domingo, 27 de julio de 2014

¿VAIS A DEJAR MORIR A ESTOS HIJOS DE ESPAÑA?


Los errores y la desidia de los mandos condenaron a una muerte sin remisión a 354 soldados desplegados en la indefendible colina marroquí de Igueriben. A finales de julio de 1921 sucumbieron a la sed y al asedio de las cabilas rifeñas en uno de los episodios más vergonzosos del desastre de Annual

24 julio 201401:16
La masacre de Igueriben, en particular, y el desastre de Annual, por extensión, constituyeron un claro retrato de la España de principios del siglo XX, un país atrasado y temeroso de Dios, donde las élites y el Gobierno de Alfonso XIII enviaron a morir en África, concretamente al Rif, a jóvenes labriegos sin formación militar, con el único objetivo de tratar de conservar el protectorado español en Marruecos.
Toda la campaña fue un desastre, pero en la loma de Igueriben a la mala planificación de los mandos militares, encabezados por el general de caballería Manuel Fernández Silvestre y el comandante Villas, se unió la desidia del Estado Mayor, que abandonó a su suerte a todo un batallón tras empecinarse en mantener una posición que era una trampa mortal. Del 17 al 21 de julio de 1921 el comandante Julio Benítez y sus hombres protagonizaron una defensa numantina de un enclave indefendible, un lugar inhóspito de suelo calizo y sin vegetación.
Durante cinco días resistieron sin agua, sin víveres, sin municiones y, sobre todo, sin esperanza. Sólo amparados en un sentido del valor que obligaba a morir antes que rendirse, aunque la derrota estaba anunciada sin comenzar la batalla. Fueron carne de cañón. Abandonados a su destino, estaban muertos incluso antes de que siquiera de que tomaran la posición.
Durante cinco días resistieron sin agua, sin víveres, sin municiones y, sobre todo, sin esperanza.
El asalto a la posición por parte de las cabilas de Abd el-Krim, superiores en número y dotadas de mejor material militar -incluso contaban con artillería previamente arrebatada a las fuerzas españolas-, comenzó a intensificarse el 14 de julio, justo siete días después de establecer el campamento en Igueriben. Inicialmente, las escaramuzas fueron controladas, aunque también pronto empezaron a contabilizarse las primeras bajas a manos de las harcas enemigas.
Desde el Estado Mayor establecido en Annual, a seis kilómetros, se pedía paciencia mientras se anunciaban refuerzos inmediatos y la ayuda de la aviación. Pero las horas avanzaron sin respuesta, los días transcurrieron y ya el día 17 las tropas se quedaron sin agua.
Inicialmente los soldados se vieron obligados a machacar patatas para beber su jugo, luego pasaron a consumir colonia y tinta, y finalmente hasta sus propios orines endulzados con azúcar. El calor derretía a hombres y armas. Según los meteorólogos, aquel julio de 1921 fue el de más alta temperatura del siglo XX.
Los soldados se vieron obligados a machacar patatas para beber su jugo y hasta a ingerir sus propios orines endulzados con azúcar.
Había numerosos heridos, sin médico ni medicinas. Todo en medio del hedor insoportable de los cadáveres sin sepultar. La dimensión de la tragedia es inimaginable en la actualidad. Además, los belicosos moros estaban tan cerca que cada noche se escuchaban sus insultos, como también se podían oír sus ofertas para que los soldados desertaran. La respuesta era siempre la misma: "Los españoles mueren, pero no se rinden".
Para el 21 de julio la situación era insostenible. Sobre todo después de que esa mañana un intento desesperado de romper el cerco para ayudarles fracasó cuando una columna de 3.000 hombres quedó estancada entre barrancos y desfiladeros, muy cerca de la posición. La retirada resultó obligada. Allí se extinguió la última oportunidad para rescatar a los compañeros de Igueriben.
Las doce últimas balas
 Por la tarde, el comandante Benítez y sus uniformados eran conscientes de que su muerte se acercaba. Se repartieron las últimas veinte balas que quedaban para cada hombre, se inutilizaron las armas pesadas y se quemó todo el material restante para que no cayera en manos del enemigo. Únicamente se reservó también una pieza de artillería para disparar las doce últimas balas de cañón.
1. Campamento de Annual.
2. El comandante Julio Benítez
3. Planos de posición de Igueriben.
Benítez envió un mensaje al Estado Mayor por medio del heliógrafo de espejos. "Contad los doce disparos de artillería que nos quedan y luego abrid fuego sobra la posición, pues moros y españoles estaremos envueltos en la batalla". Aprovechó la oportunidad para lanzar una crítica a sus superiores. "¿Vais a dejar morir a estos hijos de España? Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros". "La tropa nada tiene que ver con los errores que haya cometido el mando", espetó.
Posteriormente, el comandante malagueño cumplió la orden dada por Martínez Silvestre y mandó la salida de sus hombres. "Hijos míos, vamos a abandonar este corralito que hemos defendido como héroes por la falta de víveres y municiones; llorad por vuestros hermanos que dejáis sin sepultura, ahora vamos a seguir defendiéndonos con las pocas municiones que nos quedan y terminadas éstas emplead la bayoneta; yo, hijos míos, os seguiré mandando como hasta aquí he hecho", fue la última arenga de Benítez.
"Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros"
Protegida por los oficiales, ofrecidos para el sacrifico, la tropa superviviente intentó abandonar la guarnición y encaminarse a Annual en una alocada carrera loma abajo encabezada por el teniente Luis Casado, designado para dirigir el intento suicida. La mayoría fueron masacrados a los pocos metros mientras descendían el barranco. Inicialmente, de Igueriben sólo lograron escapar Casado y una decena de soldados, aunque algunos de los afortunados murieron en Annual tras darse un atracón de agua, víctimas de la ansiedad, tras varios días de sed agobiante.
Silencio absoluto en Igueriben
Atrás dejaron a sus compañeros a merced de las harcas, que degollaron a todo soldado que todavía mantenía un halo de vida, incluidos los numerosos heridos. Pronto el silencio fue absoluto en Igueriben. La derrota se había consumado.
Casado no pudo llegar a Annual. Cayó prisionero, y pasó año y medio retenido en el campamento de Axdit. Regresó a Melilla el 17 de enero de 1923, dentro de un contingente de soldados españoles por los que el Gobierno pagó un rescate. "¡Qué cara es la carne de gallina!", llegó a decir Alfonso XIII en una frase para olvidar.
Algunos años después, tras el levantamiento de Franco en 1936, Casado fue fusilado en Melilla acusado de masón y comunista. En cualquier país sería considerado un héroe. España, como dijo Antonio Machado, olvida a sus hijos a gran velocidad.
La masacre del Igueriben fue el preludio del gran desastre de Annual, donde, según los historiadores, en su conjunto murieron 18.000 españoles, virtualmente un ejército completo. Demasiados muertos por un terreno baldío. El 'expediente Picasso', elaborado por un general homónimo del genial pintor malagueño, redujo el número a 13.000. Su informe fue redactado para las Cortes, pero no se llegó a leer por el golpe de Estado de Primo de Rivera.
La matanza de Igueriben quedó reflejada con gran exactitud en el libro que escribió el teniente Luis Casado, único oficial superviviente. También el periodista recientemente fallecido Rafael Martínez-Simancas noveló con gran acierto esta historia en su obra 'Doce balas de cañón'.





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