José Marfil, de 93 años, combatió en la Guerra Civil, en la II
Guerra Mundial y conoció los campos de concentración del sur de Francia,
primero, y de Mauthausen, tiempo después. Su padre, de idéntico nombre, fue el
primer español fallecido en el campo de concentración nazi
Alejandro Madrid Torrus 05/11/2014 00:00 Last: 05/11/2014 00:09
Él ya no cree en dios. Dejó de creer en esta posibilidad
durante la Guerra Civil española. Ahí conoció por primera vez la crueldad que
acompaña de manera intrínseca al ser humano. No fue esta la única vez. José
Marfil (Rincón de la Victoria, 1921) conoció con apenas 20 años una Guerra
Civil, el exilio forzoso, los campos de concentración franceses, la II Guerra
Mundial y varios campos de concentración de la Alemania nazi. Sin embargo, ninguna
de estas experiencias se puede comparar en crueldad a lo que vivió y conoció en
el campo de Mauthausen y de Gusen (Austria). "Allí ya no eramos
hombres. Eramos gente a eliminar", asegura.
Con este curriculum y con 93 años, José Marfil, viudo desde hace
unos años, afirma esperar tranquilamente la llamada de la muerte. Él está en
paz y aunque ya no crea en dios sí que tiene una conversación pendiente con él.
Afirma que si algún día el apóstol San Pedro le abre las puertas del cielo, él
pedirá una audiencia privada con el dios todopoderoso. "Lleva 2.000
años prometiendo un mundo bueno y no ha hecho nada. Quiero decirle que
lo haga, que cumpla con sus promesas porque esto que tenemos ahora ni es mundo
ni es nada", señala José Marfil en una entrevista concedida a Público.
Marfil ha acudido a España, quizá por última vez, para ver
la obra de teatro El triángulo azul, que se representa hasta el 25 de mayo en
el Teatro Valle Inclán de Madrid. La obra narra cómo los españoles de este
campo de concentración fueron capaces de esconder las fotografías que más tarde
sirvieron para mostrar al mundo el horror de la barbarie nazi. Mención especial
en esta obra tiene su padre, de idéntico nombre, que ha pasado a la historia
como el primer español que falleció en los campos de la muerte nazis y
a cuya memoria se dedicó un minuto de silencio en el mismo campo de Mauthausen.
"Mi padre era inspector de Aduanas y seguía al Gobierno
de la República. Sé que hizo todo lo posible para tener un gobierno republicano
en España y cumplió con su deber hasta el final", asegura Marfil, que
señala que en el campo le contaron que su padre "impuso disciplina"
recordando a los españoles que "no eran presos comunes" sino
"soldados de la República".
Marfil lamenta que a él, el fascismo, le robó la época más
bonita de su vida. La época en la que más tenía que haber reído y donde debía
descubrir, entre otras cosas, la sexualidad. Recuerda entre risas cómo con 20
años se le acercó una joven y él no sabía qué tenía que hacer. "Estaba
parado como un palo", ríe. La suya fue, sin duda, la generación peor
parada de todo el siglo XX. José fue movilizado por el Gobierno de la República
entre 1938 y 1939 en la llamada Quinta del Biberón. "La guerra ya
estaba perdida cuando me llamaron", asegura. Después se exilió a
Francia y acabó en el campo de internamiento de Argelès-sur-Mer.
Poco después, con la Alemania nazi amenazando al gobierno
republicano de Francia, Marfil se enroló en las filas del ejército francés en la
Novena Compañía que se formó para ser incorporada al 22 Regimiento de
Ingenieros. Fue en este regimiento donde se reencontró con su padre, que había
caído en otro campo francés. Juntos volverían a luchar contra el fascismo. Esta
vez en Bélgica, pero para su desgracia, padre e hijo volvieron a perder.
Capturados por el ejército nazi, Marfil recorrió varios campos de concentración
de prisioneros de guerra para después ser enviado a Mauthausen con el
resto de españoles.
"En Mauthausen todo era diferente. Allie IBA es a morir"
Su padre, por contra, fue enviado a este campo nada más ser
capturado ya que no tenía fuerzas ni para andar. Cuando José Marfil, hijo,
llegó al campo su padre ya había fallecido. "Cuando nuestro regimiento
cayó me mandaron a un campo de prisioneros de guerra. Allí no sufrí tanto.
Trabajé como carpintero y salía del campo para trabajar. La comida no era
abundante pero estaba bien. En Mauthausen todo era diferente. Allí se iba a
morir. Nos dijeron que íbamos a morir todos. Cuando yo llegué, mi padre
ya estaba muerto", recuerda.
En su honor, los españoles del campo guardaron un minuto de
silencio. José Marfil hijo llegaría meses más tarde a Mauthausen y escucharía
"con orgullo" las historias que el resto de presos le contaban de su
padre. Eran las navidades de 1940 y le tocó pasar la cuarentena en el bloque
17, donde los colchones y las mantas estaban llenas de piojos. Ahí José se
contagió de sarna y en un control de las SS fue clasificado como sarnoso y el
oficial de turno de la SS pidió que lo eliminaran.
El alemán que le salvó la vida
Por suerte para José, el jefe del bloque 17 se apiadó de él
e intervino para señalar que el preso en cuestión "aún era muy joven"
y podía "trabajar bien". Finalmente, el secretario no apuntó su
nombre en la lista de presos que debían ser enviados a las duchas. Aquel alemán
del que nunca más ha vuelto a saber nada le salvó la vida. "Yo no hablaba
nada alemán pero lo miraba y seguramente él pudo comprender que yo le
estaba diciendo 'gracias, gracias, gracias'", recuerda este hombre,
que recuerda que aquel jefe de bloque le servía una doble ración de comida dos
veces por semana. "Eran cucharadas extra del fondo de la cazuela. El resto
de la comida era como agua, pero aquellas cucharadas del final estaban más densas. Era
como gasolina en mi cuerpo", recuerda hoy.
"Estábamos en apátridas. Patria en el tenis, nadie quería que nosotros"
Ese mismo jefe de bloque fue el que terminaría destinando a
José al comando especializado de carpintería, su verdadera profesión fuera de
los campos de concentración. Primero fue asistente, después le nombraron
titular. Así, día tras día, semana tras semana, la Alemania nazi perdió la
guerra y los campos de concentración fueron quedando vacíos. Allí, sin embargo,
quedaban los españoles. Los que nadie reclamaban. Los que no tenían un país al
que volver. "Eramos apátridas. No teníamos patria, nadie nos quería. Franco
no quiso recuperarnos y nosotros eramos gente a liquidar. Finalmente, han
reconocido que fuimos soldados que lucharon en el ejército francés y me han
hecho la carta de combatiente", señala José.
Alerta fascista
Desde que terminó la II Guerra Mundial, José ha vivido en
Perpignan como carpintero. A pesar de toda una vida en Francia, este hombre no
se siente francés "pero tampoco español". "No me
siento de ninguna parte", asegura José, que cierra su discurso advirtiendo
del avance de la ideología fascista en Francia, en particular, y en Europa, en
general.
"Hay que tener cuidado porque hay criminales que están
formando grandes partidos"
"Siento que el devenir es peligroso para la juventud.
Hay que tener cuidado porque hay criminales que están formando grandes
partidos. Tenemos que ser conscientes de lo que son capaces de hacer. Se
comienza eliminando al molesto y se termina con seis millones de muertos. Es
una evolución. Está gente de la que hablo puede estar ahora en el Gobierno. Lo
temo. Nadie dice nada. Nadie recuerda nada, pero yo estuve allí y sé lo que fue
aquello", advierte Marfil, que cierra su discurso asegurando que los
criminales "siempre se esconden" como en la II Guerra Mundial:
"El papa también se escondió cuando Alemania perdió la guerra. Parecía que
nadie sabía nada de lo que ocurría en los campos de concentración".
Fuente: www.publico.es
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