Almeriense
de nacimiento, debido a su condición de exiliado político buena parte e su obra
se realizó en Francia.
Cultura |
TerceraInformación | 28-03-2014 |
Agustín
Gómez Arcos (1933-1998) nació en Almería, pero al igual que sucedió con muchos
ciudadanos y diferentes intelectuales/artistas la dictadura franquista les
empujó a exiliarse y a desarrollar su obra fuera de las fronteras españolas.
Francia
pronto reconoció la maestría del escritor, y sus novelas, un éxito de ventas,
obtuvieron numerosos premios y fueron varias veces finalistas del Goncourt.
Traducido a más de una docena de idiomas, su obra tampoco ha recibido el
reconocimiento merecido nunca en España. Desde hace unos años la editorial
Cabaret Voltaire parece empeñada en reivindicarle.
Tras la
publicación de su antología poética, "Escena de caza (furtiva)" o
"El niño pan", entre otras, llega ahora "María República",
uno de sus mayores éxitos en Francia. No se le considera, junto a "El
cordero carnívoro" y "Ana no", que esté dentro del ciclo de
obras que los críticos han designado como la «Trilogía de la posguerra». Se
trata de ingeniosas ficciones que, sin embargo, buscan emparentarse con lo
vivido por el autor y su familia. Simpatizantes republicanos, la familia del
almeriense, sufre en carne propia el destino de los vencidos, los abyectos
sobrevivientes rojos sobre los cuáles el franquismo descargará vejaciones,
castigos, torturas y muerte.
Así las
cosas, no sorprende que la protagonista de la novela que nos ocupa, no sólo
tenga un nombre sonoro sino también un flamante apellido: María República Gómez
Arcos, quien perdió a sus padres, fusilados en 1939. La guerra civil puso fin a
toda una vida de esperanza, empujándola a ejercer la prostitución en un burdel
barcelonés. Su tía, doña Eloísa-burguesa, amparándose en la ley de
rehabilitación social, la encierra en un convento de clausura para regenerarla.
Convento delirante, fruto de la magistral imaginación del autor, donde gobierna
una jerarquía esperpéntica y terrorífica.
Novela dura,
en la que imperan la sordidez y la repulsión; pero la poesía de Gómez Arcos,
latente en toda la obra, consigue el milagro de equilibrar tanta violencia y
horror.
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