Mayo 24, 2014
«Las imágenes de pobreza de Europa no nos llegan a
África»
Tenía apenas 22 años
cuando decidió cambiar el rumbo de su vida y dejar Senegal para embarcarse en
un cayuco como los muchos que llegan diariamente a las costas canarias. «No fue
una decisión fácil», admite Mamadou Dia. En su pueblo natal, Gandiol, los
jóvenes universitarios como él cumplen fácilmente los 40 años sin haber
conseguido aún su primer empleo y se ven obligados a vivir de sus padres.
«Yo quería salir para
tener una vida mejor, ayudar a mi familia y ver algún día a mi madre descansar.
Ella era quien iba a vender pescado todo el día bajo el sol para darnos de
comer y pagar mis estudios. Tenía que ir a Europa. En la embajada francesa me
denegaron el visado dos veces sin ninguna explicación, mientras cada vez más
amigos intentaban llegar a España. Poco a poco me fui haciendo a la idea de
viajar como ellos. No fue fácil tomar la decisión de enfrentarme al mar. Sabía
que el destino más cercano era la muerte», confiesa Mamadou en un perfecto
castellano.
El 11 de mayo de 2006
dio el paso decisivo. No tenía los 3.000 euros que cuesta una plaza en un
cayuco, pero gracias a que consiguió reclutar a otros pasajeros para la misma
travesía, los patrones le permitieron viajar gratis. Así subía a bordo de una
embarcación de 12 metros de largo en la que, sin espacio, se apretaban 84
personas. Mamadou había hecho sus cálculos. Sabía perfectamente a qué se
enfrentaba.
Según explica, «era
consciente desde el principio que sería duro. De Dakar a Tenerife había más de
1.700 kilómetros. Navegando con un motor de 40 caballos, tardaríamos por lo
menos seis días en llegar. No tendríamos nada que comer ni beber y si ocurría
alguna emergencia, no habría ninguna ayuda a nuestro alcance, pero era un viaje
que teníamos que hacer por nuestra familia. Era eso lo que alimentaba nuestros
corazones».
Sin embargo, la
travesía superó todas sus expectativas. Duró 8 largos días, en medio de los
cuales uno de sus compañeros se arrojó al agua. Sin combustible y con las
fuerzas al límite, sus esperanzas se agotaban cuando un buque de salvamento
marítimo les rescató y les llevó a la isla de La Gomera.
«Nosotros sobrevivimos,
pero días después muchos de mis amigos de toda la vida y conocidos tomaron un
cayuco que no llegó a ninguna de las siete islas canarias. Fue entonces cuando
prometí escribir un libro en el que relatara mi aventura y la de aquellos cuya
voz se quedó en el Atlántico, para que todo el mundo fuera consciente de la
injusticia que nos lleva a arriesgar la vida en el mar».
Así nacía ’3052.
Persiguiendo un sueño’, el libro que presenta estos días en diferentes
localidades de Gipuzkoa, como Eibar, San Sebastián y Pasaia. Su título es la
suma de los kilómetros que separan Dakar -puerto de salida del cayuco- de
Murcia -donde inició una nueva vida-, y el motivo que le llevó a emprender ese
viaje. En sus páginas describe las penurias en el océano, pero también la
realidad que se encontró tras alcanzar su meta, un país que nada tenía que ver
con lo que le habían contado la televisión y otros de sus compatriotas.
«España no era El
Dorado», se lamenta, rememorando aquellos primeros días en la tierra de sus
sueños en la que «milagrosamente» logró sobrevivir. «Las imágenes de pobreza de
Europa no llegan a África. Sólo ves el confort y el desarrollo, al igual que la
parte bonita de África no se ve aquí, sólo viajan las imágenes de hambre y
pobreza. Cuando llegué, me di cuenta de que gran parte de los coches y las
casas que veíamos por la tele pertenecen a los bancos, que hay gente sin hogar…
Nos engañan», declara.
Fue el inicio «del otro
viaje», el que durante cuatro años le llevó a superar nuevas barreras. «No
tenía papeles ni trabajo, no sabía ni una palabra del idioma y me enfrenté a
miles y miles de prejuicios», cuenta, mientras su voz se torna seria para
proseguir con su historia: «En África nunca pasé hambre ni tuve que dormir en
la calle. En Castellón supe lo que es eso. Me tocó saber qué es la miseria en
un rincón del mundo en el que nunca me la imaginé». Pronto se hizo voluntario
de Cruz Roja y como él mismo dice, «tuve la suerte de cambiar la realidad de mi
vida, porque pasé de ser rescatado a rescatar a otros inmigrantes que llegaban en
cayucos».
A esos capítulos se une
en su libro una reflexión sobre el mundo, sobre cómo «detrás de estos viajes
está la explotación de unos países sobre otros o de los poderes internacionales
que los saquean».
’3052. Persiguiendo un
sueño’ le ha permitido crear la ONG Hahatay que trabaja en el ámbito de la
cooperación, el voluntariado y la inmigración para intentar mejorar las
condiciones de vida de la gente de su pueblo. Ha financiado ya tres proyectos y
aspira a poner en marcha otros muchos. Los próximos los impulsará desde
Senegal, adonde regresa a vivir el 15 de julio definitivamente. Ahora tiene un
nuevo sueño: crear una pequeña granja en Gandiol.
«Quiero compartir lo
que he aprendido estos últimos ocho años con los habitantes de mi pueblo para
ayudarles. El futuro está en África. No tienen que escuchar a quienes dijeron
que allí no hay nada», apostilla.
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