Por Rafael
Fernando Navarro | Escribiendo
este artículo me he acordado de mi madre, de mi compañera, de tu novia, de
Pilar, de Mar, de Isabel…
nuevatribuna.es
| Rafael Fernando Navarro | 24 Noviembre 2013 - 18:22 h.
El
arzobispo de Granada, Javier Martínez, ha prologado un libro escrito por la
periodista italiana Constanza Miriano 'Cásate y sé sumisa', es el título, tan
atractivo como despreciable, de esta escritora emparentada con Pilar Primo de
Rivera y cuya visión se hunde en los principios fundamentales de aquel
inmovilista movimiento de Falange y del Franco golpista. Un libro-programa para
cumplir por la mujer que se casa. Si el recato, la santa pureza, la falda a
media pierna y el escote en los ojos debe ser la conducta de la mujer soltera,
virgen y mártir, el de la mujer casada consiste en sumar a las anteriores
coordenadas, la obligatoriedad de abrir las piernas cuando el macho tenga
apetencias de reproducirse sin que ella disfrute de su sexo, y de planchar,
cocinar, zurcir calcetines y proporcionar calzoncillos limpios los sábados. Y
todo este paquete de cualidades femeninas envuelto en la sumisión por la cual
reconocerá que el marido tiene siempre razón en sus opiniones, en sus
decisiones porque a ella le está prohibido pensar y tener iniciativa.
Este es el
resumen concentrado del pensamiento de la periodista de cuyo nombre no quiero
volver a acordarme, concentrado, sí, como un caldo en el avecrém que engaña,
que cuece pero no enriquece. Y al frente de sus páginas, el arzobispo que un
día dijo que se daba la pederastia entre sacerdotes y chavales porque los chavales
sonsacan y excitan al clero. En consecuencia, concluyo porque soy varón y en
consecuencia tengo derecho a pensar, los que debían ir a la cárcel son los
niños a los que a veces les traiciona una erección por sus pantalones de trece
años, o las niñas a quienes se les asoman los pechos por encima de la carpeta
azul de matemáticas.
Un señor
(entiendan lo de señor) decía en televisión que la iglesia católica tiene
derecho a predicar su doctrina sobre la mujer. Doctrina que por lo visto la
concibe como una cosa que está en el mueble del salón decorando y en la mesilla
de noche por si la viagra pone de pie urgencias inguinales.
No obstante
la repugnancia de la reivindicación de ese señor, él tenía razón, aunque uno no
comprenda bien la exaltación de María y el desprecio hacia ese misterio que es
la mujer. Esa mujer de Nazaret encumbrada como madre, como virgen, como esposa
del Espíritu, modelo y arquetipo no se compadece con la visión de talibanes
desarrollada a lo largo de la historia. La mujer era la depositaria de la
manzana paradisíaca y permaneció irredenta hasta nuestros días. Fue expulsada
del paraíso y nunca le fue permitido regresar a él. La mujer sigue siendo la
serpiente que imanta al hombre hacia el pecado del sexo porque en el fondo el
sexo es el pecado único. La preocupación por los pobres del mundo, el ansia de
riqueza, el concubinato con explotadores y dictadores sanguinarios, su amistad
con los poderosos… todo es perdonable y ni siquiera es concebido como pecado.
Pero el sexo es otra cosa. El hombre ejerce y disfruta del sexo como necesidad
fisiológica porque es macho. La mujer es viciosa y su sexo es sólo un
llamamiento maldito que arrastra a la perdición. La debilidad de la mujer se
vuelve energía malditamente arrolladora cuando de sexo se trata.
De ahí esa
misoginia secular de la iglesia católica. Y la forma de alejar la tentación de
entrepierna consiste en hacer de la mujer un casi objeto que plancha, cocina,
limpia. Es la mujer fairy o Philips. Y sólo cuando de traer hijos al mundo se
trata cobran valor sus pechos de leche desnatada y uperizada para ese fruto
bendito de su vientre.
Escribiendo
este artículo me he acordado de mi madre, de mi compañera, de tu novia, de
Pilar, de Mar, de Isabel… De ellas, sin apellido porque el nombre se lo puso mi
cariño. Y he bajado al trastero a la periodista italiana y al arzobispo de esa
ciudad encantada que es Granada. No los busquen. He tirado la
llave al Darro.
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