14 Mayo 2014 -
10:08 h.
No habrá gobierno de concentración, ni
pacto ni apaño. ¡No!
Lo malo de
no tener nada propio que ofrecer es que te obliga a estar pendiente del vecino
para inventarle una vida. Y no suele ser una vida cualquiera, no, suele ser una
vida más falsa de una moneda con dos caras y hecha de cantos rodados, a veces
cuadrados por aquello de no desmerecer en eso de la absurdez.
Y en estas
aparece el dichoso “gobierno de concentración”, otrora “pacto PSOE-PP”
promovido por aquellos que, a falta de poder ofrecer algo propio, hacen un
revuelto de sus deseos, necesidades, ansias, deseos y ese populismo demagógico
que les permite decir que son los garantes de la esencia de la izquierda mientras
renuevan sus votos matrimoniales con la más rancia derecha extremeña que ha
hecho posible, por ejemplo, el mayor recorte de gasto sanitario de toda España.
No habrá
gobierno de concentración, ni pacto ni apaño. ¡No!
Lo ha dicho
Rubalcaba pero también lo gritamos alto y claro cuando en la pasada Conferencia
Política iniciamos nuestro nuevo camino. El día que el auditorio estalló en
socialismo apasionado, cuando se confundía el estruendo del aplauso con esos
corazones latiendo henchidos del orgullo de saber que retornamos al camino que
nos lleva al lugar de donde no debimos salir. Fue ese día que decidimos que se
eliminaría el Concordato con la Santa Sede, el día que renovamos nuestro
compromiso con nuestra esencia de ser, con la Educación Pública, con la Sanidad
Pública Universal y gratuita, con la Ley de Dependencia, con la Igualdad, con
el respeto a los derechos de la mujer, con la Justicia Universal.
Eso hace
incompatible cualquier pacto con ese PP entregado a la causa rancia y
retrógrada moral del ala más extrema de la Iglesia que ha hecho de nuestras
vidas y nuestros derechos un decálogo de mandamientos y derogaciones.
No, no somos
lo mismo. Jamás podríamos. Los socialistas sustituimos el alma por el corazón,
ese que se encoge con el dolor y late más fuerte ante las injusticias.
No hay
entendimiento entre quien levanta escuelas públicas y quien las privatiza
metiendo más rosarios y crucifijos que lapiceros. Ni con quien obliga a morir a
personas sin asistencia médica sólo porque su situación administrativa en
España es irregular. Y así hasta el infinito número de derechos que hemos visto
esfumarse como en una mala pesadilla.
A aquellos
partidos que intentan por todos los medios inventarnos una vida, a los medios
de comunicación –o de novela de ciencia ficción que últimamente me cuesta
distinguir género cuando les leo- que han encontrado un filón en propagar
bulos de dosificación electoralmente periódica, no habrá ni gobierno de
concentración ni acuerdo ni cualquier otro cuento chino de esos que tenéis a
bien inventar.
Se atreven a
considerarse garantes de la esencia de la izquierda, a esos son más fruto de
momentos televisivos estelares que fruto de un trabajo en esa calle que tanto
mentan pero que tan poco patean, pelean contra los suyos por falta de arrestos
de lidiar contra el enemigo que, mientras, se frota las manos con la sensación
de haber dado otra estocada en la línea de flotación.
Queridos,
hay que reconoceros que de estrategia andáis regular pero de sentido común y
lógica básica de psicotécnico sencillito, mal. Muy mal.
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