LA GUERRA CIVIL La
fragua de los golpistas en las campañas de Marruecos
La generación de golpistas tuvo el
denominador común de su prolongado servicio en Marruecos y los rápidos ascensos
por méritos de guerra
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La reforma militar de Azaña en la II
República ahondó la división que existía en el ejército desde el reinado de
Alfonso XIII respecto a la promoción de los oficiales
Algunos de los militares
destacados en la conspiración del 18 de julio.
Actualizado: 18/07/2014 13:59 horas
Veinte años antes de que el
ejército se sublevara en Melilla iniciando, un día antes de lo previsto, el
golpe de Estado que cambiaría la Historia de España, también en Marruecos, en
Biutz, el capitán Franco fue herido en combate. Una acción heroica y una fea
herida en el vientre que le valdría ser ascendido a Comandante. El consejo militar
se opuso, pero acabó consiguiendo el ascenso por méritos de guerra, tras apelar
al mismo Alfonso XIII.
“Las campañas de Marruecos facilitarían su
ascenso meteórico en el escalafón del ejército, saltándose la antigüedad”
Cicatrices que para el teniente
Franquito, el capitán Varelita, -como se llamaban entre ellos en esa
época-, o Millán Astray facilitarían su ascenso meteórico en el
escalafón del ejército, saltándose la antigüedad, durante las campañas
de la Guerra del Rif entre 1912 y 1922.
Así llegaría Franco al
título de general más joven de Europa, un honor que en 1932 el entonces
ministro de la Guerra, Manuel Azaña, decidió corregir, al considerar
excesiva la promoción de dichos oficiales. En 1932 aprobó una ley que en la
práctica suponía ignorar la antigüedad adquirida en los ascensos por
méritos de guerra, una espinosa cuestión en el seno del ejército que Azaña no
había sido el primero en cuestionar, pero que impulsó definitivamente con la
reforma.
Agraviados por Azaña
Franco pasaba de esa forma de ser uno de los generales con más
antigüedad, al fondo del escalafón. Con él su amigo 'Varelita' y otros
tantos veteranos de las campañas de Marruecos: Emilio Mola,
Manuel Goded, Queipo de Llano, Yagüe, Alonso Vega...una lista que
coincide casi milimétricamente con la de los conspiradores del golpe de Estado
del 18 de julio.
Manuel Azaña, autor de la
reforma del ejército, a su izquierda Queipo de Llano uno de los sublevados en
1936
No es una casualidad que
fueran esos nombres y no otros, los de ambas listas, las de los militares que
se sintieron agraviados, y la de los rebeldes que dinamitaron el orden
democrático.
Franco y Mola trataron de convencer a Azaña en 1932 para
hacerle cambiar de idea pero no tuvieron ningún éxito, lo que acrecentaría sin
duda su rencor hacia el político. Es posible que a Azaña le pasara por la
cabeza el recuerdo cuando cruzó a pie con miles de soldados y los restos del
gobierno de la República la frontera con Francia desde Cataluña, mientras las
tropas de Franco entraban en Barcelona.
La forja del Rif
Historiadores como Ángel
Viñas han remarcado en los últimos años el hecho de que en el relato del
levantamiento del 18 de julio, el inicio de la Guerra Civil, se soslaya
que, aunque la situación política fuera inestable, que hubiera
conflictividad social, pistolerismo, asesinatos, amenazas y violencia verbal en
el Congreso, ingredientes todos que, sin duda, abocaron a una rápida situación
guerracivilista, la gente no salió a las tomar las calles. En último término
ésta estalló por la actuación específica de este grupo de militares.
Aunque el propio Viñas
remarca la trama civil del golpe, lo cierto es que las fuerzas mayoritarias de
la derecha de entonces no tuvieron un papel relevante después de él. La CEDA o
el partido de Lerroux, desaparecerían casi inmediatamente al estallar la
guerra. Su espacio político lo ocuparon partidos que eran minoritarios antes
del 18 de julio como la Falange o los Carlistas, que a su vez acabarían
'intervenidos' por los militares del nuevo estado franquista, tras el decreto
de unificación de FET y las JONS.
“Fue una rebelión militar de un grupo muy
concreto de conspiradores, los denominados 'africanistas'”
El golpe de estado fue, por
tanto, una rebelión militar y de un grupo muy concreto de conspiradores,
que pertenecían en su totalidad a los denominados 'Africanistas' y que
en buena parte eran además de la misma generación -la excepción más notable era
la del general Sanjurjo-.
A la sombra del desastre del 98
Su trayectoria era común:
el continuado servicio en el protectorado de Marruecos donde forjaron
unos ideales y una visión de España similar y de donde surgió el término que
les identificaba en el ejército. En ellos pesaba, además, la decepción y
pesimismo del desastre del 98 en la que se perdieron las colonias de Cuba y
Filipinas y que puso al descubierto la evidente pérdida de estatus de España
como potencia y la decadencia de su ejército.
La sombra alargada de las
derrotas y un cierto auge del antimilitarismo en diferentes sectores políticos
transformó al ejército, que se vio privado del prestigio que antes ostentaba.
Todo ello incrementó la sensación de aislamiento.
Franco con su amigo
Millán-Astray, fundador de la Legión
Como consecuencia, el
protectorado de Marruecos apareció en el horizonte de muchos de los jóvenes que
estudiaban para oficiales como Franco, Varela, Millán Astray como el bálsamo y
la oportunidad de recuperar el prestigio perdido. Se produjo entonces
una situación que marcaría definitivamente el ejército y la personalidad de
unos oficiales que acabarían decidiendo la vida política española durante casi
30 años.
Todos los tenientes recién
salidos de la academia servían en Marruecos pero sólo unos pocos se quedaban.
Además de las particulares querencias por el exotismo de la vida en las
colonias, la razón fundamental para quedarse era que en África existía la
posibilidad de ascender rápidamente en las campañas contras las harkas
rifeñas que se oponían al protectorado español.
La
división del ejército: 'junteros' contra 'africanistas'
La estancia prolongada en
Marruecos de un reducido grupo de oficiales en relación con la totalidad del
ejército en la que se facilitó que se formara un grupo cerrado, que
soportaba las duras condiciones a cambio de ascensos rápidos. Como cita Antonio
Atienza Peñarrocha en su tesis Africanistas y Junteros: el Ejército español
en África y el oficial José Enrique Varela Iglesias, estos militares se
distinguieron de sus compañeros que servían en la península donde la
promoción se conseguía sólo por antigüedad. Ya entonces había un cierto afán de
protagonismo, copaban acciones heroicas, medallas, crónicas e incluso fotos en
algunos diarios.
Es fácil imaginar que
pronto encontraron la resistencia de sus compañeros que consideraban
desproporcionados los meteóricos ascensos de los oficiales de Marruecos. Al
mismo tiempo, los movimientos o suspicacias en contra de los africanistas,
ahondaban entre sus filas el sentimiento de no ser reconocidos, de que no se
valorara su verdadero esfuerzo lejos de la comodidad, cerca del fuego
enemigo, del riesgo.
“Las Juntas de Defensa del ejército se
oponían al ascenso por méritos de guerra en favor de la promoción por
antigüedad”
Entre ellos, Varela se
erigió como uno de los cabecillas del movimiento contra las Juntas de
Defensa, que pretendían, precisamente, eliminar los ascensos en el campo de
batalla, para no ver mermados los derechos de los militares que no estaban
destinados en el Protectorado, tal y como explica Fernando Martín Roda en su
biografía sobre el militar.
Aunque hubo algunas
excepciones -Riquelme o Miaja, generales que en 1936 permanecieron fieles a la
República- la experiencia en Marruecos estrechó los lazos de camaradería entre
ellos sumándose al resto de condicionantes: al ideal de recuperar una gloria
casi imperial de España a través de las colonias se sumó su oposición a las
Juntas de Defensa, organismo de oficiales que abanderaron la oposición al
sistema de ascenso de Marruecos, y, a partir de 1921, tras el desastre de
Annual, su resentimiento contra una buena parte de la sociedad, por
las durísimas críticas que sufrió el ejército colonial tras el Expediente
Picasso.
La decepción de Primo de Rivera
La dictadura de Primo de
Rivera, cuyo origen y estilo diferiría notablemente con la que surgiría tras la
Guerra Civil, supuso un cierto espaldarazo a sus pretensiones, ya que fueron
abolidas las Juntas, pero la dirección de Primo de Rivera de la guerra en el
Protectorado tampoco contó con el apoyo de los africanistas, que consideraban
que no era la forma adecuada de pacificar el territorio.
La crisis de la dictadura y
el gobierno de Primo de Rivera primero y los de Berenguer -otro africanista y
principal responsable del ejército de Marruecos durante el desastre de Annual-
y del almirante Aznar precipitaron la caída de Alfonso XIII y la
proclamación de la Segunda República.
Lo más llamativo es que el
cambio político no supuso un rechazo por parte de los africanistas, que
no tenían una ideología bien definida más allá de la exaltación de la patria,
en gran medida el catolicismo, y el orden, en definitiva, una actitud
conservadora -aunque había excepciones- sin ninguna preferencia especial por el
sistema de Gobierno.
La reforma de Azaña,
sin embargo, reabrió las tensiones entre junteros y africanistas de
antes de la dictadura. De hecho, la anulación de la antigüedad, la supresión de
oficiar misa en los cuarteles, el cierre de la Academia de Toledo, donde Franco
inculcaba los valores africanistas, predispuso contra el gobierno y comenzaría
a sentar las bases de un descontento, que tras el hiato del bienio derechista,
se infló de nuevo.
Antes de los asesinatos de
Calvo Sotelo, o el teniente Castillo,
de los 'paseos' en Madrid, de la violencia y el deterioro progresivo de la
convivencia y el orden legal, los africanistas ya habían puesto en marcha su
particular plan para dar el vuelco que necesitaba España, según su visión de la
idea de nación.
Fuente: http://www.elmundo.es/l
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