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|Antonio Antón | Profesor Honorario de Sociología
de la Universidad Autónoma de Madrid |
29 Julio 2014 - 00:00 h.
Medidas
regresivas y rechazo popular
El bloque de
poder liberal-conservador de la UE, con una gestión regresiva, antisocial y
autoritaria de la crisis, quiere imponer un modelo económico y social más
desigual y una democracia más débil. Su política de austeridad y recortes
sociales está acelerando el proceso de desmantelamiento del Estado de bienestar,
que considera ‘insostenible’. Es la tendencia dominante.
Pero esta
reestructuración regresiva carece de suficiente legitimidad ciudadana. Hay una
fuerte pugna distributiva, política y cultural sobre la gestión de la crisis y
el modelo de Estado y sociedad. Existe una amplia corriente social indignada,
con una actitud cívica de justicia social, que rechaza esa dinámica. La
cuestión es si hay fuerzas sociales consistentes para frenarla y hasta dónde.
¿Cuál es el impacto de una ciudadanía activa contra esa política regresiva y
qué significado tiene un proyecto alternativo de un modelo social más
igualitario, solidario y democrático?.
Caben dos
hipótesis extremas: ¿Es realista el catastrofismo fatalista o la idea de la
inevitabilidad de la eliminación total de los derechos sociales, los servicios
y prestaciones públicos o el propio Estado democrático y de derecho?. ¿Es
adecuada la idea contraria de que el futuro del Estado de bienestar está
asegurado o que las ‘reformas estructurales’ lo hacen más fuerte y sostenible?.
Aquí se
mantiene una posición intermedia: no es previsible la destrucción inmediata y
generalizada del Estado de bienestar, en el ámbito económico e institucional es
dominante esa dinámica regresiva pero existe una importante oposición ciudadana
que la condiciona; el horizonte inmediato es su reducción, segmentación y
desmantelamiento, hacia otro modelo cualitativamente diferente, particularmente
en el sur europeo. Pero el futuro no está decidido y depende de dinámicas
sociopolíticas. Así, desde ese marco y con un enfoque crítico, se analizan
estas tendencias ambivalentes y los discursos que pretenden legitimarlas.
Las
consecuencias sociales derivadas de la prolongada crisis socioeconómica (paro
masivo, incremento de la desigualdad, nuevas brechas sociales…) se están
agravando. Las necesidades de protección pública se han ampliado frente a los
mayores riesgos para la cohesión social. Las características principales de la
política social dominante son la limitación del porcentaje de gasto público social
por habitante respecto del PIB per cápita, la disminución de la intensidad
protectora pública y una reestructuración institucional con mayor segmentación
y privatización de servicios públicos. Al mismo tiempo, la mayoría de la
población demanda empleo decente y garantías de derechos socioeconómicos y
laborales. Los recortes y contrarreformas sociales, en este periodo, están
condicionados por esa doble dinámica, con dos opciones básicas de salida de la
crisis: 1) regresiva, con un proceso de desmantelamiento del Estado de
bienestar, particularmente para el sur europeo, o 2) más equilibrada y
equitativa, con una pugna sociopolítica prolongada por la garantía de unos
derechos sociales y laborales fundamentales.
En
definitiva, las reformas en distintos países tienen particularidades. No
obstante, el proceso se puede definir como cambio cualitativo, fundamentalmente
regresivo. No hay una destrucción inmediata y total del Estado de bienestar,
aunque haya presiones relevantes hacia su desmantelamiento progresivo. Tampoco
se mantiene el statu quo anterior, y menos hay una mejora global. Las
características principales de esa reestructuración son tres: 1) contención del
gasto público-social, con limitación del esfuerzo público -en relación al PIB-
per cápita y recorte de derechos sociales y acción protectora pública; 2)
‘racionalización’, reajustes globales regresivos de derechos sociolaborales y
diversas adaptaciones –neutras o mejoras parciales-; 3) incremento de la
diferenciación interna, con mayor segmentación institucional y de la calidad de
los servicios públicos junto con el desarrollo de privatizaciones parciales.
Supone adaptar las políticas sociales a la segmentación laboral y de rentas y a
la fragmentación social, y una transformación institucional hacia sistemas
mixtos, públicos y privados.
Gráfico: Posición de la población ante el gasto
público social (%)
Fuente: CIS – Estudio 2930 – enero de 2012, y elaboración propia.
Para
completar este diagnóstico solamente se seleccionan unos datos oficiales de una
encuesta del CIS (gráfico adjunto), especialmente significativos para el tema
que nos ocupa. Aunque fue diseñada durante el gobierno anterior socialista, los
resultados están publicados en enero de 2012, ya con el Gobierno del PP, que
trató de esconderlos porque, evidentemente, la opinión mayoritaria de la
población iba en contra de sus planes de recortes sociales. La interpretación
de la exigencia mayoritaria de incrementar ese gasto social es todavía más
contundente ya que se confronta con la idea de subir impuestos, que
oficialmente es denostada y tiene cierto apoyo entre sectores acomodados. Junto
con otros datos similares explican la persistencia de una amplia cultura
cívica, democrática y de justicia social, una cultura ‘popular’ progresista
frente al poder y sus políticas regresivas.
Alcance del
desmantelamiento, percepción y acción colectiva progresista
Se puede
constatar la existencia de un proyecto regresivo del sector más neoliberal que no
tiene límites y pretende acabar con todo. No obstante, conviene
analizar las dificultades para su materialización o bien las tendencias o
factores que condicionan la realización de ese programa de máximos de acabar
con (destruir o desmantelar totalmente) el actual Estado de bienestar (Estado
social, democrático y de derecho) o en otro sentido, consolidar un capitalismo
especulativo e ‘inhumano’, con un sistema político autoritario, con dilución de
su carácter social y democrático, aun conservando algunas formas mínimas de
representación y legitimación política.
En primer
lugar, hay que señalar el carácter destructivo de ese proyecto para el
bienestar social de la mayoría de las sociedades europeas, su cohesión y
vertebración, así como la deslegitimación de las clases políticas gobernantes.
En las actuales circunstancias, la base de apoyo social para esos objetivos
máximos sería muy limitada, por lo que el poder tendería a generar dinámicas de
división popular con chivos expiatorios o falsos culpables: nacionalismos,
racismo y xenofobia, populismos autoritarios. Podría acompañarlo de la
involución política y democrática, fuerte control social y autoritarismo
institucional (más o menos tecnocrático).
Sin embargo,
un factor que condiciona o frena esa dinámica extrema es la propia mayoría de
la sociedad con su cultura democrática y de justicia social; la cuestión es su
grado de activación, la articulación en movimientos sociales de presión y de
representación política e institucional progresista, como agentes sociales que
reequilibren esa tendencia dominante. Por tanto, el resultado de esa doble
tendencia puede significar la no implantación total del proyecto neoliberal y
autoritario extremo.
Se ha
abierto una profunda y prolongada pugna sociopolítica con el telón de fondo de
posiciones contrapuestas: el reparto más o menos desigual de los costes de la
crisis, el refuerzo o el desgaste del poder financiero con mayor o menor
subordinación de las capas populares, el alcance de los procesos de
deslegitimación de la política de austeridad y las élites gestoras junto con la
tendencia hacia una democracia débil o una democratización profunda.
Y en el
campo cultural y de la conciencia social la incógnita está entre dos dinámicas:
a) si la mayoría ciudadana asume los retrocesos democráticos y de bienestar
social, bajo de argumento central de contener las demandas populares por su
‘insostenibilidad’ económica y con el refuerzo de los poderosos; b) si, dada la
inmensidad de la riqueza generada, los derechos adquiridos por la ciudadanía y
la amplia conciencia de justicia social, es la economía la que debe servir a la
sociedad y se apuesta por una distribución más equitativa, una salida de la
crisis más justa, solidaria y progresista y una regeneración democrática del
sistema político.
Las opciones
básicas son dos: 1) profunda reestructuración regresiva del Estado de bienestar
europeo, con un retroceso de su modelo social, los derechos sociolaborales y la
calidad democrática, así como una relegitimación de las actuales élites
gestoras y los grupos dominantes de poder financiero; 2) dinámica sociopolítica
que impida esa salida y apueste por una democratización del sistema político,
una renovación profunda de las élites gobernantes, una regulación institucional
de los mercados financieros, con una fiscalidad progresiva, y un refuerzo de un
Estado de bienestar más avanzado, con empleo decente.
En
definitiva, lo que se ventila es la concreción del modelo social europeo, entre
una salida de la crisis regresiva o justa y equitativa, entre el
desmantelamiento del Estado de bienestar o las garantías para una ciudadanía
social plena en una Europa más democrática, igualitaria y solidaria. El futuro
no está predeterminado, depende del desarrollo de la pugna sociopolítica.
[1] Extracto
del Informe nº 99 (Julio) de la Fundación 1º de Mayo, Desigualdad, recortes
y respuestas. Texto completo (53 pp.)
Fuente: www.nuevatribuna.es
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