12 mayo
2014
Ignacio Mártil
Catedrático
de Electrónica. Universidad Complutense de Madrid
La cifra que figura en
el título de este artículo es la correspondiente al muy publicitado y poco
entendible déficit de tarifa del sistema eléctrico. Considerada en bruto, es
como para echarse a temblar. Es descomunal y asombrosamente parecida a la que
nos ha costado el agujero de Bankia (22.500 millones de euros, en
números redondos). En estos tiempos en los que el mantra oficial repite hasta
la saciedad que allí donde hay un déficit, es preciso reducirlo a toda costa,
que una empresa o un país con déficits elevados son inviables, uno teme del
ramo no sean solventes, que más pronto que tarde se vean forzadas a cerrar y
que tengamos que volver a la Edad de Piedra, en la que nuestros ancestros
hacían fogatas para cocinar o calentarse, un procedimiento que la humanidad
utilizó durante medio millón de años. Y a fin de cuentas, si la humanidad se
alumbró y calentó con ese método, bien podremos retomar costumbres tan
asentadas como esa en nuestra común historia.
En los últimos meses,
producto de la alarma y el enfado que generan entre la ciudadanía las subidas
sistemáticas del recibo de la luz, los tertulianos, que de todo saben y sobre
lo que todo pontifican, nos han explicado en qué consiste el déficit de tarifa
de ese recibo; con escaso éxito, a mi entender. Así mismo, se han publicado
gran cantidad de artículos tratando de desentrañar su muy oscuro origen. Si
usted tiene curiosidad y ganas de leer un artículo donde se lo expliquen
pormenorizadamente y con abundantes detalles técnicos, le sugiero que lea el
trabajo que cito al final de este artículo (1). Pero mi intención aquí es
tratar de explicárselo sin recurrir a tecnicismos y sin apenas datos y cifras.
Al modo en que Platón
ilustraba sus pensamientos, me propongo explicarlo planteando algunas preguntas
para responderlas inmediatamente a continuación. Veremos si, como el ilustre
filósofo griego, creo escuela.
La primera pregunta
que surge de modo inmediato, a la vista de la cifra que preside éste artículo
es: ¿son inviables las compañías eléctricas? Según parece no. En un artículo publicado al
final del año pasado, se constata que las empresas del sector eléctrico
español son las más rentables del ramo en Europa. Es más, durante la crisis,
esas empresas han aumentado sus ingresos de manera significativa y su cuenta de
resultados está de lo más saneada, tal y como se recogió en otro artículo
publicado también al final del año pasado en éste mismo
periódico.
Entonces, vistos unos
números tan alentadores -sobre todo para los accionistas-, ¿cómo es posible que
tengan ese déficit? Formulada en otros términos la pregunta, ¿el déficit de
tarifa es un dinero que han perdido las compañías eléctricas? No, en
realidad es un dinero que todavía no han ingresado. ¿Por qué? Porque ese déficit
es “regulatorio”, no económico. Es decir, ese déficit es supuesto, aunque
admitido como real por los sucesivos Gobiernos que se han enfrentado con esta
cuestión.
En efecto, tal y como
lo expresan los autores del artículo citado al final de éste (1),: “El
déficit tarifario en el sector eléctrico español es la diferencia entre los
costes reconocidos a las empresas eléctricas y los ingresos obtenidos a través
de las tarifas reguladas que pagan los consumidores”. Y más adelante, en
ese mismo artículo, los autores dicen: “Recientemente, la Comisión Europea
(2012) ha afirmado que una competencia insuficiente en el sector energético ha
contribuido, al menos en parte, a la constitución del déficit tarifario al
favorecer una compensación excesiva de algunas infraestructuras, tales como
centrales nucleares y grandes centrales hidroeléctricas, ya amortizadas”.
Es decir, que para algunas tecnologías de generación (que representan más del
50% del total durante buena parte del año) los costes reales son menores de los
que la regulación les reconoce. ¿Le han contado esto alguna vez? Ya me
imaginaba…
Por si algo no ha
quedado claro en el párrafo anterior, lo explico con otras palabras. Producir
energía en este país ha estado subvencionado, primado, favorecido y cuantos
sinónimos se le ocurra a usted añadir, prácticamente desde que dejamos de
alumbrarnos con antorchas y empezamos a hacerlo con bombillas. Fruto de ese
trato de privilegio que los partidos políticos, cuando están en el poder,
brindan a las grandes empresas del sector, desde hace décadas se vienen
dictando normas, promulgando decretos, publicando subvenciones, etc., donde se
establecen y fijan los derechos de cobro que el Estado reconoce que debe tener
una determinada empresa por generar electricidad en alguna de sus diferentes
variantes (nuclear, hidráulica, térmica, solar,…) en función de diversos
factores, entre otros, las inversiones que debe realizar para levantar una
planta donde se produzca la energía. En algunas ocasiones, esos derechos de
cobro se ajustan a los costes que las empresas tienen; pero en otras, están muy
por encima de los costes reales, según las tecnologías. Nosotros pagamos los
costes reconocidos -que no siempre son reales, insisto- en el término fijo del
recibo de la luz, los denominados “peajes”, que incluyen otro sinfín de
capítulos y sobre lo que ya escribí recientemente en
éstas mismas páginas.
Luego, en la parte
variable del recibo, en la célebre subasta -que también expliqué en el artículo
mencionado-, se fija el precio al que nos venden la electricidad. En teoría, si
todo funcionara a satisfacción de las compañías eléctricas, la subida de ambas
partes del recibo debería ser la misma o muy similar, con objeto de satisfacer
los derechos de cobro mencionados en el párrafo precedente. Pero sucede que la
parte fija del recibo es la que utilizan los gobiernos de turno, sean del PP o
del PSOE, para evitar subidas excesivas -mal vistas por los electores-, por lo
que los incrementos son casi siempre inferiores a los que, en teoría, deberían
determinarse para retribuir adecuadamente tales derechos de cobro. Esa
diferencia entre lo que debería haber subido la parte fija del recibo y lo que
en realidad sube, es la que va generando el llamado déficit de tarifa. Pero
fíjese usted bien, honrado contribuyente, a pesar de la asimetría en los
términos de subida del recibo, las empresas eléctricas no van a dejar de
ingresar ese dinero, simplemente lo que sucede es que no lo ingresan en ese
momento, difiriéndose su pago. Al día de hoy ya estamos pagando parte de ese
déficit, puesto que en la parte fija del recibo va incluido otro capítulo -¡uno
más!- destinado a financiar el mismo. Con bastante probabilidad, nuestros hijos
y nuestros nietos lo seguirán haciendo en el futuro.
No obstante, si la
cantidad que aún no han ingresado es tan enorme (recuerdo: 26.000 millones de
euros) ¿cómo es posible que tengan tantos beneficios? Pues porque además de que
los costes reales de generación son menores que los reconocidos, tal y como
acabo de explicar, resulta que la electricidad que producen nos la venden a
unos precios muy superiores a los que cuesta en realidad obtenerla. En efecto,
tras el proceso de fijación del precio de la electricidad en la subasta, en la
gran mayoría de las ocasiones el resultado de la misma es que el precio de
venta es superior, o muy superior, al coste de generación. En consecuencia, las
compañías eléctricas tienen unos márgenes de beneficio realmente muy
suculentos, como se puede comprobar en la imagen siguiente, que ya se
publicó a finales del año pasado:
Fuente: El País, 29 de
diciembre de 2013
En la gráfica, la
línea A indica cómo ha evolucionado el precio real de la electricidad desde
mediados de 2009, es decir lo que costó realmente generarla. De otra parte, la
línea B indica el precio de la electricidad que se ha ido fijando trimestre
tras trimestre como resultado de la subasta y que es el precio al que la hemos
pagado cada vez. Si se detiene usted un rato a ver las diferencias entre una
línea y la otra, mes a mes, se dará cuenta de las diferencias entre ambas y por
consiguiente, de cuál es el margen de beneficio. Ahí tiene usted una más de las
razones por las cuales es improbable que nos veamos reducidos a la necesidad de
comprar leña para estar calentitos o freír nuestros filetes.
Termino con dos
noticias, una buena y otra no tanto. La primera, respondiendo a la pregunta que
abre éste artículo: no hay que rescatar a las compañías eléctricas y por lo
tanto, no debemos asustarnos, querido contribuyente, no van a declararse en
quiebra mañana. ¡Albricias!
La segunda, algo peor:
tanto nosotros como nuestros herederos tendremos que pagar tarde o temprano esa
cantidad de manera que, a efectos prácticos, viviremos un rescate real, aunque
no nos lo presentarán así. Ya sabemos que en éste país, hay grandes artífices
de la venta de humo, en sus diferentes tonalidades y fragancias. Y seguramente,
nos lo venderán en diferido, esa singular forma de venta a plazos de la que
tenemos tan selectos/as y afamados/as profesionales.
(1) Natalia Fabra Portela y Jorge
Fabra Utray “El déficit tarifario en el sector eléctrico español”.
Papeles de Economía Española, Nº 134 (2012) pg. 88
Fuente: www.publico.es
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