La autobiografía que voy a comentar no es la de un personaje
famoso, ni la de un aspirante a premio literario, sino la de un militante
obrero...
nuevatribuna.es | Por Juan
Moreno | 10 Mayo 2014 - 18:55 h.
Yo
comparto, naturalmente, los numerosos y merecidos elogios a la obra de
García Márquez publicados recientemente con motivo de su fallecimiento.
Sin embargo, no estoy seguro
de que Vivir para contarla, sus memorias tardías e incompletas se
encuentre entre sus mejores trabajos. Ese es un género difícil sobre todo
cuando el biografiado es alguien importante.
La
autobiografía que voy a comentar no es la de un personaje famoso, ni la de un
aspirante a premio literario, sino la de un militante obrero, que nunca vivió
ni luchó para contarlo, pero que ahora, ya anciano, ha decidido escribir su
vida, y lo ha hecho como siempre hizo todo, a puro pulmón, imprimiendo el libro
a su costa (no figura editorial alguna) y vendiéndolo personalmente.
El
pasado jueves día 10 de mayo en la Puerta del Sol, me encontré con Feliciano
Maroto, compañero del Metal a quien no veía desde hacía mucho tiempo. Me enseñó
y vendió por 12 euros su libro: “solo me llevo 3 euros por ejemplar”, me dijo.
Maroto
en De niño a adulto, por la libertad, empieza pidiendo perdón “por
mis escasos conocimientos a la hora de escribir, ya que nunca tuve la posibilidad
de ir al colegio”. Esta manera sincera de reconocer sus limitaciones culturales
lejos de desanimar a leer el libro, ayuda a comprender algunas de las
imprecisiones, que se encuentran en sus páginas, pero que son irrelevantes.
Creo que las personas que le han ayudado a escribirlo, y que menciona en los
agradecimientos, han hecho que resulte un libro ameno, en el que sin embargo se
reconoce la personalidad del autor y algunas de sus peculiares expresiones como
cuando habla de su “autoexclusión“ del PCE por Gerardo Iglesias, que me
recuerda a lo de “camarada, te tengo que hacer una autocrítica”.
En
la segunda parte de su libro, Maroto se explaya en su actividad como militante
del PCE y de CCOO en los años sesenta y siguientes. Tal vez porque conozco esa
etapa de la construcción de Comisiones en el Metal y en la zona sur de Madrid y
el papel destacado que jugó Maroto me han atrapado mucho más sus páginas de
niño y de juventud.
Me
parece que sin tener las dotes literarias de Arturo Barea, pueden encontrarse,
en las primeras páginas del relato de Maroto, bastantes similitudes con la
primera parte de La forja de un rebelde, aunque se trate de dos tipos
muy diferentes de rebeldes. Entre otras cosas, no se diferencian demasiado
ambas madres, la “casi viuda” de Feliciano (se daba por hecho que el marido iba
a ser fusilado de un día para el otro, aunque al final se salvó) sin tener cómo
sacar adelante a sus hijos en un pueblo hostil, y la abnegada lavandera del
Manzanares de Barea. Ambos, sin sensiblerías, reconocen en sus sacrificadas
madres, el apoyo más firme de una niñez triste, dura en el caso de Barea y aún
más en el de Feliciano.
Es
tan estremecedora la descripción del ambiente fascista y caciquil en Quero de
Toledo, al terminar la guerra civil que Maroto, aún hoy, no lo reconoce como su
pueblo, sino “el pueblo donde nací”. A los niños de los derrotados no se les
dejaba ir al colegio y en el Auxilo Social para darles comida le hacían primero
ponerse de rodillas (ante el crucifijo y las fotos de Franco y José Antonio)
mientras los demás comían. Tampoco se permitía a esas familias ir a recoger
espigas caídas ni leña para calentarse en invierno: “no tenéis tierras, así que
no tenéis derecho a ir al campo”. Eso se lo decía una beata al salir de misa
añadiendo, “¿pero a tu padre no lo han matado todavía?”.
Cuando
iban a ver a la cárcel a su padre, el que les dejaba pasar antes decía: “A las
siguientes personas que voy a nombrar si les han traído comida pueden dejarla,
pero ropa no, ya que no la van a necesitar más”. Aquí, la tragedia comunicada
con tanta brutalidad nos recuerda otros testimonios igual de crudos como los de
Marcos Ana en Decidme como es un árbol.
El
joven Maroto se niega a aceptar los salarios de miseria de los caciques y en la
mili da un temerario paso al frente cuando el capellán pregunta quiénes no
creen en Dios. Ya en Madrid inicia la lucha obrera en muchas empresas sin
ahorro de despidos y de palizas de la guardia civil y de la Social. Es posible
que, junto a Tranquilino Sánchez, sea Maroto uno de los militantes más
bestialmente tratado en los cuarteles y en la DGS. Seguramente porque a los
torturadores les molestaba que les dijera la verdad a la cara.
Maroto,
ya en democracia, también nos gritó alguna vez a los dirigentes de la
Provincial del Metal, pero nunca pecó con nosotros de agresivo, solo que le
gustaba decir al pan, pan, y al vino, vino.
Maroto
se justifica diciendo que ha escrito este libro para que se entienda la
influencia que tuvieron “algunos hombres y mujeres de mi generación en la
conquista de la libertad y la democracia de este país”. Por mi parte, he
escrito este artículo porque me ha impresionado el libro, que he leído de un
tirón, y también porque creo que merece el premio gordo al que aspira cualquier
autor, que no es otro que el de que su libro se lea.
No puedo indicar ninguna librería donde se pueda comprar
pero el que lo quiera no tiene más que pasarse por la concentración semanal por
la memoria histórica, cualquier jueves a las 8 de la tarde en Sol, y preguntar
por Maroto.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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