Tribuna Logos
Publicado
el 2014/05/20
La teoría
más completa y más moderna que dio origen a la escuela pública, se debe a
Jean-Antoine-Nicolas de Caritat (1743-1794 –Marqués de Condorcet).
Condorcet,
eminente matemático, filósofo y politólogo francés, formó parte del movimiento
ilustrado e integró el Comité de Instrucción Pública creado por la Asamblea
Legislativa de Francia. Ante dicha Asamblea, presentó en abril de 1792, el
“Informe y proyecto de decreto para la organización general de la instrucción pública”,
el cual sintetiza y articula las ideas contenidas en sus cinco Memorias
sobre la instrucción pública.
En esas
Memorias, se formulan los principios que inspiraron la política educativa de
las democracias occidentales, entre ellas: el rigor científico de los
contenidos curriculares como bases de la laicidad; la democratización de la
enseñanza con el fin de formar ciudadanos autónomos; la idea de la instrucción
como un proceso que debe abarcar todas las edades; la libertad de cátedra, la
creación de centros de estudio, la necesaria autonomía de la enseñanza respecto
del poder ejecutivo, como forma de proteger los contenidos, de la tendencia a
los excesos del poder; la promoción del talento individual y el cultivo de las
excelencias humanas; la igualdad en el acceso a la educación de hombres y
mujeres, y por último, la prevención de que la instrucción pública no quede
limitada al utilitarismo ni a la voluntad de grupos particulares.
Recién a
partir de 1970, en una revaloración de sus ideas, se toma creciente interés por
el estudio de sus Memorias, que son hoy uno de los principales puntos de
referencia del pensamiento pedagógico contemporáneo.
La obra de
Condorcet sobre instrucción pública, según Charles Coutel y Catherine Kintzler,
se ha celebrado a menudo pero se ha leído y estudiado poco. Su desconocimiento
silenciaría por mucho tiempo, uno de los rasgos esenciales del espíritu
republicano: el de proyectarse hacia las generaciones futuras para perfeccionar
sin cesar la república.
Corresponde
a la instrucción pública hacer posible la adhesión de los ciudadanos a los
derechos del hombre y a la opinión mayoritaria durante las votaciones, pero
como subraya Condorcet en abril de 1792: “Es preciso que amando las leyes,
sepamos juzgarlas”. La República y la Escuela se presuponen la una a la otra:
los ciudadanos deben aprender a la vez a juzgar las leyes y a respetarlas. La
unidad teórica e institucional de la instrucción pública propuesta por
Condorcet, ayuda a allanar las dificultades no resueltas por la teoría de la
república.
Salvo por
la breve monografía de F. Vial “Condorcet et l’education démocratique” (París,
Delaplane, 1902), habrá que esperar hasta el decenio de 1970 para que la
teoría condorcetiana de la instrucción pública se convierta en un objeto
filosófico. Las grandes síntesis clásicas consagradas al pensamiento de
Condorcet se contentaban con señalar la importancia de la instrucción pública,
(L. Cahen-1904; F. Alengry-1904; G. Compayré-1911- y F. Buisson-1929-) pero
parecen leer a Condorcet a través del juicio de Jules Ferry, que en el famoso
“Discours à la Salle Molière” de 1870, integra los análisis condorcetianos en
una reconstrucción reductora que tiende más a la movilización que al
esclarecimiento.
En 1976,
Les Cahiers de Fontenay dedicaron un número especial a Condorcet, y gracias a
las perspectivas abiertas por estos análisis, la instrucción pública se ha
convertido en un objeto filosófico de pleno derecho.
Condorcet
se propone basar la búsqueda del bien público en la persecución de la verdad.
Hace depender las “luces políticas” de las luces generales y une los tres
vértices: el saber, el derecho y la libertad. Estos aspectos aparecen
sintetizados en un enunciado de su Cuarta memoria sobre la instrucción
pública: “Agotad todas las combinaciones posibles para asegurar la
libertad; si no contienen un medio de ilustrar a la masa de los ciudadanos,
todos vuestros esfuerzos serán vanos.”
A las
exigencias jurídicas y epistemológicas, Condorcet añade una preocupación
humanista: lo verdadero y lo justo se extienden al amor a la humanidad y a la
libertad. La instrucción –según Condorcet- debe apuntar tanto al
perfeccionamiento de la humanidad como a la perpetuación de la república, razón
por la cual, considera a la instrucción como una escuela de humanidad, y según
le escribe a Voltaire en 1774, el amor a la humanidad es “la más firme de todas
las bases”. Es importante instruirse, no solo para ser ilustrado, sino también
para ser republicano.
Siguiendo
la construcción de su teoría de la instrucción pública, las sucesivas
comprensiones delimitan cada vez más los problemas, superando las
contradicciones; las definiciones se justifican por los análisis. Así, la
definición de la República, como régimen respetuoso de los derechos del hombre,
ejercerá una influencia sobre la definición de la Escuela Pública. Esta
valoración de los derechos naturales y la revisión siempre posible de sus
declaraciones, invitan a la instrucción pública a pensar en el vínculo entre el
progreso de las luces y la revisión de las leyes. En el Plan de Constitución,
Condorcet solicita sus votos a una ciudadanía instruida y reflexiva: cada uno
debería aprender lo necesario como para poder defender su opinión ante todos en
el momento de votar, así como también para denunciar los riesgos del abuso del
poder.
La
instrucción pública tiene por tarea ayudar a todo ciudadano a deliberar consigo
mismo y con los otros. La preocupación epistemológica de lo verdadero inspira
la preocupación explicativa de lo persuasivo. Es importante que se establezca
una relación entre lo epistemológico (qué saberes enseñar), lo didáctico (cómo
presentar esos saberes para que instruyan realmente) y lo jurídico-político
(cómo poner estos saberes al servicio del bien público). Se perfila
entonces, el horizonte ético-humanista de la instrucción (de qué me libran
estos saberes).
La
preocupación humanista de la instrucción pública, en Condorcet, hace eco de la
problemática ciceroniana de la concordia, universalizándola por una referencia
a los derechos del hombre: es preciso aprender para ser buen ciudadano, pero
también para convertirse en amigo de la humanidad entera sin renunciar al libre
albedrío.
Para
Condorcet, en la tradición de Rousseau, la República es un régimen “gobernado
por las leyes” y la ley es “un acto de la voluntad general”; sin embargo, la
razón preside la elaboración de la ley. Por lo tanto, la Escuela Republicana
ayudará al futuro ciudadano a formar ese espíritu crítico tan necesario para
lograr “someter la democracia a la razón”, citando a Lakanal.
Son tres
los grandes aprendizajes complementarios y necesarios que unifican las tesis de
sus cinco Memorias sobre la instrucción pública:
1º) El
aprendizaje de los saberes elementales en el seno de una historia general de la
razón humana: es la exigencia epistemológico-didáctica de la
instrucción pública. Cada maestro debe dominar los saberes elementales para
conocer el mundo e instruir a sus alumnos.
2º) El
aprendizaje de la ciudadanía ilustrada y de los derechos del hombre: es
la instrucción cívica, indispensable para la revisión razonada de los enunciados
jurídicos.
3º) El
aprendizaje del sentimiento de humanidad: cada derecho se debe hacer
explícito por el deber que le corresponde. Este aprendizaje se extrae del
precedente colocándose por encima de él: abre a cada alumno a la universalidad
ética de la humanidad, presupuesta por la afirmación de la preeminencia de los
derechos del hombre: ¿no somos miembros de la humanidad en una ciudad
particular?
En una
carta a su hija, de marzo de 1794, le expresa: “Si no has llevado las artes a
un cierto grado de perfección, si tu espíritu no se ha formado, extendido,
fortificado por estudios metódicos, contarás en vano con tus recursos: la
fatiga, el hastío de tu propia mediocridad prevalecerán pronto sobre el
placer”. En esas líneas Condorcet unifica los aprendizajes: instruirse y
cultivarse contribuyen a la propia estima y al amor a la humanidad.
Para muchos
autores existe la sensación de que aún desde esa época, y a pesar del trabajo
de dilucidación, la educación y la instrucción están todavía confusamente mezcladas,
mientras que Condorcet se había esforzado no en separarlas, sino en
articularlas filosóficamente: el poder público tiene el deber de instruir para
que cada uno pueda hacerse realmente autónomo y autor de su propia educación,
correspondiéndole a la familia educar al niño en su primera infancia: así es
como se explica el rechazo de Condorcet al modelo espartano. Finalmente,
Condorcet relaciona la república y la democracia. Es por la razón, que se
desarrolla gracias a la instrucción pública, que la democracia se hace
consciente de sus propias debilidades y las previene de antemano.
En
Condorcet, la escuela enseña para que cada uno se convierta en su propio
educador, capaz de consultar a su razón en cualquier asunto. En su Primera
Memoria Sobre la Instrucción Pública se lee: “El objetivo de la instrucción no
es hacer admirar a los hombres una legislación terminada, sino hacerlos capaces
de apreciarla y de corregirla.”.
Y también:
“Pero una Constitución verdaderamente libre, en la que todas las clases de la
sociedad gocen de los mismos derechos, no puede subsistir si la ignorancia de
una parte de los ciudadanos no les permite conocer su naturaleza y límites; les
obliga a pronunciarse sobre lo que no conocen, a escoger cuando no pueden
juzgar.”
Investigación
bibliográfica realizada en base al libro: “Cinco memorias sobre la instrucción
pública y otros escritos” de Charles Coutel y Catherine Kintzler – Ediciones
Morata S.L.
Notas de
los autores:
“Nuestro
país se encuentra en este momento participando de un debate educativo nacional.
Síntoma elocuente de una falta de rumbo claro sobre qué necesita el ser humano
como ser libre y ciudadano independiente que busca su felicidad, y a la
vez ser útil a la sociedad en la que convive.
Reflejo de
un problema global que en todos los países se siente en forma cada vez más
acuciante, la búsqueda se extiende en todas direcciones: en el presente, con la
formulación continua de nuevas teorías educativas; lateralmente, procurando
hallar en ésta o aquella experiencia alguna pista, e inclusive hacia el pasado,
revisando si no se dejó de lado algo de lo bueno que en otra época pudo haber
explicado la creencia popular de que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Sin éxito
evidente hasta ahora, se sigue sin hacer pie en un punto que permita apoyarse
con firmeza para avanzar en el logro de soluciones a los cada vez más evidentes
problemas que vienen creando la insatisfacción y la inadecuación del hombre
como individuo social, a los cambios decrecientemente positivos que se
manifiestan con síntomas de toda clase: en la salud física y sicológica y
moral, en la inadaptación a la convivencia pacífica, tolerante y generosa, y en
el incremento de los que cada vez más se dejan absorber por una masa anónima
que los arrastra hacia un destino indiferente, rutinario y mediocre.
Con el propósito de aportar nuevos elementos para el análisis, que sirvan de preámbulo a observaciones más precisas, presentamos a este autor francés, conocido como el marqués de CONDORCET, quien viene siendo redescubierto como uno de los precursores de la reforma educativa, que tomada en forma muy parcial entonces, dio sustento a las reformas educativas gestadas en las etapas previas a la revolución francesa.”
Con el propósito de aportar nuevos elementos para el análisis, que sirvan de preámbulo a observaciones más precisas, presentamos a este autor francés, conocido como el marqués de CONDORCET, quien viene siendo redescubierto como uno de los precursores de la reforma educativa, que tomada en forma muy parcial entonces, dio sustento a las reformas educativas gestadas en las etapas previas a la revolución francesa.”
Fuente: http://dedona.wordpress.com/
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