El asesinato
de Isabel Carrasco, conocida popularmente como “la política de los treces
sueldos”, a manos presuntamente de militantes del Partido Popular, ha encendido
y sobresaltado la vida social y, a nivel particular, me ha inducido a unas
reflexiones, algunas de las cuales me agradaría compartir.
En primer
lugar destacaría que todos, absolutamente todos sin distinción de ideología,
debemos condenar el asesinato. Pero, en lo que a mí respecta, no puedo olvidar
que a esas mismas horas más de doscientos desdichados se ahogaban frente a las
costas de Lampedusa en una nueva tragedia derivada de un orden socioeconómico
que porta en sus entrañas el dolor, la muerte y la desigualdad.
Muertos de
primera y muertos de segunda
Lamentablemente,
la noticia ha pasado casi desapercibida lo que constata, desgraciadamente, la
cruel división entre muertos de primera y muertos de segunda en función del
inicuo “tanto tienes tanto vales”.
Por no
hablar de quienes deciden acabar con su vida a causa de estafas bancarias,
condiciones indignas de trabajo o similares asesinatos, porque moralmente son
asesinatos, perpetrados no mediante balas sino a través del sepulcro blanqueado
de leyes que solo buscan favorecer a los poderosos en detrimento de los más
desfavorecidos. Considero esta forma de matar mucho más indigna que el crimen,
también indigno y sin justificación, de Isabel Carrasco.
En este
sentido, los partidos han decidido suspender sus actos de campaña. La medida me
parece adecuada. Pero me permito echar en falta la misma resolución cuando
alguien se suicida antes de su desahucio, por ejemplo. Reflexionemos sobre este
punto. Por cierto, en su comunicado el PP alude, curiosamente, al “fallecimiento”
de Isabel Carrasco. A esas horas ya se conocía la identidad y militancia de las
presuntas asesinas…
La caverna,
como siempre
Quizá una de
las aristas más pestilentes en toda esta tragedia haya venido de la boca sucia
de la caverna, como siempre…
Así, en las
redes se ha desenmascarado a quienes, antes de conocerse la presunta autoría
por militantes del PP, ya lanzaban sus anatemas contra los escraches
asociándolos de modo ruin y cobarde al horrible asesinato de Isabel Carrasco.
Cuesta trabajo encontrar un ejercicio mayor de maldad y manipulación. Pero no
sorprende. Desgraciadamente no sorprende.
Por otra
parte, cierta prensa ya jadeaba en su frenesí por acusar a la “extrema
izquierda”. Carecían de pruebas y, además, vemos que era mentira. Pero han
dejado bien claras sus intenciones.
En este
sentido, debemos agradecer a un valiente policía jubilado la detención de las
presuntas asesinas, pues de lo contrario tal vez se habría desatado una feroz
caza de brujas contra grupos y personas vinculados a la llamada “izquierda
radical” bajo el pretexto de descubrir al autor del crimen. La excusa habría
servido para incautarse de ordenadores, documentos y toda la información
posible sobre estos movimientos, a mi juicio sin otro objeto que mantenerlos
bajo control para silenciar cualquier protesta no domesticada. Lo normal en
cualquier dictadura, y España no iba a ser una excepción.
¿Un pretexto
para controlar las redes y amedrentar internautas?
El poder
político controla la casi totalidad de los medios, pero no las redes. En
mi opinión, tanto la llamada “operación araña” como las medidas que se
barruntan persiguen controlar las redes sociales o, en su defecto,
amedrentar a los usuarios. Nada nuevo, ya Orwell en su novela 1984 hablaba del
“crimental”, es decir, introducir en los ciudadanos el miedo a estar cometiendo
delitos.
Y, desde
luego, en las redes se profieren comentarios inflamados de mal gusto y odio.
Pero si las llamadas autoridades de verdad quieren perseguir comentarios
podridos de odio, xenofobia, racismo, maldad y “apología del delito” no duden
en visitar las webs de extrema derecha o foros policiales. No parece, sin
embargo, que la persecución vaya por esos derroteros. Curioso muy curioso, y altamente significativo.
También, al
socaire de este hecho, tan luctuoso como condenable, se ha hablado de “limpiar
las redes de indeseables”, “apología del delito”, etc. Y me parece muy bien
pero, insisto, hurguen en foros policiales y de extrema derecha porque, en
lenguaje castizo, ahí “se van a poner las botas”. Por no aludir a los
“simpaticos” muchachotes de nuevas generaciones del PP, que exhiben orgullosos
la bandera con el aguilucho, simbología del régimen más genocida y sanguinario
que ha azotado España. Mucho me temo que las intenciones se dirigen contra
otros objetivos.
Se ha
aludido a la “apología del delito”, que está muy mal, no digo que no, pero que
“solo será delictiva como forma de provocación y si por su naturaleza y
circunstancias constituye una incitación directa a cometer un delito” (artículo
18. 1, párrafo 2 del vigente Código penal). Y no digo que la apología del
delito sea algo bonito, claro que no, pero prohibir todo lo grotesco, obsceno y
feo, convertiría este país en una suerte de macroprisión. Si es eso lo que
pretenden, convendría que lo manifestaran pronto, alto y claro.
Es cierto,
para qué negarlo, que en las redes pulula mucho indeseable, esos trolls que
amparados en el anonimato insultan y amenazan, pero esos delitos (a veces meras
faltas) son perseguibles solo a instancia de parte. Por favor, permitan que
seamos nosotros quienes decidamos si denunciamos o no a quien nos insulta o
amenaza. No “desembarquen” en las redes para “protegernos”. Algunos preferimos
perdonar a quien nos insulta, algo, además, muy cristiano. Y de cualquier modo,
es una decisión particular, jamás de un gobierno.
Particularmente,
me han insultado mucho por mis artículos y nunca he perdido mi tiempo
denunciando. Y no digo que perseguir indeseables esté mal, pero ¿dónde están
los límites? Porque, por poner un ejemplo, todos los domingos, cualquier
árbitro de fútbol podría, con exactamente el mismo derecho, solicitar la
identificación y castigo de quien le insulta. En este
sentido, y si me perdonan la petulancia, les adjunto un artículo que en clave
de humor tuve el placer de escribir sobre este tema, reduciendo al absurdo el
ansia persecutoria de este gobierno.
Reflexionando
sobre lo anterior, solo puede deducir que la actual derecha quiere meter las
narices en las redes so pretexto de insultos y amenazas (que no parece
perseguir en webs policiales, Nuevas generaciones del PP, ni de extrema
derecha). La excusa les permitiría legislar para ultimar su fin auténtico:
controlar al disidente y amedrentar a quien protesta fuera del redil
domesticado, estrangular la protesta que altere los grandes y depravados
intereses de unos pocos. En suma, degenarar la libertad hasta convertir España
en un gigantesto Gran Hermano. El De George Orwell, obviamente, no el de la
televisión (aunque no tengo muy claro cual sería peor).
La
desesperación es muy mala consejera
Dejo para el
final la reflexión más dura pero, lamentablemente, la que ha ocupado gran parte
de comentarios en medios y redes: la legitimidad o ilegitimidad de tomar la
justicia por la mano.
Por mi parte
considero que lo ideal es actuar pacíficamente y condeno la violencia venga de
quien venga y vista como vista el que la ejerza. Tras todo acto de violencia se
encierra un fracaso. De índole diversa, pero fracaso a fin de cuentas.
En este
sentido, en las redes se aludía a quienes habiéndolo perdido todo arremeten
contra su verdugo, ya sea político, banquero, empresario, etc. Algunos pueden
escandalizarse pero, desgraciadamente, lo anterior forma parte de la naturaleza
humana y tomar la justicia por la mano no pocas veces nace de una desesperación
inducida por terceros.
Conviene
recordar que el hombre se formó tras un prolongado proceso de evolución (con permiso
de Adán, Eva, la virgen del Rocío, santa Teresa, ángeles, querubines y todo el
censo celestial) y que el cerebro se conformó en varias fases. Una de ellas, la
parte llamada por los científicos “reptiliana”, conduce los actos que
consideramos execrables. Literalmente, parte de nuestro cerebro, nos guste o
no, es similar al de los reptiles. Y cuando el ser humano se ve acorralado, sin
salida, desesperado, tiende a actuar conforme a esa parte cerebral, como los
animales.
Es cierto
que la represión ejerce un influjo poderosamente disuasorio. Incluso en
personas que han sido injustamente tratados y que rumian su indignación
abismados en la soledad y las lágrimas. Pero resulta irresponsable pensar que
todos actuarán así. Ver morir a tu ser más querido por falta de asistencia
médica, a tus hijos marearse de hambre, a tu cónyuge suicidarse… Arrastrar a
millones de personas al dolor, la pobreza y la sed de justicia, en suma, a la
desesperación, no parece una actitud responsable. Sobre todo cuando se perpetra
para favorecer a golfos y delincuentes de cuello blanco.
Los aplausos
y jaleos leídos en redes y escuchados en bares y plazas (¿también se perseguirá
a quien se le caliente la boca en el bar?) al albur del asesinato de Isabel
Carrasco, evidencian el sentimiento insano, pero humano, de venganza y,
desgraciadamente, de sed de sangre. El actual orden socioeconómico está
generando legiones de desesperados que todo lo han perdido. Y a quien todo lo
ha perdido hasta la cárcel se le representa como una alternativa deseable.
Miles de
internautas parecían desear que el asesinato de Isabel Carrasco fuera el
primero de una larga serie de venganzas. Espeluznante. He compartido con todos
ustedes los motivos (que no la justificación) de lo anterior. A otros les
corresponde aportar la solución. Pero en mi modesta opinión aquella
camina en sentido contrario al pretendido por las llamadas autoridades. D.E.P
la víctima y mis condolencias a sus familiares y seres queridos.
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