Mas y Convergència intentaron arrebatar el liderazgo soberanista a
ERC y no lo consiguieron. Y ahora, con la confesión de Pujol, lo acaban de
perder definitivamente.
28/07/2014
- 20:31h
El 19 de mayo de 1960, la celebración del centenario
del poeta Joan Maragall se convirtió en un acto antifranquista. El régimen, en
un gesto que pretendía congraciarse con los barceloneses, autorizó el homenaje
en el Palau de la Música, con la prohibición expresa que se interpretara el Cant
de la senyera. El público desoyó el veto y entonó el himno del catalanismo
perseguido. Y un grupo de jóvenes del movimiento Cristians Catalans lanzó
octavillas contra la dictadura. Hubo veinte detenciones y dos penas de cárcel.
Uno de los condenados fue Jordi Pujol. A siete años, de los que cumpliría dos y
medio. Pasó a la historia como els Fets del Palau ('Los hechos del
Palau'). Allí empezó el mito de Jordi Pujol.
Después la historia es conocida. Al menos, la historia
oficial y visible. Jordi Pujol alimentó y acrecentó el mito. Y una parte
importante de los catalanes creyó en él y le entregó la hegemonía para gobernar
durante 23 años. A él y a su partido. Convergència Democràtica de Catalunya ha
sido, gracias a este mito originario, una extraordinaria máquina de poder. Pero
no sólo un poder político, sino un poder social e, incluso, moral. Que otorgaba
y retiraba legitimidades. Aquellos metafóricos 'carnés de buenos y malos
catalanes'.
El único que pudo plantar cara a este inmenso poder fue
Pasqual Maragall, el nieto de aquel poeta que fue la excusa de els Fets del
Palau. Sólo él logró los votos y las alianzas necesarias para la
alternancia en la Generalitat. Y él y su sucesor, José Montilla, siempre fueron
vistos como unos intrusos en una administración que el clan Pujol y todo su entorno
consideraban de derecho propio. De aquí que el acoso al tripartito empezara el
mismo día de su constitución.
Con Artur Mas en la presidencia volvió el estado
natural de las cosas en Catalunya. Convergència recuperaba, y acrecentaba
con el gobierno de Barcelona, su gran poder. Un poder que, para consolidarse y
perdurar, debía basarse ahora en la independencia, como antes en el catalanismo
y el nacionalismo. Jordi Pujol era el primero en bendecir este tránsito, como
un paso más de aquel camino iniciado hace 54 años en el Palau de la Música.
Pero existe para Convergència otra leyenda, esta vez
negra, que también ha nacido en el Palau de la Música: el expolio perpetrado
por Felix Millet y Jordi Montull y que, presuntamente, sirvió para financiar al
partido. Tanto es así, que su sede está embargada a la espera de las posibles
responsabilidades penales y civiles. Si así fuera, un símbolo de la cultura y
la nación catalana habría servido para canalizar el dinero de las comisiones de
la obra pública hacia un partido que, gracias a ello, jugaba con ventaja en las
contiendas electorales. Una leyenda negra que bien podría situar parte de estos
réditos de la obra pública en cuentas personales en Andorra o Suiza. Más allá
de posibles herencias.
Así, como en una obra de teatro, las dos almas de
Convergència podrían escenificarse en el Palau de la Música. Una en 1960; la
otra todavía espera juicio. Pero las dos almas existen y estaría bien que
Mariano Rajoy lo tuviera presente cuando se siente a hablar con Artur Mas. El presidente
del Gobierno encontrará a un President de la Generalitat muy debilitado
políticamente. Puede caer en la tentación de mantener su estrategia
inmovilista, a la espera de que el seísmo que acaba de provocar la corrupción
confesa de Pujol hunda el proceso soberanista. Pero no será así.
Mas y Convergència intentaron arrebatar el liderazgo
soberanista a ERC y no lo consiguieron. Y ahora, con la confesión de Pujol, lo
acaban de perder definitivamente. El reto ya no es el disputar la primera plaza
a los republicanos, sino la supervivencia. La refundación sin el mito original,
sin el relato, y con una pesada leyenda negra es una proeza que sólo el tiempo
dirá si es posible. El alma que pretendía la independencia como un simple
instrumento de poder ha quedado al descubierto. Pero aquella alma que se
expresó en el Palau de la Música en 1960 sigue viva en millones de ciudadanos
que sienten pertenecer a una nación y que ven en el sueño de independencia o en
un nuevo pacto con España una oportunidad de regeneración democrática. Una
oportunidad para no entonar el Adéu España del poeta Maragall. Rajoy
haría bien en tenerlo en cuenta.
Fuente: www.eldiario.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario