El ADN de un detenido
por robo conduce hasta uno de los dos hombres que abusaron de una estudiante
norteamericana en Madrid
Sede de la Audiencia Provincial de Madrid. / ULY MARTÍN |
La
norteamericana S. A. casi había olvidado el calvario que le tocó vivir el 24 de
abril de 2004 en Madrid. Y los meses de tramiento psicológico que necesitó tras
subirse en Barajas, sin querer mirar atrás, al avión que la condujo de vuelta a
su casa de Seattle (EE UU). Pero lo que nunca imaginó es que, once años
después, iba a recibir en casa una inesperada llamada de la policía española
alertándole de que había detenido a uno de sus agresores. Y todo fruto de una
casualidad.
Sus
recuerdos despertaron al recibir la llamada de los agentes. Ella tenía entonces
20 años y había elegido España, y concretamente un colegio mayor de Madrid,
para profundizar en sus estudios de español. No todo fue malo en Madrid. De sus
primeros meses en la capital (así lo contó luego por vídeoconferencia a los
funcionarios judiciales que llevaron su caso) conservaba momentos felices: el
ambiente estudiantil, el clima, la noche madrileña, la bonhomía de su gente,
pero aquel suceso la traumatizó y cogió el primer avión de vuelta a su país,
para huir de aquella pesadilla.
Los policías
que la recogieron en una gasolinera del extrarradio de Madrid la encontraron
con la ropa desgarrada. Irrumpió en llanto cuando trató de explicar en su
frágil castellano lo que le habían hecho no muy lejos de allí dos hombres, en
la parte trasera de un Volkswagen de color blanco. Dos jóvenes a los que
conoció en el centro de Madrid, por la zona de la plaza de Jacinto Benavente,
le ofrecieron llevarla a su residencia en un coche que tenían aparcado en las
inmediaciones.
Ella creía
que la conducían a su residencia, en el barrio de Arguelles. Pero, en lugar de
trasladarla allí, la llevaron a un descampado del barrio de Vicálvaro, al Este
de la capital con dirección a Valencia. Ella se subió en la parte trasera.
Cristóbal Cañas Moya, ahora detenido iba de copiloto. En el trayecto, le
ofreció alcohol, pero ella rehusó. Apenas había bebido esa noche. Eran las
cuatro de la madrugada. Su recelo empezó cuando vio que el coche se adentraba
en una autovía y dejaba atrás las luces de la ciudad. Todo estaba oscuro en el
descampado. Detuvieron el coche, se subieron en la parte trasera y la violaron.
De nada
sirvieron los llantos y forcejeos de la joven. Mientras uno la violaba, el otro
la sujetaba, y luego se cambiaron. Semidesnuda la dejaron al lado de un camino
y emprendieron la marcha. Pero pararon el coche y echaron marcha atrás hasta
llegar a la altura de ella. Uno se bajó y le exigió el bolso. Se negó y se
inició entre ambos un forcejeo. La víctima se quedó con el asa en la mano y el
violador con el bolso. Aceleraron el coche y se marcharon. Por la ventanilla
tiraron la ropa que le habían quitado. Le robaron una cámara de fotos marca Sony,
un teléfono móvil, tarjetas de crédito, una llaves y su documentación.
Asustada, se encaminó hacia unas luces que vio a lo lejos. En el camino halló
parte de su ropa. Tras media hora andando a oscuras por el descampado llegó a
la gasolinera Tozoide, situada en el kilómetro 3,600 de la carretera que enlaza
Vicálvaro con la localidad de Rivas del Jarama. Eran las 5.30 de la madrugada.
Los empleados de la gasolinera la atendieron y llamaron a la policía. Recuerdan
el estado calamitoso en que llegó la joven y cómo, llorando, y en un español
mezclado con inglés, les pidió ayuda. Los policías la condujeron a un hospital,
donde necesitó tranquilizantes, y fue entonces cuando se llevaron restos
biológicos (semen) de los agresores. Una vez atendida en el hospital, presentó
la denuncia. “S. A. sufrió una fisura anal como consecuencia de la penetración,
sinque conste si precisó o no tratamiento médico y de qué naturaleza o
duración, dado que volvió a sus país de origen justo después de estos hechos”,
destaca la sentencia de la Sección 30 de la Audiencia de Madrid (que preside
Pilar Oliván y de la que ha sido ponente el magistrado Ignacio José Fernández
Soto).
Fueron dos
los violadores, pero sólo ha sido condenado uno de ellos: Cristóbal Cañas, de
35 años y ya encarcelado. Acaba de ser condenado a 27 años años de cárcel: 14
por violación, otros 10 por colaborar (sujetándola) en la violación de su
compinche y tres más por el robo con violencia del bolso. La versión de Cañas
—que el tribunal desmonta en una sentencia que ocupa 29 folios— sostiene que
mantuvo una relación sexual con ella, pero que fue consentida. Según él, iba
solo por una calle cercana a la madrileña plaza de Jacinto Benavente, en el
corazón de Madrid, y la chica se le echó encima y, según dijo al tribunal, “me
comió los morros”. Añadió que después de eso ambos fueron a un lugar apartado
de esa misma zona y mantuvieron una relación sexual. Pero aseguró que nadie le
acompañaba y que no la llevó a Vicálvaro. El magistrado ponente refuta esta
versión: ¿Qué hacía la chica en un descampado del extrarradio, semidesnuda,
cuando, según Cañas Moya, mantuvo la relación con ella por la zona de la plaza
de Jacinto Benavente? Además, existen los testimonios de los empleados de la
gasolinera, que vieron cómo los sollozos de aquella chica interrumpían una y
otra vez su relato de lo que acaba de vivir.
La policía
descubrió que Cañas Moya era uno de los violadores de esta estudiante tras
detenerle por su implicción en un robo. Le pidió una muestra de ADN, a lo que
accedió voluntariamente, para incorporarla a su registro, como hace con muchos
detenidos por delitos graves. La cotejaron con las del registro y vieron que
era el violador de la joven estudiante. La tesis que esgrimió al final del
juicio su abogado, en la Audiencia de Madrid, es que la muestra de ADN había
sido obtenida ilícitamente porque, aunque consintiera el afectado, debió
practicarse en presencia de un abogado, lo que no sucedió. Y apeló a la jurisprudencia
del Tribunal Supremo. Pero para cuando expuso ese alegato, su cliente ya había
reconocido, primero ante el juzgado instructor y después durante el juicio, que
había mantenido una relación sexual con la estudiante norteamericana.
La víctima
no ha tenido abogado en el juicio. Testificó desde Seatte a través de
vídeoconferencia. El tribunal trasladó a la tarde parte del juicio para
ajustarse a la horario de EE UU y fue necesario un intérprete. La representó el
ministerio fiscal. La joven, hoy de 32 años, ha agradecido a los funcionarios
judiciales y policiales que llevaron su caso el esfuerzo hecho tantos años
después para que su agresión no quedase impune.
El otro
violador (puesto que la víctima portaba aquella noche semen de dos personas, en
la vagina y el ano) continúa impune. Cañas Moya no ha querido delatarle. Sigue
libre.
investigación@elpais.es
J. A. H.
El Tribunal
Supremo condenó a dos años y tres meses de prisión a un hombre de nacionalidad rumana
que abusó sexualmente de una estudiante italiana de 20 años que había perdido
la conciencia después de que (según la versión del fiscal) él mismo le echara
burundanga en una bebida. Fuentes de los juzgados de Madrid aseguran que están
registrando bastantes casos de mujeres jóvenes a las que se les acercan
extraños que dan conversación y, en un descuido, les echan burundanga para
luego violarlas.
Esta droga,
llamada escopolamina, tiene efectos casi inmediatos y muy dañinos. Al poco de
ser inhalada, o vertida en una bebida, la víctima se convierte en una especie
de marioneta de su agresor, hasta llegar a la semiinconsciencia, de lo que se
aprovechan los agresores sexuales. Oler un simple papel impregnado de
burundanga es suficiente para quedar a merced del agresor.
El condenado
por el caso de esta chica italiana, Cristian Manac, de 29 años, fue sorprendido
en la Gran Vía de Madrid por dos guardias civiles de paisano que vieron cómo
arrastraba por el suelo a una mujer y se metía con ella en un portal oscuro. Le
siguieron y lo descubrieron en el portal de una vivienda, a oscuras, abusando
de la joven.
Cuando
entraron al portal, había desnudado parcialmente a la chica, a la que sujetaba
contra una pared, y abusaba de ella. Al verse sorprendido, la soltó y ella cayó
desplomada al suelo. Sufrió un severo golpe en la cabeza. El reo, defendido por
Paula Sánchs, señaló a los agentes que la chica era su novia. Era mentira. Y
luego, sin que nadie le preguntara nada, soltó: “Yo no le he dado burundanga”.
El juez que investigó este
asunto dio por hecho que la chica había sido narcotizada. Sin embargo, el
tribunal sentenciador no ha podido determinar si fue esta u otra droga la que
hizo perder la conciencia a esta estudiante italiana tras tomar una copa con su
agresor en un bar de la Puerta del Sol. La joven tuvo que ser atendida en la
UCI de un hospital. Los peritos del Instituto Nacional de Toxicología no
descartaron que fuese burundanga, aunque no pudieron garantizarlo puesto que la
presencia de esa droga en el organismo desaparece cinco o seis horas después de
su ingesta, y a ella se le hizo el análisis 40 horas después de los hechos.
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