Sindicatos y partidos de izquierda tienen una idea de la importancia social
del salario mínimo pero no de la importancia económica.
nuevatribuna.es | Antonio Mora
Plaza | 30 Julio 2014 - 12:25 h.
Podría aventurar que, tanto los
sindicatos como los partidos de izquierda tienen una idea de la importancia social
del salario mínimo, pero que no la tienen de su importancia económica.
Tal es así que podría establecerse que es el cuarto problema más importante que
tiene España en lo estrictamente laboral. Jerarquizando los problemas, el
primero de ellos no sería el paro, sino las consecuencias del paro; el
segundo, el paro mismo, especialmente el de larga duración; el tercero, la
precariedad galopante de la contratación, y el cuarto sería el salario mínimo,
al menos en España, que lo es de 645,30 euros en 14 pagas desde la época de
Zapatero (que lo aumentó más que en cualquier época anterior: a cada uno lo
suyo) y que Rajoy ha congelado con absoluto desprecio a pesar de que ya era muy
bajo. Lo que diferencia a un programa de izquierdas de uno de derechas no está
en los problemas que aborda –todos abordan los mismos problemas salvo alguna
excepción- sino en la jerarquía con que se presentan y los presupuestos que
dedican.
Todos los grandes países de Europa
tienen salario mínimo, porque incluso Alemania, que no lo tenía, lo está
implementando. También los países pequeños europeos, salvo las notables
excepciones de algunos nórdicos y Austria. Incluso en USA hay un salario mínimo
federal (FSLA). El salario mínimo tiene las siguientes virtudes: 1) asegura un
mínimo a los trabajadores en contra de los empresarios buitres que en algunos
mercados laborales podrían pagar incluso por debajo de ese salario en función
de la oferta y demanda de trabajo, mercados a veces locales y con trabajadores
con poca o nula posibilidad de cambiar de empleo dada su formación y su
actividad anterior. En España está el caso del sector de la Construcción y el
pinchazo de la burbuja inmobiliaria. No es el único sector porque ha sucedió
algo parecido con la naval (situación retratada maravillosamente en la película
Los lunes al sol) y las reconversiones industriales de épocas pasadas Y
aún más atrás con las grandes migraciones interiores del campo a la ciudad. Por
ello y aun cuando el salario mínimo (752,85 euros de media mensual) sea
notablemente inferior al salario medio (en España en torno a 1.550 euros
mensuales según A.Tributaria), eso no significa que haya casos y sectores donde
el salario real medio esté muy por debajo de un mínimo para vivir dignamente.
En España hoy ser mileurista es casi un privilegio y eso es vivir hoy casi en
la pobreza; 2) un salario mínimo relativamente cercano a los salarios reales
medios expulsaría del mercado a los empresarios de chiringuito, a los que miran
sólo hacer negocio a corto plazo a costa de una explotación extrema y que hacen
la competencia a quienes piensan más en los ingresos fruto de la modernidad que
en reducir los costes a base de salarios de miseria. Aventuro que en la España
actual aún predomina el empresario de chiringuito sobre los otros. Un alto
salario mínimo ayudaría a crear empresarios que busquen la ganancia basada en
la profesionalidad de sus empleados y en la gestión eficaz del negocio. Estos
son aspectos que parecen intangibles económicos porque son de difícil medición,
pero que son decisivos para valorar, por ejemplo, la productividad general del
trabajo en un país dada una estructura económica; 3) pero quizá sea el tercer
elemento que juega un papel fundamental en la economía el menos considerado: el
del mantenimiento de la Demanda Agregada a través del Consumo. En un país como
España, con casi 6 millones de parados y la consiguiente caída del Consumo
derivada del aumento del paro desde 2007, un salario mínimo en torno a los 1000
euros hubiera mantenido el tono económico, incluso con la criminal austeridad
del gobierno de Rajoy, porque habría tirado de los salarios reales y, por ende,
del Consumo, evitando, además, la situación de deflación actual. Y el futuro es
incierto a pesar de una cierta mejoría estacional del turismo principalmente,
porque la exportaciones ya no están sosteniendo la demanda agregada, el salario
mínimo es muy mínimo y la tasa de ocupación no despega. Y más aún con la
creciente precarización del empleo, donde los contratos indefinidos ya no alcanzan
el 50% del empleo total (un 49,73% de indefinidos sobre el total en mayo 2014).
Y en esta situación de balanza de pagos comercial, con la inversión pública
reducida a mínimos, la privada a la expectativa pero sin despegar, si el
Consumo flojea volveríamos a una tercera recesión. Resumiendo, tendríamos tres
recesiones seguidas en menos de una década: 1) la derivada de la crisis que
comienza en el 2007, 2) la derivada de la austeridad que nace con Zapatero y
sus congelaciones de salarios a funcionarios y pensiones en mayo del 2010 y que
agrava extraordinariamente Rajoy con sus recortes en Sanidad y Educación de
10.000 millones en abril del 2012, con la subida del IVA en julio del mismo
año, con la reforma laboral de febrero/julio también del 2012, con la
limitación a un 0,25% de subida de las pensiones en diciembre del 2013 y de
nuevo con la congelación de los salarios de los funcionarios, 3) a causa de la
atonía del Consumo y las exportaciones derivada de una política económica y
social nefasta del gobierno de Rajoy, incidiendo en la austeridad en un país
donde el colchón de lo público sólo está en torno al 35% del PIB. Para
comprobar las dos primeras sólo hay que ver la evolución del PIB y de los
componentes de la demanda agregada desde el 2007 hasta el 2013.
Pero hay un cuarto papel o una
cuarta posibilidad que ni los sindicatos ni los partidos políticos han
vislumbrado de la bondad de un nuevo criterio sobre el salario mínimo. Siempre
se ha señalado la dualidad del trabajo referido al aspecto jurídico que atañe a
la duración del contrato. Contrato fijo o indefinido y contrato temporal o
precario, aunque no sean exactamente lo mismo los dos primeros entre sí y los
dos segundos también entre sí. Y se dice en la jerga económica que se trata de
“mercados duales”. Dejando aparte que el lenguaje juega un papel a favor de
consolidar unas prácticas como si se tratara de designios fatales, una especie
de fatum griego que avocara a esa dualidad, hay que decir que el error
fundamental de los sindicatos y la izquierda ha sido el de tratar de abordar la
solución de esta dualidad con medidas meramente jurídicas. La
experiencia ha demostrado en España y en todo el mundo que con el carro
de lo jurídico por delante de los bueyes de lo económico no se rompe esa
dualidad, dualidad que por cierto se sesga cada vez más hacia el contrato
precario, temporal o a tiempo parcial, como ya he señalado. Las anteojeras con
que se ha abordado este tema por la izquierda y los sindicatos demuestran
maneras inerciales de pensar y actuar porque estas organizaciones se
impermeabilizan a las críticas de sus prácticas desde la izquierda que podría
considerarse crítica o simplemente libre. Se rodean también de asesores a
sueldo y, por tanto, sin libertad de juicio real, aunque sin negar su buena voluntad
y su profesionalidad. En vista de la experiencia del pasado podríamos
establecer la siguiente ley económica en lo laboral: cualquier medida que prime
lo jurídico sobre lo económico para romper esa dualidad real en el mercado de
trabajo está llevada al fracaso (en general, cualquier medida meramente
jurídica). Y eso independientemente de la buena voluntad de las partes.
Por ello traigo una novedad, una
nueva manera de pensar para abordar este tema. En primer lugar decir que la
diferenciación entre contratos indefinidos y fijos por un lado y contratos
temporales o precarios por otro es meramente jurídica, no es operativa. Por
ello propongo una denominación económica clara: contratos con costes de
despido y contratos sin costes de despido. Sin más. Es importante porque
los empresarios han propuesto reiteradamente ¡un contrato indefinido con costes
de despido nulo! aprovechando el error de la división meramente jurídica del
mercado laboral dual. Es evidente que las cosas no cambian porque se las llame de
otra manera pero ayuda a pensar con claridad. El lenguaje es el vestido del
pensamiento y conviene ir bien vestido a la mesa de la negociación. Pero lo
importante viene ahora. Una diferenciación económica del salario mínimo
que ayudaría notablemente a superar parte de la dualidad entre contratos con
costes de despido y contratos sin costes de despido sería la de crear dos
salarios mínimos: uno para los que tienen costes de despido y otro para los que
no lo tienen, siendo más alto –y esto es fundamental- el salario mínimo de
los contratos sin coste de despido. Con ello los empresarios tendrían dos
alternativas reales y distintas: tener parte de la plantilla –o toda- con
costes de despido pero con salarios mensuales más bajos y otra parte –o
ninguna- sin costes de despido pero con salarios mensuales más altos. Con unos
salarios mínimos que se acercaran mucho a los salarios medios reales el salario
mínimo incidiría cada vez más en los primeros. La segunda virtud que tendría
esa diferenciación sería la de su gradualidad. Su variación apenas llenaría dos
líneas en el BOE. Supongamos que se estableciera el salario mínimo con costes
de despido en 1100 euros y el salario mínimo sin costes de despido en 1200
euros. Si se viera que la empresa o el sector –con su convenio bajo el brazo-
no cambia los contratos de los trabajadores sin costes de despido por
contratos con costes de despido, no habría que hacer más que aumentar la
brecha entre los salarios mínimos –y por ende de los reales- entre ambos
tipos de contrato. El tercer aspecto a contemplar sería la necesidad de que los
salarios mínimos se acercaran muy mucho a los salarios reales para establecer
una relación causa y efecto entre mínimos y reales. Ello podría ser fruto de la
negociación colectiva –cambiando la ley de Rajoy- porque no todos los sectores
pueden trabajar con los mismos salarios mínimos y los mismos salarios medios.
Por ello sería necesario que, además de unos salarios mínimos de nivel estatal
contemplados anteriormente, los convenios deberían contemplar a su vez unos
salarios mínimos más altos –o en su caso iguales- respecto a los fijados en el
BOE bajo estos criterios.
Está claro que este artículo es
una invitación a la reflexión acerca de un problema que está en un callejón sin
salida con los criterios usados hasta ahora. Y más claro aún que la derecha no
tiene ninguna prisa ni preocupación por resolverlo, pero para la izquierda y
los sindicatos es ineludible si no se quiere que se siga precarizando lenta
pero
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
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