La
Constitución Europea, en su preámbulo, comenzaba con una frase de Tucídides
refiriéndose a la Atenas clásica: "Nuestra Constitución se llama
democracia porque el poder no está en manos de unos pocos, sino de la
mayoría".
nuevatribuna.es
| Por Carlos
Carnero | 21 Mayo 2014 - 08:21 h.
Foto: Parlamento Europeo |
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La
Constitución Europea –no hace falta decir de qué año, como se hace por ejemplo
con las españolas, porque en la UE no ha habido otra– contenía muchas cosas
interesantes. Incluso en su preámbulo, que comenzaba con una frase de Tucídides
refiriéndose a la Atenas clásica: "Nuestra Constitución se llama
democracia porque el poder no está en manos de unos pocos, sino de la
mayoría".
Una vez más
–como cada cinco años desde 1979–, la ciudadanía europea está llamada a las
urnas para seguir haciendo realidad esa frase en la Europa unida de los
veintiocho estados, de los quinientos millones de habitantes, de las decenas de
lenguas oficiales pero, sobre todo, del espacio más libre y socialmente
avanzado del planeta.
El problema
es que muchos electores no acudirán a ejercer su derecho al voto para elegir a
los miembros de un Parlamento Europeo que ya no es una asamblea sin poderes,
sino un legislativo con todas las letras, en el que –como en toda construcción
de derecho– se adoptan las leyes, se elige y controla al ejecutivo y se hacen
pronunciamientos políticos.
Es como si
cada vez que se convocan las elecciones europeas estuviéramos condenados a
revivir el mito de Sísifo, en una dinámica que parece no tener fin. Cuanto más
fuerte es la Unión, cuanto más democrático es su funcionamiento, cuantos más
derechos adquiere la ciudadanía, menos se involucra esta en la toma de
decisiones. Es más, se siente progresivamente más ajena e incluso contraria a
lo que hace y, en menor medida, parece representar la UE.
Ni la
crisis, de la que sería impensable salir sin el factor decisivo de las
decisiones adoptadas en el nivel comunitario, ha conseguido revertir la
situación, sino más bien lo opuesto. Es para preocuparse, sí, pero sobre todo
para actuar. ¿Actuar en qué sentido? ¿Qué más se puede hacer?
Lo primero,
culminar la unión política con lo que aún le falta a la UE para serlo
completamente: la unión económica, integrando en el sistema democrático de la
UE lo puesto en marcha durante la crisis y aún más –Tesoro Europeo,
armonización fiscal, Europa social–.
Lo segundo:
dar a nuestro ordenamiento jurídico una forma comprensible, retomando el
objetivo de sustituir los tratados por una constitución corta y clara, como ya
hicimos en la Convención y, antes, se encargó de demostrar científicamente
factible el Instituto Universitario Europeo de Florencia.
Lo tercero:
hacer lo primero y lo segundo a través de un proceso participativo y
democrático que incluya una convención y, por supuesto, una consulta a modo de
referéndum de ámbito europeo, gracias a un acuerdo político de los estados
miembros y las instituciones de la Unión, como ya propusimos el recordado
Bronislaw Geremek y yo mismo hace años.
Lo cuarto:
retomar la defensa y desarrollo del modelo social europeo desde el nivel de la
Unión, porque debilitarlo ni es la salida adecuada a la crisis ni es lo que
quiere la ciudadanía, como ha puesto de manifiesto la Confederación Europea de
Sindicatos.
Y lo quinto,
sobre todo lo quinto: no acobardarse por la previsible subida electoral de
euroescépticos y populistas, porque la respuesta a ese fenómeno –ante todo
preocupante en el nivel nacional– no es menos sino más Europa, para lo que los
demócratas europeístas –populares, socialistas, liberales, verdes– deben
conformar ya un gran pacto de legislatura.
Creo que no
hay otro camino y, aunque lo hubiera, no sería tan ilusionante, que no
ilusorio.
Por Carlos
Carnero | Director gerente de la Fundación Alternativas
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