Pablo Fraile / Sevilla / 18 mar 2014
Fosa común en el cementerio de San Fernando (Sevilla).
// LAURA LEÓN
Dice Antonio Gala que, para conocer un pueblo, es fundamental visitar
el mercado y el cementerio. Son testigos mudos de la vida cotidiana y de la
historia de cualquier municipio. Así sucede en Sevilla. Las calles del
cementerio de San Fernando, una necrópolis de más de 270.000 metros cuadrados
en el barrio de San Jerónimo, son elocuentes. Son el documento incómodo
de una sociedad que quedó quebrada el 18 de julio de 1936, trazando una
línea indeleble entre vencedores y vencidos. “Recoge perfectamente la doble
historia del golpe militar y la represión”, explica el investigador José María
García Márquez, “panteones y mausoleos de héroes, junto a vencidos en fosas
comunes”.
El investigador José Díaz Arriaza ha censado el número de cuerpos
depositados en fosas comunes dentro del camposanto sevillano entre 1936 y 1958.
Y calcula que hay un total de 28.977 cadáveres en ellas, 3.540
correspondiente a ejecutados, víctimas de la represión directa de los
sublevados. Cadáveres hacinados sin orden. “En las fosas del cementerio de
Sevilla no solo se enterraban fusilados. Se usó como una forma más de
enterramiento depositando en ellas cuerpos de indigentes, fetos, suicidas,
fallecidos en hospitales, etc”. Así lo detalló el investigador en el Centro
Cívico de Ranilla, en Sevilla, que desde principios de marzo acoge las
jornadas Exhumando cuerpos, recuperando dignidades. Se trata,
en cualquier caso, de cifras aproximadas, dada la dificultad de documentar los
enterramientos.
Solo en los años de la Guerra Civil, se sepultaron 5.615 a cadáveres en las
fosas del camposanto -de los 25.435 cuerpos sepultados-. Fue uno de los
momentos álgidos, pero no el único: años más tarde, a principios de los 40, las
consecuencias del hambre provocaron un repunte en este tipo de enterramientos y
al final de esa misma década llegó el tercero, fruto de las “condiciones
sociales de violencia e insalubridad” del momento. El horror de la guerra, la
dureza de la posguerra y el terror de la dictadura. “Muchas veces nos
quedamos en los fusilamentos por bandos de guerra o por consejo, o si acaso,
muertos en prisión. Una represión directa”, explicó Díaz, “pero después hay una
represión soterrada”. Es difícil clarificar las cifras de represaliados y
definir las causas reales de muerte de las víctimas. Pasa, por ejemplo, con los
ahogados: ”Un ahogado en el río en el mes de julio vale, y en septiembre,
hasta en octubre. ¿Pero en el mes de enero?”, sostuvo el
historiador, ”Cuando encuentras a un ahogado y a otro y a otro… ¿Qué son?
¿Suicidios? ¿Palizas y después lo tiraron al río?”.
La primera fosa de San Fernando se comenzó a utilizar en el año 1853, el
primer año del cementerio: allí depositaron los cuerpos de un matrimonio
procedente de la parroquia de Santa María La Blanca, en el centro de la ciudad,
víctimas de una calentura cuando ambos rondaban los 40. Pero fue a
partir de 1936, tras el levantamiento militar, cuando se aceleró la actividad
en las fosas. La de Pico Reja, un espacio triangular de cuatro metros de
profundidad, se abrió en el costado derecho del camposanto: “Durante el mes de
julio de 1936, esta será la fosa donde se fueron arrojando los cadáveres de las
víctimas causadas por la sublevación”, explicó Díaz. No tardaría mucho en
llenarse: el 6 de agosto de ese mismo año, el administrador del cementerio
comunicaba al alcalde Ramón de Carranza que la zanja ya estaba próxima a su
límite. El investigador estima que allí se depositaron un número de cuerpos no
inferior a 1.104: solo 253 están inscritos en los libros de partidas de
enterramiento: fallecidos por aplicación del bando de guerra; ejecutados
por sentencia de consejo; heridos por arma de fuego, bomba o metralla; víctimas
del enfrentamiento por las tropas, etc. El padre de la patria andaluza, Blas
Infante, podría estar allí.
La segunda fosa de la guerra, la del Monumento, empezó a utilizarse en
septiembre de 1936. Allí se homenajea cada año, el día 14 de abril, a los
fusilados. “Suponemos que se empezaron a depositar cadáveres desde los inicios
de septiembre”, explica Díaz, “y el 25 de noviembre de 1939 el administrador
del cementerio comunicaba al alcalde que estaba agotada”. Sin embargo, matiza,
se siguió utilizando hasta finales del mes de enero de 1940. Allí descansan no
menos de 7.401 cuerpos.
Después llegaría la fosa Antigua, un largo pasillo de 25 metros de longitud
por unos siete y medio de ancho, donde se enterraron alrededor de 5.621
cadáveres. Su construcción obligó a reutilizar otra zanja en desuso ante
los problemas de espacio en el camposanto, utilizándose hasta junio de 1942. Ese
mismo año se construyó la fosa de la Rotonda – 10.838 cadáveres- , utilizada
hasta 1952. Después llegó la ampliación del cementerio y, con ella, la
construcción de dos nuevas fosas. En la primera -2.153 cuerpos hasta
1955- descansan los cadáveres de los últimos condenados por consejo de guerra.
Sobre la segunda -1.860 cuerpos de 1955 a 1958- se construyó un edificio para
servicios del cementerio para el año 2009 -los restos hallados fueron
incinerados-.
En paralelo, Díaz cree que hay otras dos fosas en la zona del cementerio de
judíos y disidentes, donde también fueron enterradas algunas víctimas. Allí
están los restos de cuatro víctimas de la represión franquista, militantes de
la CNT procedentes de Francia, que se enfrentaron a la Guardia Civil en 1952 en
las calles del barrio sevillano de Nervión. ”La prensa local informó de
este suceso desvirtuando los hechos para anunciarlo como un delito común y
tratando a los protagonistas como un grupo de malhechores con antecedentes
criminales”, explica Díaz.
TESTIGO DEL HORROR
El trabajo de Díaz recoge el horror que acompañaba a los enterramientos. Incluso
circula información, explicó el historiador, sobre la posibilidad de que
algunos de ellos fuesen sepultados vivos, como denunció el capellán del
Hospital de San Lázaro ante los servicios religiosas del cementerio. Así se lo
comunicó una persona que huyó de Sevilla a las autoridades republicanas en
Málaga en 1937: “Con un grupo de los nuestros, no se preocuparon de rematarlos
y al día siguiente, el capellán fue a protestar ante el general Queipo de
Llano. Fue asesinado un día después”. Para Díaz, es más que probable que la
situación fuese frecuente, dados los testimonios. Algunas víctimas fueron
rematadas a pie de zanja, incluso por el propio sepulturero.
El título de la investigación, Ni localizados, ni olvidados,
resume la situación actual del cementerio de San Fernando. “Ojalá sea posible
cambiarlo cuando antes por otro más esperanzador y justo, localizados y
honrados”, defendió el historiador. Pero recuperar la memoria de las víctimas,
en este caso, parece un trabajo complicado. La mezcla de los restos, el
número de cadáveres o la falta de documentación provocan que una eventual
exhumación resulte compleja . “No tiene que ser óbice para hacer lo que
haya que hacer, son problemas técnicos”, defiende el historiador José María
García Márquez. En el cementerio de San Rafael, en Málaga, se han exhumado
2.840 cadáveres de represaliados de unas 4.400 víctimas repartidas por ocho
fosas comunes, aunque en este caso todas acogían restos de fusilados. En
Andalucía todavía quedan unas 600 fosas sin abrir de las 614 localizadas.
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