Los errores y la desidia de los mandos
condenaron a una muerte sin remisión a 354 soldados desplegados en la
indefendible colina marroquí de Igueriben. A finales de julio de 1921
sucumbieron a la sed y al asedio de las cabilas rifeñas en uno de los episodios
más vergonzosos del desastre de Annual
24 julio 201401:16
La masacre de Igueriben, en particular, y el desastre
de Annual, por extensión, constituyeron un claro retrato de la España de
principios del siglo XX, un país atrasado y temeroso de Dios, donde las élites
y el Gobierno de Alfonso XIII enviaron a morir en África, concretamente al Rif,
a jóvenes labriegos sin formación militar, con el único objetivo de tratar de
conservar el protectorado español en Marruecos.
Toda la campaña fue un desastre, pero en la loma de
Igueriben a la mala planificación de los mandos militares, encabezados por el
general de caballería Manuel Fernández Silvestre y el comandante Villas, se
unió la desidia del Estado Mayor, que abandonó a su suerte a todo un batallón
tras empecinarse en mantener una posición que era una trampa mortal. Del 17 al
21 de julio de 1921 el comandante Julio Benítez y sus hombres protagonizaron
una defensa numantina de un enclave indefendible, un lugar inhóspito de suelo
calizo y sin vegetación.
Durante cinco días resistieron sin agua, sin víveres,
sin municiones y, sobre todo, sin esperanza. Sólo amparados en un sentido del
valor que obligaba a morir antes que rendirse, aunque la derrota estaba
anunciada sin comenzar la batalla. Fueron carne de cañón. Abandonados a su
destino, estaban muertos incluso antes de que siquiera de que tomaran la
posición.
Durante cinco días resistieron sin agua,
sin víveres, sin municiones y, sobre todo, sin esperanza.
El asalto a la posición por parte de las cabilas de
Abd el-Krim, superiores en número y dotadas de mejor material militar -incluso
contaban con artillería previamente arrebatada a las fuerzas españolas-,
comenzó a intensificarse el 14 de julio, justo siete días después de establecer
el campamento en Igueriben. Inicialmente, las escaramuzas fueron controladas,
aunque también pronto empezaron a contabilizarse las primeras bajas a manos de
las harcas enemigas.
Desde el Estado Mayor establecido en Annual, a seis
kilómetros, se pedía paciencia mientras se anunciaban refuerzos inmediatos y la
ayuda de la aviación. Pero las horas avanzaron sin respuesta, los días
transcurrieron y ya el día 17 las tropas se quedaron sin agua.
Inicialmente los soldados se vieron obligados a
machacar patatas para beber su jugo, luego pasaron a consumir colonia y tinta,
y finalmente hasta sus propios orines endulzados con azúcar. El calor derretía
a hombres y armas. Según los meteorólogos, aquel julio de 1921 fue el de más
alta temperatura del siglo XX.
Los soldados se vieron obligados a machacar
patatas para beber su jugo y hasta a ingerir sus propios orines endulzados con
azúcar.
Había numerosos heridos, sin médico ni medicinas. Todo
en medio del hedor insoportable de los cadáveres sin sepultar. La dimensión de
la tragedia es inimaginable en la actualidad. Además, los belicosos moros
estaban tan cerca que cada noche se escuchaban sus insultos, como también se
podían oír sus ofertas para que los soldados desertaran. La respuesta era
siempre la misma: "Los españoles mueren, pero no se rinden".
Para el 21 de julio la situación era insostenible.
Sobre todo después de que esa mañana un intento desesperado de romper el cerco
para ayudarles fracasó cuando una columna de 3.000 hombres quedó estancada
entre barrancos y desfiladeros, muy cerca de la posición. La retirada resultó
obligada. Allí se extinguió la última oportunidad para rescatar a los
compañeros de Igueriben.
Las doce últimas balas
Por la tarde, el
comandante Benítez y sus uniformados eran conscientes de que su muerte se
acercaba. Se repartieron las últimas veinte balas que quedaban para cada
hombre, se inutilizaron las armas pesadas y se quemó todo el material restante
para que no cayera en manos del enemigo. Únicamente se reservó también una
pieza de artillería para disparar las doce últimas balas de cañón.
1. Campamento de Annual.
2. El comandante Julio Benítez
3. Planos de posición de Igueriben.
2. El comandante Julio Benítez
3. Planos de posición de Igueriben.
Benítez envió un mensaje al Estado Mayor por medio del
heliógrafo de espejos. "Contad los doce disparos de artillería que nos
quedan y luego abrid fuego sobra la posición, pues moros y españoles estaremos
envueltos en la batalla". Aprovechó la oportunidad para lanzar una crítica
a sus superiores. "¿Vais a dejar morir a estos hijos de España? Parece
mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han
sabido sacrificarse delante de vosotros". "La tropa nada tiene que
ver con los errores que haya cometido el mando", espetó.
Posteriormente, el comandante malagueño cumplió la
orden dada por Martínez Silvestre y mandó la salida de sus hombres. "Hijos
míos, vamos a abandonar este corralito que hemos defendido como héroes por la
falta de víveres y municiones; llorad por vuestros hermanos que dejáis sin
sepultura, ahora vamos a seguir defendiéndonos con las pocas municiones que nos
quedan y terminadas éstas emplead la bayoneta; yo, hijos míos, os seguiré
mandando como hasta aquí he hecho", fue la última arenga de Benítez.
"Parece mentira que dejéis morir a
vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante
de vosotros"
Protegida por los oficiales, ofrecidos para el
sacrifico, la tropa superviviente intentó abandonar la guarnición y encaminarse
a Annual en una alocada carrera loma abajo encabezada por el teniente Luis
Casado, designado para dirigir el intento suicida. La mayoría fueron masacrados
a los pocos metros mientras descendían el barranco. Inicialmente, de Igueriben
sólo lograron escapar Casado y una decena de soldados, aunque algunos de los
afortunados murieron en Annual tras darse un atracón de agua, víctimas de la
ansiedad, tras varios días de sed agobiante.
Silencio absoluto en Igueriben
Atrás dejaron a sus compañeros a merced de las harcas,
que degollaron a todo soldado que todavía mantenía un halo de vida, incluidos
los numerosos heridos. Pronto el silencio fue absoluto en Igueriben. La derrota
se había consumado.
Casado no pudo llegar a Annual. Cayó prisionero, y
pasó año y medio retenido en el campamento de Axdit. Regresó a Melilla el 17 de
enero de 1923, dentro de un contingente de soldados españoles por los que el
Gobierno pagó un rescate. "¡Qué cara es la carne de gallina!", llegó
a decir Alfonso XIII en una frase para olvidar.
Algunos años después, tras el levantamiento de Franco
en 1936, Casado fue fusilado en Melilla acusado de masón y comunista. En
cualquier país sería considerado un héroe. España, como dijo Antonio Machado,
olvida a sus hijos a gran velocidad.
La masacre del Igueriben fue el preludio del gran
desastre de Annual, donde, según los historiadores, en su conjunto murieron
18.000 españoles, virtualmente un ejército completo. Demasiados muertos por un
terreno baldío. El 'expediente Picasso', elaborado por un general homónimo del
genial pintor malagueño, redujo el número a 13.000. Su informe fue redactado
para las Cortes, pero no se llegó a leer por el golpe de Estado de Primo de
Rivera.
La matanza de Igueriben quedó reflejada con gran
exactitud en el libro que escribió el teniente Luis Casado, único oficial
superviviente. También el periodista recientemente fallecido Rafael
Martínez-Simancas noveló con gran acierto esta historia en su obra 'Doce balas
de cañón'.
Fuente: http://www.elcorreo.com/
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