Sin lugar a dudas, el precedente más interesante de la Europa unida
por su audacia fue el de Aristide Briand, ministro de asuntos exteriores
francés.
nuevatribuna.es | 20 Mayo 2014 - 11:50 h.
La Sociedad de
Naciones
Antes de
que se pusieran en marcha los procesos políticos y económicos que llevaron a la
creación del Mercado Común, luego C.E.E. y más tarde Unión Europea, se
plantearon ideas y proyectos que buscaron la unidad europea con el fin de
terminar con las tensiones y conflictos entre los países, y se crearon algunas
instituciones supranacionales con propósitos similares. En este artículo
estudiamos esos precedentes desde el siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial.
En el siglo
XIX, tan destacado por el triunfo del nacionalismo, ya comenzaron a fraguarse
algunas ideas sobre la necesidad de que los estados europeos debían unirse para
evitar conflictos. El gran nacionalista liberal italiano Mazzini no sólo buscó
con ahínco la unidad italiana sino que demostró, a la vez, una fe europeísta
poco igualada en su época. En el propio manifiesto de su Joven Italia habló de
la federación europea. Esto ocurría en la década de los años treinta. A
mediados de siglo, Víctor Hugo militó en la causa europea, expresando que
llegaría un momento en que las balas de cañón y las bombas serían reemplazadas
por el sufragio universal de los pueblos para la formación de una cámara
legislativa, un senado soberano, parlamento de Europa. Al combatir el
nacionalismo, Proudhon propugnó la creación de sociedades que debían establecer
alianzas entre sí hasta formar una Europa federada. Comte defendió la creación
de una República Occidental que incluyese a Francia, Alemania, Gran Bretaña,
Italia y España, y como asociadas las naciones escandinavas, Holanda, Bélgica,
Portugal y Grecia. Por fin, sin lugar a dudas, el internacionalismo socialista,
sin buscar explícitamente la unión europea, contribuyó con su crítica al
nacionalismo y al belicismo a que cundiera la idea de la cooperación entre los
pueblos.
La primera
institución internacional con sede en Europa fue el Tribunal de la Haya o Corte
Permanente de Arbitraje. En el año 1898, el zar Nicolás II convocó a todas las
naciones para celebrar una conferencia de paz. Al año siguiente se produjo
dicha reunión de la que salió la creación de un tribunal de arbitraje para
resolver los conflictos que afectasen a estados pero también a otras partes,
entidades e individuos. El principal problema de la corte era que no contaba
con medios para hacer cumplir sus resoluciones, especialmente cuando los
contenciosos afectaban a grandes potencias. Aun así fue un organismo muy
importante, el primero de rango supranacional que se creó y sigue existiendo.
El
siguiente paso en el ámbito institucional se dio después de la Primera Guerra
Mundial en el período de distensión internacional de los años veinte, después
de las tensiones postbélicas. En el año 1926 se fundó la Unión Económica y
Aduanera europea. Aunque es evidente que se creó con este fin económico
concreto, también es cierto que flotaba en la Unión un espíritu que intentaba
ir más allá. Uno de sus fundadores, Gastón Riu, escribió un libro titulado
Europa, mi patria, donde explicaba que la nueva organización intentó fomentar
la idea de Europa mediante la elaboración de estudios económicos.
En el plano
de las ideas y proyectos, en este período de entreguerras, destacaron el
movimiento paneuropeo del austriaco Coudenhove-Kalergi, y el proyecto de unión
europea del francés Aristide Briand.
El conde
Coudenhove-Kalergi publicó en 1923 un manifiesto titulado Pan-Europa, por el
que se fundaba la Unión Internacional Paneuropea, de inspiración cristiana. Al
terminar la Gran Guerra, este político austriaco defendió la tesis de que si
Europa no superaba su división y se unía sería inevitable una nueva
conflagración.
Sin lugar a
dudas, el precedente más interesante de la Europa unida por su audacia fue el
de Aristide Briand. El ministro de asuntos exteriores francés pronunció un
discurso en la Sociedad de Naciones en 1929 en el que defendió una federación
europea basada en varios principios: solidaridad, prosperidad económica y
cooperación política y social. La propuesta tuvo mucho impacto mediático y fue
muy bien recibida aunque concitó la oposición de las fuerzas políticas más
nacionalistas y las comunistas. La Sociedad de Naciones encargó al político
francés la elaboración de un memorando de proyecto. Briand lo presentó en 1930.
El proceso de unidad comenzaría con una serie de acuerdos para crear un mercado
común europeo, aunque no planteó un procedimiento específico para alcanzar este
objetivo, dejando muy claro que no pretendía atacar a las respectivas
soberanías nacionales. Briand buscaba que la paz se consolidase en Europa y se
superasen las tensiones del pasado. La respuesta al proyecto de Briand fue
favorable en su gran mayoría, con la excepción británica. Pero no había mucho
entusiasmo detrás de la respuesta positiva. Briand solamente consiguió que se
creara una Comisión de Estudios para la Unión Europea, pero que dejó de
reunirse en 1932 cuando Briand falleció. La nueva década sería de tensiones
constantes hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. A pesar del
fracaso, Briand ha quedado en la historia como uno de los pioneros más
destacados de la unidad europea y su influencia puede detectarse en los padres
fundadores de la Europa unida.
Por fin, en
plena Segunda Guerra Mundial y en prisión, la figura de Altiero Spinelli brilla
por su dedicación a la causa europeísta. Spinelli y un grupo de compañeros de
prisión escribieron en 1941 el Manifiesto de Ventotene, que lleva el
nombre de la cárcel italiana, en el golfo de Gaeta, donde estaban confinados
por su militancia antifascista. Este Manifiesto abogaba por la creación de una
federación de Estados, como un medio para evitar las consecuencias a las que
había llevado el imperialismo y como medio para mantener la paz. Nacía así un
potente movimiento federalista que influyó en el proceso de creación de Europa
y que sigue empeñado en que la Unión Europea camine por la senda de la
federación.
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