De
nuevo, la manida polémica de las dichosas capillas en la Universidad.
nuevatribuna.es
| Por Javier
Gimeno Perelló | 21 Julio 2014 - 17:11 h.
Inauguración
de la Facultad de Medicina de la UCM.
De nuevo, la manida polémica de las dichosas
capillas en la Universidad. No deja de sorprender la pretensión de la jerarquía
eclesiástica y de algunos católicos de relacionar ciencia y religión como si no
fuera un oxímoron evidente, como si se tratase de dos categorías
complementarias, cuando no equivalentes. Y no menos paradójico es el esperpento
de celebrar misa en el espacio público de la universidad, como estamos viendo
estos días en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense
de Madrid.
Todo comenzó
en la época del rector Gustavo Villapalos cuando éste firmó el «Acuerdo sobre
Asistencia Religiosa Católica», el 20 de diciembre de 1993 con el entonces
arzobispo Ángel Suquía, para mantener las existentes y favorecer la apertura de
nuevos espacios de culto católico en aquellas facultades donde no había. Como
muestra la foto del acto inaugural del edificio de la facultad de Medicina en
la Ciudad Universitaria de Madrid poco después del triunfo fascista, la
universidad española, como toda España, no ha permanecido separada de la
religión oficial. Ni siquiera, como sabemos, durante la Transición, a pesar de
la Constitución española.
Fruto de
aquellos tiempos son estos lodos. Ningún gobierno democrático, incluidos los
socialistas, ha movido un dedo por ejecutar de facto esa separación, tampoco en
la Universidad. Ésta, y particularmente la Complutense de Madrid, ha mantenido
desde el franquismo una muy cordial relación con la Iglesia Católica, bien a
través de sectas integristas como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo o
Comunión y Liberación, Hazte Oír o Más Libres, u organizaciones de extrema
derecha como las extintas Fuerza Nueva o Guerrilleros de Cristo Rey, o las
vigentes Alternativa Española, Falange o Democracia Española, entre otras.
Relación tan cordial que llega a ser íntima, cuya influencia a través de
profesores y autoridades académicas en el mismo rectorado y en determinadas
facultades de la Complutense como Derecho, Ciencias de la Información o
Educación, ha condicionado durante años muchos planes de estudio y buena parte
del discurso académico.
La fe como
estratagema de inmunización contra la crítica, señalaba Bertrand Russel
en Sobre Dios y la religión (Ed. Martínez Roca1992), es "la
firme creencia en algo de lo que no se tiene ninguna evidencia. Cuando ésta
existe, nadie habla de 'fe'; no lo hacemos al afirmar que la Tierra es redonda,
sino sólo cuando queremos sustituir las pruebas por emociones, sustitución que
suele desembocar en conflicto".
En la
Universidad pública se enseña conocimiento científico basado en la razón, no en
la especulación de la fe o del dogma. No tiene, pues, sentido racional alguno
la existencia en su seno de capillas ni otros lugares de culto, ni siquiera
como fuente de ingresos, del mismo modo que carecería de razón enseñar en las
aulas universitarias astrología, quiromancia o ufología bajo premisas
epistemológicas. Cada cosa en su espacio propio: la oración, la fe y los dogmas
en los lugares de culto; la ciencia, la razón y el pensamiento en la Academia.
Por ello,
creemos que el debate no es si debe haber espacios ecuménicos de culto para uso
de cualquier creencia religiosa, o si las capillas deben ocupar otros espacios
o si la universidad debe cobrar un alquiler a la autoridad eclesiástica para
hacer uso de aquéllos. El debate es si la universidad pública debe dejarse
condicionar, como en el franquismo, por los imperativos de las religiones, sea
la católica o cualquier otra, y mantener o no su laicidad, donde prime el
pensamiento lógico, la docencia, el estudio y la investigación científica. Un
debate, en cualquier caso, cuya respuesta no debe dejar ninguna duda si se
desarrolla bajo premisas universitarias, académicas y científicas.
Por
Javier Gimeno Perelló | Bibliotecario de la Universidad Complutense de
Madrid
Fuente: www.nuevatribuna.es
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