”? Y aquí está el
posible punto de arranque para que los historiadores podamos en su día realizar
una biografía política y social de Suárez en condiciones y con todas las
garantías. Mientras tanto, el mito, la memoria institucional/oficial
prevalecerá en el próximo inmediato. Y con ella el hoy cada vez más cuestionado
“modelo español de impunidad”.
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