En Galicia todo cambia pero todo sigue
igual...
Nuevatribuna.es | Capitán Lagarta | 25 Julio 2014 -
12:16 h.
En
Galicia todo cambia pero todo sigue igual; los fielatos o casetas
de cobro de tasas que había en los años cuarenta para gravar las mercancías que
entraban en las ciudades,
hoy son casetas de cobro de peajes en la autopista AP-9. Sobre este asunto el
capitán ha recibido una curiosa carta con remite de Ferrol; para que el lector
no pierda detalle de la misma y pueda apreciar su original estilo directo, la
copia íntegra, dando fe de su veracidad. La carta comienza así: Señor capitán:
soy Mariano, obrero del metal. Esas fragatas de las que tanto farda la Armada
Española tienen algo de mí porque soy soldador, calderero y tubero de esos que
llaman “finos”; un oficial de primera que ahora, en mala fortuna, cobra sueldo
de aprendiz. Este año me salió la oportunidad de trabajar en Vigo, a 180
kilómetros de casa, y como llevaba un año en el paro y me estaban comiendo los
demonios, acepté. En fin, que llevo ya dos meses de acá para allá. No busqué
pensión en Vigo, voy y vuelvo todos los días pues tengo por costumbre dar un
beso a los niños aunque lleven horas durmiendo. El primer día de autopista, no
tengo un pelo de tonto, noté las puñaladas que me iban dando en los peajes,
así, como al disimulo, cuatro en el pecho: Ferrol-Vigo y cuatro en la espalda:
Vigo-Ferrol; ocho pinchazos que al final suman un sablazo de algo más 36 euros
al día. Si viajo 5 días a la semana tomando la AP-9, la sangría asciende a 180
euros; 700 al mes; 8.500 al año. Creo, señor capitán, que el hecho de que un
estado permita impasible, miserable y sumiso que la AP-9 atraque al obrero no
debe ser excusa para el obrero se deje atracar. Y si el obrero se deja, pues
ESTE OBRERO NO SE DEJA. Intentar doblarme a mí es como martillar en hierro
frío. La gente del metal estamos hecha de buena aleación, pero yo además soy
borrico, tan duro como los garbanzos viejos que cuando se los echan a los
puercos les hacen saltar las lágrimas. Hace un mes me levanté cruzado y decidí
ir y volver por carretera nacional. Hice el viaje Ferrol-Vigo sin pisar la
AP-9: tres horas de ida, 8 de trabajo y 4 de vuelta porque fui parando. Verá,
señor capitán, con los 36 euros que me hubiera soplado la AP-9 compré una
docena de ostras y una botella de albariño en Árcade, una tarta de almendra en
Santiago, dos manojos de grelos y un pastel de pasas en Órdenes y una empanada
de raxo en Pontedeume. Eso es lo que me regaló la AP-9 por no pisarla. Esa
noche, cuando llegué a casa, me dijo la señora: “mira cariño, hoy saliste
una hora antes, vuelves dos horas después y llegas a casa con todas esas
extrañas viandas; algo está pasando...confiesa Mariano”. “Estuve
ahorrando el peaje...” empecé a explicarle, pero no me creyó... Al día
siguiente volví más pronto porque con los 36 euros que me regaló la AP-9 por no
pisarla, hice una sola parada para comprar un jamón. Y como tampoco me creyó,
al día siguiente llevé otro jamón. Y otro. Y otro más. Total, señor capitán,
que llevo un mes con esta vaina y tengo en casa 23 jamones; dos de ellos ya en
hueso. La Carmen al fin me ha creído, pero me ha dicho: “no sabía que fueras
tan materialista”. Yo le he respondido: “pues lo seré, pero me he
atravesado y no volveré a pagar peajes. Mañana traigo otro jamón. Será
materialismo, sí, pero del dialéctico, porque la materia es el sustrato de la
realidad; sin hierro no hay nada que soldar, sin materia no hay nada. La
materia nos hace libres”. “¿Y qué vas a hacer con toda esa
materia?” me ha preguntado, señalando el techo de la cocina que está
corchado de jamones. “Mira cariño, le he dicho, el trabajo se está
acabando y he proyectado que en el bajo de mi madre, que está improductivo,
podemos montar una jamonería. Ya pensé en el nombre: jamonería El Peaje. Aparte
de los jamones AP-9, podemos servir otros platos cargados de simbolismo:
ensalada de brotes verdes que son de mentira y no cuestan nada, chorizos a la
parrilla...”. Y así, dice Carmen, que le fui hablando hasta que me quedé
dormido dejándola con la palabra en la boca. Eso sí que no me lo va a perdonar
nunca. Gracias por su atención señor capitán y perdone las molestias.
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