18 marzo de 2014
Antoni
Aguiló
Filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra
Filósofo político y profesor del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra
Acaban
de cumplirse 143 años de la proclamación de la Comuna de París, una de las
experiencias de democracia obrera participativa más iluminadoras de la historia
contemporánea de Occidente, pero también, y al mismo tiempo, una de las más
trágicas que se han conocido.
Al
final de la guerra franco-prusiana, con una Francia derrotada, su primer
ministro, Adolphe Thiers, advirtió la importancia de desarmar inmediatamente
París para imponer el humillante armisticio firmado con Prusia. El 18 de marzo
de 1871, bajo el pretexto de que las armas eran propiedad del Estado, Thiers
ordenó al ejército la retirada de los cañones que la Guardia Nacional tenía en
las colinas Montmartre. Entonces una multitud indignada de mujeres y hombres de
clase trabajadora se opuso al desarme, que dejaría indefensa la ciudad. Una
parte de las tropas enviadas por el Gobierno se negó a disparar contra la gente
y muchos de los soldados acabaron confraternizando con el movimiento de
resistencia, que se alzaba en armas contra la Asamblea Nacional, desencadenando
un proceso revolucionario que enfrentaba al proletariado parisino con la gran
clase de terratenientes, rentistas y campesinos ricos que dominaba la Asamblea
francesa.
Tras
el intento fallido de desarme, el gabinete de Thiers huyó a Versalles. Los
sublevados instituyeron un gobierno municipal provisional que después de las
elecciones del 26 de marzo se transformó en la Comuna de París. Se constituía,
así, una alcaldía rebelde de fuerte base obrera. El ejemplo de París se
extendió por otras ciudades y pueblos provinciales, como Lyon y Marsella, donde
se proclamaron comunas insurgentes rápidamente aplastadas por Versalles.
Más
allá de sus tropiezos, la Comuna de París nos legó uno de los ejercicios de
construcción de poder popular desde abajo más relevantes de la historia
reciente. ¿Qué aprendizajes de la Comuna en materia de democracia pueden
contribuir a iluminar las actuales luchas por democracias reales? ¿En qué
medida estas luchas pasan por una práctica política revolucionaria que amplíe
el poder efectivo de las clases populares y otros colectivos históricamente
afectados por la discriminación? A mi juicio, como embrión de democracia
revolucionaria, la Comuna de París proporciona algunas enseñanzas clave que abren
caminos poco explorados para el avance de democracias al servicio de la
emancipación social:
Democracia
de base: la pretensión era la creación de un
Estado desde la base formado por autogobiernos municipales federados entre sí
con un gobierno central con escasas funciones de coordinación. Un Estado nuevo
que contribuyera a deshacer la relación entre gobernantes y gobernados, donde
obtener mejores condiciones de vida y trabajo, en el que la gente se sintiera
reconocida y que estuviera dispuesta a defender.
Democracia
obrera de inspiración socialista.
Los comuneros eran conscientes de la necesidad de romper con las viejas formas
de dominación política (el parlamentarismo liberal y el Estado capitalista
burgués), lo que los llevó a experimentar formas alternativas de política y
sociedad. Aunque la Comuna no acabó con el Estado capitalista, su gran mérito
fue arrebatar completamente su control a la burguesía, transformándolo en un
organismo nuevo que permitía el acceso al poder a quienes tradicionalmente habían
sido apartados de él. Ya no era el gobierno de las clases elitistas dominantes,
sino de las mayorías populares no representadas, los obreros, cuya bandera
roja, símbolo de la fraternidad internacional de los trabajadores, ondeaba por
primera vez en la sede del Gobierno, el Hôtel de Ville.
En
este punto adquiere especial relevancia el componente socialista de la Comuna,
presente en el tipo de democracia que estableció: una democracia no meramente
formal, sino sustantiva, participativa, que combinaba democracia representativa
con democracia directa. Una democracia que representaba un proceso más allá de
la toma coyuntural del poder, ya que aspiraba a sustituir el aparato burgués
del Estado por otro en correspondencia con los intereses de la clase trabajadora.
En otras palabras, la democracia obrera de la Comuna permitió la inversión del
poder, desplazando el poder político clasista y elitista acaparado por
propietarios para poner en manos de la clase trabajadora la capacidad efectiva
de deliberar, decidir y organizar la sociedad.
La
democracia de la Comuna se articulaba en torno a cinco principios: 1) elección
por sufragio universal de todos los funcionarios públicos. 2) Limitación del
salario de los miembros y funcionarios comunales, que no podía exceder el salario
medio de un obrero cualificado, y en ningún caso superar los 6.000 francos
anuales. 3) Los representantes políticos estaban umbilicalmente ligados a los
electores por delegación y mandato imperativo. 4) Cualquier representante podía
perder la confianza de los electores y ser depuesto de inmediato; de ahí que la
Comuna instituyera la revocabilidad del mandato, acabando con la perversidad de
un sistema representativo liberal que, como en la actualidad, permitía
suplantar la voluntad de los representados y promovía la profesionalización de
la política. La Comuna se cuidó, de este modo, de hacer un uso contrahegemónico
de la democracia representativa en el que los representantes obedeciesen y no,
a diferencia de lo que ocurre hoy, donde los que mandan no obedecen y los que
obedecen no mandan. Este tipo de democracia representativa consagraba el
derecho popular a pedir cuentas, exigir responsabilidades y controlar a los
representantes, lo que asestó un duro golpe a la aún tan en boga comprensión
parasitaria de la política, vista como un trampolín para obtener privilegios,
hacer carrera profesional y olvidarse del electorado. 5) Transferencia de
tareas del Estado a los trabajadores organizados, como la promoción de la
autogestión obrera mediante la socialización de las fábricas abandonadas por
los patrones.
Nuevas
medidas emancipadoras. Las iniciativas para socializar el
poder político no fueron las únicas. También se acompañaron de atrevidas
medidas de carácter social, entre las que cabe destacar la separación entre la
Iglesia y el Estado, garantizando el carácter laico, obligatorio y gratuito de
la educación pública; la expropiación de los bienes de las iglesias; la
supresión del servicio militar obligatorio; la aprobación de una moratoria
sobre los alquileres de vivienda que abolía las anteriores leyes en esta
materia, confiscaba las viviendas vacías y cancelaba las deudas por alquiler,
poniendo la vivienda al servicio de las necesidades sociales y el bienestar
general; la supresión del trabajo nocturno en las panaderías y la prohibición
de la práctica patronal de multar a los empleados, una estrategia habitual para
reducirles el salario.
Sin
embargo, la burguesía francesa no permitió que el nuevo sistema político
prosperase. Con la colaboración de las tropas prusianas que cercaban París, el
gobierno de Versalles envió más de 130 mil soldados que el 28 de mayo de 1871,
tras 72 días intensos y fugaces de autogobierno popular, aniquilaron la Comuna.
Se estima que en la batalla murieron más de 20.000 parisinos y que unos 43 mil
combatientes fueron capturados; unos 13 mil fueron condenados a prisión, 7 mil
de los cuales fueron deportados a Nueva Caledonia.
La Comuna de París representa no sólo la última de las
grandes revoluciones populares del siglo XIX, sino también el primero de los
democraticidios de la era moderna, algo apenas mencionado en la historia
“oficial” de la democracia. Lamentablemente, hoy también son tiempos de
democraticidio, de exterminio de saberes y prácticas democráticas. El
capitalismo ha fulminado la democracia representativa en buena parte de Europa,
donde los Parlamentos y las elecciones, como en Italia, son prescindibles. Pero
también son, entre otras cosas, tiempos de experimentalismo político, de
grietas abiertas en el poder constituido, de protestas populares, de
organización colectiva y de luchas por un poder popular constituyente que, como
nos recuerda la Comuna de París, nace en las calles como exigencia de cambio de
las viejas estructuras políticas y económicas que oprimen a la gente y coartan
la construcción de otras democracias posibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario