El capitalismo, como sistema, no está en fase terminal ni se aprecia que
nadie vaya a refundarlo...
nuevatribuna.es | Carles Manera |
30 Julio 2014 - 12:34 h.
Por Carles Manera |
Economistas Frente a la Crisis | Sin preámbulos, vean algunos de los factores
que deberían ser tenidos en cuenta de cara a una nueva política económica en
Europa, que supere las estrecheces y los bloqueos de la actual:
- Urgen políticas más inflacionistas en el norte de la
Unión, que abran diferenciales salariales entre la Europa más avanzada y
la periférica, con el objetivo de evitar una competencia vía salarios.
Esta idea infiere la necesidad elemental de que los sueldos suban hasta el
punto de que la inflación duplique prácticamente la establecida en el
Tratado de Maastricht. Será, a su vez, una garantía para estimular la
demanda interior en esas naciones.
- Mayor esfuerzo de inversión pública, con un
incremento de la participación de los Estados en el presupuesto
comunitario y el concurso del Banco Europeo de Inversiones. En unas
coordenadas de atonía en la inversión privada, la pública debe ejercer de
palanca de crecimiento, habida cuenta que los multiplicadores nuevamente
calculados por el FMI –entre 0,9 e incluso 2,2– pueden hasta cuadriplicar
los más austeros –0,5 según un erróneo trabajo del propio FMI, reconocido
por su economista jefe–. Esta equivocación monumental ha santificado las
políticas de austeridad, que siguen sin entender las correcciones ya
advertidas. Es decir: más inversión pública supone más capacidad
económica, más crédito, más actividad, más contratación y más empleo.
- Debe repensarse la fiscalidad, para hacerla más
progresiva. La caída de ingresos y no el despilfarro generalizado del
gasto, ha sido la causa central que ha desequilibrado las cuentas
públicas. A pesar de la insistencia de muchos economistas –con datos
irrefutables en la mano–, el mainstream ha seguido,
impertérrito, en su obstinación casi enfermiza: la culpa es de los
malgastadores de los gobiernos, que han dilapidado recursos públicos en
cosas tan poco edificantes como hospitales, escuelas, investigación y
prestaciones sociales. Estos son los jirones arrancados a la economía
pública. Y resarcirlos impone aplicar medidas tributarias a las rentas
privilegiadas con la incorporación, además, de dos aspectos esenciales: la
fiscalidad ecológica –en la línea de lo que se viene desarrollando en
muchos países europeos, principalmente nórdicos–, con la adopción
igualmente de figuras fiscales con finalidades estrictamente recaudatorias
–más que disuasorias: por ejemplo, las tasas sobre pernoctaciones
turísticas–; y la persecución implacable del fraude de altos vuelos, a
partir de la eliminación del secreto bancario y de la mayor comunicación
inter-bancaria en relación a operaciones y cuentas.
La Gran Recesión se enmarca en una
crisis sistémica, toda vez que supone una clara tendencia en un cambio de
liderazgo, el cuestionamiento de los espacios económicos existentes –como la
propia Unión Europea–, la pérdida transitoria de capacidad del capitalismo para
rehacerse de forma sostenida –con retrocesos en los beneficios– y la
incertidumbre –financiera y de objetivos– en la estrategia inversora.
El capitalismo, como sistema, no
está en fase terminal
Pero el capitalismo, como sistema,
no está en fase terminal –como se asevera desde algunos postulados
sociológicos, antaño ligados con las tesis de la dependencia– ni se aprecia que
nadie vaya a refundarlo –como sugirió un alto mandatario europeo–. El sistema
funcionará si aumenta su masa de ganancias, aunque la tasa de beneficios caiga.
El final de la Guerra Fría y de la política de bloques ha dado alas al
capitalismo en una dirección clara: su ideología lo impregna todo, su lenguaje
ha contaminado buena parte de las fuerzas de izquierdas y sus esquemas han sido
aprehendidos por muchos intelectuales progresistas. Pero, además, la Gran
Recesión está demostrando que los planes del conservadurismo político son
volver a una inercia histórica: la que consagraba la desigualdad. Bajar
salarios, despedir trabajadores, recortar servicios, adelgazar prestaciones,
tienen, a mi entender, un objetivo: instalar el temor y engrosar aquel
“ejército de reserva” marxiano que permite, precisamente, mantener los costes
laborales a raya y dominar las negociaciones laborales. Si se observan las
investigaciones más recientes en Historia Económica, desde el siglo XVIII tan
sólo en el período 1950-1980 hemos asistido a una fase de mayor igualdad en las
rentas, de una equidad más visible. ¿Son, esos años, una anomalía histórica?
Los rasgos distintivos del Estado del Bienestar tienen fechas próximas, en el
tiempo histórico. La población las ha asumido como estables, imperecederas. La
Gran Recesión está demostrando que eso no necesariamente va a ser así, y que
las fuerzas de la regresión van a utilizar todos los instrumentos disponibles
(entre los que la ideología vuelve a ser determinante) para justificar su
derribo y volver a un pasado relativamente cercano.
De la respuesta ciudadana,
política, social y electoral, dependerá que esto no se cumpla.
Carles Manera, Catedrático de Historia Económica de la UIB y
miembro de Economistas Frente a la Crisis
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
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